MI MUNDO
Pocas figuras en la historia de Hollywood se han atrevido a una ambigüedad tan pensada y entretenida como James Franco. Provoca a la prensa resistiéndose a ser clasificado sólo como actor, se anima a incursionar en el imaginario queer y cruzar las fronteras que separan al galán de la drag queen ocasional.
› Por Ignacio D'Amore
De todos los apuntes utilizados por la prensa para urdir certezas acerca de las enigmáticas preferencias sexuales del actor y artista norteamericano James Franco, existe uno en particular que parece haber quedado fuera del alcance del gaydar amarillista y, sin embargo, podría pensarse como pauta casi inconfundible acerca de su homosexualidad. No se trata de una de sus habituales selfies en la cama con algún amigo ocasional (ambos siempre semidesnudos en tórrido bromance), ni tampoco de la publicación de su primer poemario, en el que se evocan algunos de los textos de Tennessee Williams. No nos referimos a la dupla de artículos publicados un mes atrás por The New York Times y el blog Gawker en los que se sugería que Scott Haze, actor amigo con quien Franco vive desde hace años, es en realidad su novio a escondidas. Estamos hablando de un probable desliz en medio de la cuidada ambigüedad con la que compone su figura y sus aconteceres públicos, y que se suscitó hace unos días cuando él mismo dio pie vía Instagram al rumor de que se había casado con la cantante pop Lana del Rey. Se los había fotografiado juntos varias veces en semanas previas al anuncio, a la vez que ellos habían intercambiado piropos por Twitter. Del Rey es uno de los iconos gay más flamantes de la música mainstream, doncella decadente de voz trasnochada y con un Camel vitalicio entre los labios. Los remixes de sus hits son bailados en las discotecas y sus inconfundibles ademanes, reproducidos por doquier en plétoras de hipnóticos gifs e imitados por muchas drags y maricas devotas. Ahora bien: ¿quién más que un hombre gay podría fantasear con hacerle creer al mundo, aunque sea por unas horas, semejante patraña? Desde luego que el falso matrimonio Franco-Del Rey no fue otra cosa que una operación de publicidad cruzada básica, esto es, ambos integrantes de la historia se beneficiaron de los titulares resultantes. Ella tiene disco reciente y él, dos films de pronto estreno (uno que, además, dirigió), además de un libro de memorias editado hace pocas semanas.
Este tipo de autopromoción algo descarada a través de redes sociales no es novedad en la trayectoria del actor. Sobre fines de 2013 generó revuelo al publicar en Instagram una foto en la que se lo veía con una máscara de Batman salpicada de semen (¿era él o alguien más?, ¿y el semen de quién era?), a su vez acompañada de otra imagen de un torso masculino con un arnés bondage. El posteo fue eliminado con velocidad de su cuenta, pero el registro, claro, permanece. También hubo en algún momento unas selfies de sus nalgas, que además de hacer aparición en alguna de sus películas fueron retratadas en la portada de la revista Flaunt algunos años atrás. Y hace pocos días, Franco se sumó a la insufrible campaña solidaria que insta a famosxs a tirarse un balde de agua helada en la cabeza y haciendo lo propio, casi desnudo, cubriendo sus genitales con un lienzo amarillo.
Pueden decirse y leerse muchas cosas acerca de Franco, y quizás una sola de ellas debería quedar fuera de discusión: es un artista notablemente prolífico, y no sólo en el ámbito cinematográfico. En lo que va de este año, casi una decena de films llevan su nombre —o bien como parte del elenco o bien como director y productor—, sumados a tres libros publicados. También inauguró una muestra de fotografías en las que recrea la serie que hiciera famosa a Cindy Sherman, Untitled Film Stills, aquellas puestas en escena que Sherman imaginaba en blanco y negro en las que imitaba poses y arquetipos del cine clásico de mediados de siglo. Lo que entra en juego aquí podría describirse como el gesto de un actor famosísimo imitando una serie de fotos que a su vez imitaban los manierismos de las estrellas femeninas; un actor que se monta con vestidos y pañuelos y al mismo tiempo deja en primer plano su tupido bigote y su barba candado, en una especie de mueca genderfuck inintencional; un actor que complementa esta obra fotográfica con poemas flojísimos escritos desde la perspectiva de las mujeres imaginarias que aparecen en las imágenes.
No fue ésta su primera incursión en el universo drag. En 2010 se dejó fotografiar con rouge sangre y ojos aguamarina por el repetitivo Terry Richardson para la tapa de la revista Candy, publicación de edición limitadísima que dedica sus páginas al estilo y moda trans y drag, además de llevar en portada a celebridades como Chloë Sevigny o Marilyn Manson. De la otra Marilyn, justamente, se vistió Franco cuando anfitrionó con penosa torpeza la entrega de los premios Oscar en 2011, con lunar y peluca platino, pero sin soutien push-up, como parte de uno de los muchos fallidos gags que debió remontar junto a la bella y siempre correcta Anne Hathaway, su coequiper.
Para lograr ganarse el respeto de la industria que en esa noche, además de tenerlo como presentador de la ceremonia, había reconocido su talento nominándolo como mejor actor por 127 horas, Franco debió en primera instancia quebrar la imagen de ídolo juvenil que pesaba inicialmente sobre él luego de haberse hecho conocido en 1999 con la tira televisiva Freaks and Geeks. La oportunidad apareció dos años más tarde con una biografía, también para TV, del icónico queer James Dean, aunque su paso a la fama a nivel mundial fue a través de un personaje secundario en la trilogía de Spider-Man dirigida por Sam Raimi. En simultáneo a estas superproducciones, Franco ha sabido incluir su nombre en una variedad de proyectos actoralmente más comprometidos, entre los cuales figura un papel en particular que de seguro habrá ahuyentado a los agentes de muchos otros buenos intérpretes de su generación. Se trata de Milk, de Gus van Sant, que retrató el ascenso político regional y eventual asesinato del activista por las minorías sexuales Harvey Milk, cuyo novio fue representado por Franco. Con Van Sant también retomó el mito de River Phoenix en Mi mundo privado y completó dos nuevos films, complementarios al original.
Los murmullos sobre su vida personal, que él mismo se encarga de alimentar del modo que se ha señalado (esos mismos murmullos de los que, claro, prefiere evitar hablar en las entrevistas con desencanto matemático), son a su vez nutridos por la lectura elemental que hacen los medios de la relación cada vez más cercana del actor con proyectos directamente relacionados con temáticas homosexuales y de minorías. Por caso dirigió una biopic sobre Sal Mineo, galán hollywoodense de mediados del siglo XX que se atrevió a salir del closet en plena fama. También encarnó al poeta beat Allen Ginsberg, llevado a juicio por sus poemas de contenido homoerótico. Otro ejemplo: produjo, dirigió y protagonizó el docuficción Interior. Leather Bar, en el que imagina lo ocurrido con el material que se destruyó en la mesa de los censores que recortaron la mítica Cruising, radiografía del laberinto de antros S&M de la Nueva York gay del ’80.
Si bien está a la vista por qué la prensa se sigue haciendo preguntas sobre su vida íntima, también es verdad que James Franco es un queerbaiter profesional, como lo definen en el periódico digital The Daily Dot; es decir, es alguien que disfruta y sabe aprovechar las fantasías que provoca en el público gay con sus elecciones artísticas y su modo de (no) mostrar su vida privada.
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