MÚSICA
No desde las entrañas, sino desde los ovarios de la Patagonia –como les gusta situarse– llegan Las Octetas, que nacieron hace 14 años durante una presentación por el Día de la Mujer en El Bolsón.
› Por Dolores Curia
Sobre el escenario, cuerpos de mujeres por fuera de la línea hegemónica del peso, la edad y la pose. Joropo, flamenco, un candombe de Alberto Castillo reescrito en honor de la menstruación, clásicos corales en su versión más patética, gemas del bolero que hoy son piezas de colección kitsch, canciones de Simón Díaz, resonancias de quienes Las Octetas enumeran como referentes (Juana Molina, Les Luthiers). Todo eso revuelto forma algo así como el repertorio cruzado y los subtextos de sus shows. Las Octetas (un nombre en el que hay que atender más a la referencia a los pechos que al número, porque en verdad son nueve) se presentan como un coro de ¿señoritas? –así, puesto en duda– como para empezar a arrojar pistas sobre todos los malos hábitos que celebran. Nueve mujeres salen a escena apurando pasos entre el absurdo y la bufonería clown, con el detalle de los labios delineados a medias sugiriendo un bigotito a lo Micky Vainilla, con la camisa de algodón (que para alguna es de fuerza) abrochada hasta el último botón con una prolijidad que se toca con la pacatería y con la piel de la cara estirada desde un tieso rodete plantado en la coronilla. Cada una carga en sus gestos y en su andar con los daños de la rigidez. “Parte de lo que hay detrás de todo esto es un montón de referencias y burla hacia un viejo formato de educación –cuenta Analía Pavicich, una de las integrantes de Las Octetas, que además es una de las organizadoras del Festival por la Diversidad en El Bolsón, que tiene lugar cada enero–. La mayoría de nosotras nos criamos en época del Proceso, por eso tenemos muy arraigada la gestualidad represiva. El único personaje que no está tan marcado por eso es el mío: la vieja. Ella, a esta altura, ya está de vuelta, entonces se permite cualquier cosa.” El personaje de Chu Abad, que es quien lleva la batuta, es una severa institutriz que parece tener más problemas para ejercer su poder sobre sus discípulas que sobre el público: “De parte de los espectadores en general vemos una gran obediencia corporal, cierta tendencia a seguir las pautas porque te las dicta otro, obedecer al chip –cuenta Mariana Pelizzari–. Tamizado por la lógica del humor, en nosotras y en el público, todavía se ven las marcas corporales. Estas mujeres anacrónicas cantan temas religiosos pero deformados. Pero justo cuando el público empieza a convencerse de que se trata de un grupo de sumisas, todo explota por los aires”. Cada una fue armando su personaje con imaginación y de autoparodia. “Yo me basé en mi abuelita. Trabajé con los pasos, los tiempos y los ritmos de una persona grande. Y con unos aparatos que me puse en la boca para simular unos postizos”, cuenta Analía. El de Mariana es una “mujer masculinísima, pero con una lucha interna para mostrarse exteriormente lo más femenina posible. La risa y el movimiento salen de esa tensión. Y queda un cocoliche divino, un marimacho antiguo, una lesbiana de otra época. Un cruce que genera mucha risa.” El de Soledad Moledous es “una bipolar automedicada que no la puede pilotear. Sube y baja. Se pone mal. Se violenta contra las compañeras, se arrepiente. Se queda colgada, se olvida de cantar, reacciona tarde por la medicación”. Y continúa Soledad: “Este último, H2Octetas, el espectáculo que vinimos a presentar, al igual que los anteriores, es muy participativo. Cuando termina, dejamos a la gente excitada, muy arriba. Siempre nos invitan para abrir y cerrar festivales porque la gente se carga de pilas y porque saben que después de nuestro show, sí o sí, hay joda. La armamos donde se creía que no había posibilidades de hacerla. Somos un grupo de nueve mujeres histriónicas, que es desde el vamos una fiesta ambulante en sí mismo. Siempre hay post y, además, un post con mucho levante. Algunas de nosotras, de hecho, empezamos a relojear hombres y mujeres desde el escenario”.
“Como somos muchas, durante la función se da mucho roce –continúa Analía–. Y también en el camarín. Hay escenas cómicas en las que una trata de conquistar a la otra. Si bien el humor torteril nos atraviesa a todas, no tenemos una propuesta que exclusivamente pueda ser etiquetada como de humor lesbiano. Sucede, pero no es el eje, porque tampoco hay eje. Sí tal vez hay una idea rectora que es la opresión y la rebelión ante ésta. El foco está puesto en generar placer. El placer de cagarnos de risa.”
H2Octetas se presentan hoy a las 19 en El Mandril (Humberto Primo 2758), mañana a las 18 en Espacio Aguirre (Aguirre 1270) y el domingo a las 20 en La Manzana de las Luces (Perú 272).
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