BDSM ILUSTRADO
› Por Pablo Pérez
Hace un par de meses me escribió un esclavo con la intención de ponerse a mi servicio. En su perfil decía “Soy pasivo varonil sumiso buscando Amo Macho activo dominante con ACTITUD, CARACTER Y DON DE MANDO... para servir como esclavo sexual, doméstico, lame botas y lo que mande el AMO. me van muchas cosas, dominación psicológica, bondage, cadenas, dog training, humillación verbal, servidumbre. discreto y reservado. proponé tu morbo”. Transcribo literal el uso de mayúsculas y minúsculas porque, como lo mencioné en una columna anterior, éste responde a ciertos códigos. Me llamó la atención el uso de las mayúsculas en “ACTITUD CARACTER Y DON DE MANDO” y los puntos suspensivos que le siguen, como si el esclavo hubiera querido expresar que estaba cansado de encontrarse con Amos que no reunían estas condiciones. No le di mayor importancia al asunto, aunque supe que aquel uso ponía de manifiesto uno de los peores defectos que puede tener un esclavo y que tendría que corregirlo.
Después de un mes de intercambio de mensajes, el esclavo se presentó puntual a la cita que le di en un bar de mi barrio y, después de un breve interrogatorio, se dejó conducir sumisamente a mi casa. Actitud, carácter y don de mando son naturales en mi carácter y el esclavo resultó tener una muy buena formación: lavó unos platos que habían quedado de la cena, lamió y lustró mis dos pares de botas, me sirvió de felpudo mientras yo fumaba y miraba uno de los primeros partidos del Mundial, contestó correctamente a todas las preguntas que le hice sobre su experiencia anterior, se sometió con estoicismo a los castigos físicos y obedeció a todos mis requerimientos sexuales. En cuanto a su aspecto, el uso de la máscara fue imprescindible para volverlo agradable a la vista. Superado su primer encuentro de prueba y felicitado por sus capacidades, el esclavo insistió en que volviéramos a vernos pronto, porque estaba buscando un Amo fijo. Le contesté que esperara mi llamado para una segunda cita.
Dos días después me mandó un mensaje pidiéndome que le avisara con anticipación cuándo podíamos vernos de nuevo. Insistió con lo del “Amo fijo”. Le contesté que esperara, que ya lo iba a llamar. A los pocos días recibí un mensaje de texto a las ocho de la mañana. Por lo general me despierto a las nueve y esa última hora antes de despertarme vale oro. Era otra vez el esclavo, pidiéndome que le dijera cuándo podíamos encontrarnos. “¡Qué pelotudo! —le contesté, contemplando que entre sus preferencias incluía la humillación verbal—. Estaba durmiendo y me despertaste. Nunca más me mandes mensajes antes de las 10.” “No soy adivino —me contestó—, no puedo saberlo si no me lo decís antes.” La respuesta correcta hubiera sido: “Perdón, Señor, no volverá a ocurrir”. Entonces comprobé que el uso inapropiado de las mayúsculas al que me refería antes corresponde al típico esclavo impaciente. Debe aprender a esperar y su respuesta amerita un castigo.
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