Vie 22.08.2014
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ES MI MUNDO

La tapada

A fines de los sesenta circulaba en Estados Unidos la revista After Dark, dirigida a “solteros con poder adquisitivo” y amantes del baile... Pionera en la expresión de una estética solapada para gays, su auge y su caída hablan de los tiempos que corrieron y fueron cambiándolo todo. O casi.

› Por Kado Kostzer

En mayo de 1968 los ojos del mundo estaban puestos en las revueltas estudiantiles francesas con su slogan “La imaginación al poder”. Simultáneamente, en Nueva York, los ojos de los editores William Como y Rudolph Orthwine se concentraban en una reencarnación de su Ballroom Dance Magazine, rebautizado como After Dark. Para ellos también era válido eso del poder de la imaginación. La nueva revista –con una impronta un tanto onanista y estética “mersona”– estaba destinada al mundo gay y sin embargo no revelaba su identidad, aunque tampoco la ocultaba.

Extraña metamorfosis la de una publicación originalmente destinada a veteranos clasemedieros nostálgicos de las lustrosas pistas de baile donde otrora evolucionaban al compás de las rumbas, los tangos, los valses y otros bailes de salón. Resurgía de sus cenizas convertida en un mensuario dedicado al mundo del espectáculo que exaltaba el homoerotismo. La excusa inicial fue la danza y los bien entrenados cuerpos de los bailarines; luego iría más lejos, aunque no demasiado. Podría haber sido una revista más que cubría acontecimientos artísticos, incluyendo viajes y estilos de vida, pero no. Aunque no explícitamente, la publicación estaba orientada a una comunidad que comenzaba a salir del closet.

El lector tipo

Los avisos dirigidos a los potenciales anunciantes eran claros: “Llegue con sus productos o servicios a un público con dinero para gastar. Lo encontrará en After Dark. Ellos son prósperos, exitosos y solteros. Sin ataduras que les impidan disfrutar de su tiempo y dinero en cada oportunidad que se les brinde. Un mercado demasiado bueno para no aprovecharlo”. Según estudios, el perfil del lector típico tenía una edad promedio de 33 años e ingresos de 22 mil dólares anuales (90 mil en el 2014) y el 76,4 por ciento ¡usaba colonia! Para no desperdiciar el espíritu viajero, también revelado en el marketing, otros centros de la vida mundana estaban presentes con sus ofertas de entretenimiento para los habitués de la revista: Londres, Toronto, Los Angeles, San Francisco, Miami...

Bastaba hojear un ejemplar para toparse con un enorme abanico de ofrecimientos: restaurantes, espectáculos, night clubs, saunas, libros, películas, cruceros, productos para la belleza, astrólogos, ¡slips! ¡slips! y más ¡slips! y la ya de por sí amariconada moda masculina de los ’70 con sus patas de elefante, solapas anchísimas, mangas abullonadas, líneas évasé, sin faltar carteras, foulards, bijouterie y las nefastas túnicas.

Pasando revista

Nadie podía esperar de After Dark críticas teatrales o cinematográficas concienzudas o análisis profundos de la actividad artística. El tono de sus artículos era complaciente en todos los casos y ante los mitos, falsos y auténticos, obsecuente y hasta rastrero. A medida que se acercaban los ’80, además de la estética gay, se fueron animando más con los temas referentes a la homosexualidad. Tuvo amplia cobertura la autobiografía del ex futbolista David Kopay, donde contaba su doble vida en un terreno tan forzadamente machista como el deportivo. También recibieron en más de una oportunidad amplias crónicas los libros de Paul Monette, centrados en las relaciones masculinas. Sin embargo, el mayor énfasis estaba puesto en el material gráfico, en blanco y negro o color, que mostraba a varones semidesnudos con penes insinuantes a través de sus jeans, shorts o ropa interior, sin que pudiera calificarse a las tomas de pornográficas. A veces esas fotos no respondían a ningún artículo de fondo, y bastaba un escueto pie de página para identificar a los modelos y a los diseñadores de la escasa vestimenta. Ocasionalmente –¿para disimular?– aparecía alguna atractiva mujer también ligera de ropas –a la moda– en improbables, pero muy artísticos, tríos.

Sus tapas se iluminaban con los rostros y cuerpos en posturas discretamente sexies de los entonces juveniles, bonitillos o ascendentes Richard Gere, Tommy Lee Jones, Christopher Reeve, Michael York, John Travolta y hasta el homofóbico Arnold Schwarzenegger. El entonces físico-culturista en las fotos de las páginas interiores, además de sus ostentosos músculos, dejaba ver la puntita de su miembro viril. Consagrados como Paul Newman, Nureyev, Baryshnikov y Robert Redford tampoco se negaron a prestar aunque fuera sus sonrisas... En cuanto a las damas, no faltaban los iconos gay eternos como Lucille Ball, Angela Lansbury y Mae West o los del recambio, Barbra Streisand, Cher, Liza Minnelli y Bette Midler, la única que batió el record de tres apariciones como chica de tapa.

Gay Bob

La más insólita propuesta consumista destinada a aprovechar, o aprovecharse, de la aún inmadura clientela gay treintona está materializada en los avisos de 1978 del “primer muñeco gay del mundo para todos”. “Salga del closet con Gay Bob”, decía el slogan de una pequeña empresa, Gizmo Development/Out of the Closet, Inc., creadora del engendro, émulo de la insípida Barbie. Publicitado principalmente en After Dark, Bob estaba realizado en plástico y tenía un cuerpito articulado, sobriamente atlético, de 12 pulgadas (31 cm) de altura, una apariencia realista –entre Newman y Redford, decían–, con cabello, arito y “partes privadas”, lo que en los muñecos se define como “anatómicamente correcto”. Se presentaba con camisa de cowboy de franela, ajustados jeans y botas texanas pero, al igual que su prima Barbie, tenía un amplio closet de donde no salían otros gays, sino las preciosas prendas de su vestuario, todas igualmente sentadoras, acordes para cada ocasión y el gusto de su propietario.

El texto del anuncio ponía en boca de Bob modos de disfrutarlo plenamente: “llevame a fiestas porque soy muy divertido; a la oficina donde tu jefe me adorará; incorporame a tu familia, mamá me querrá; hablame porque soy muy comprensivo (!)...” Tanta maravilla por solo 14,95 dólares (unos 63 de hoy), más 1,50 para gastos de envío. Para entonces muchos varones gay salieron del closet, aunque escasos aceptaron la invitación de hacerlo de la mano del rubicundo Bob. Un poco de frivolidad no está mal, ¡pero tampoco la pavada, che!

La muy conservadora comentarista Ann Landers le dedicó unas indignadas líneas en su famosa columna: “Al paso que vamos pronto saldrán los muñecos Priscila, la prostituta y Danny, el traficante de drogas”. Como la cultura de EE.UU. no se identifica con los perdedores, muy rápidamente el pionero Gay Bob

desapareció de las páginas de After Dark. Quizá, deprimido por el rechazo de la comunidad a la que estaba destinado, volvió al closet. No sería extraño que hoy en día, en el rubro juguetes antiguos, los ejemplares sobrevivientes tengan excelente cotización, aunque es dudoso que su salud sea tan excelente. Los 37 años transcurridos son muchos y la próstata tampoco perdona a los muñecos con “partes privadas”.

La caída

Con cambios de editor responsable –Patrick Pacheco y Louis Miele– y diversas reestructuraciones, la revista fue perdiendo su rumbo e impacto inicial. Patéticos fueron los intentos de darle un giro más intelectual. Había en su pasado demasiadas plumas y lentejuelas, además de los torsos desnudos e insinuantes slips. Los 300 mil lectores del apogeo fueron menguando. A comienzos de los ’80, para un neoyorquino in tenerla en casa era casi un quemo.

La adolescente comunidad gay, enfrentada al devastador sida, había entrado –quizá compulsivamente– en la mayoría de edad. La “loca” estaba pasada de moda. Aparecieron otros estereotipos o ya no hacía falta tanta parafernalia impuesta por la voraz industria para tener una identidad o un lugar de pertenencia. En 1983 abundaban en el mercado publicaciones más explícitas en lo sexual, mejor posicionadas en el rubro entretenimiento o concientizadas en lo político y social. Hay que reconocer que, conceptualmente, la vistosa revista se adelantó ocho años a su tiempo, pero fue el mismo tiempo –que no pide permiso– el que la convirtió en vieja en plena juventud y sumió a After Dark en la oscuridad total.

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