BRASIL A LA VISTA
Desde el conservadurismo más rancio hasta el ecologismo más verde, las expresiones oficiales del odio –que en Brasil se manifiesta en ejecuciones casi diarias– tuvieron su peso en la balanza electoral. Por un lado la calle salvaje, por el otro el electorado.
› Por Gabriela Cabezón Cámara
La homofobia y el matrimonio igualitario fueron dos de los ejes de discusión de las campañas para las elecciones presidenciales de Brasil. Algunos días, como el domingo 28 de septiembre, fueron el tema excluyente. Planteada la cuestión del matrimonio en un debate televisivo entre los candidatos, probablemente un programa más o menos aburrido salvo para quienes disfrutan de esa clase de shows, se escuchó: “El aparato excretor no reproduce”. Lo dijo el político conservador Levy Fidelix y podría haberlo formulado de otro modo, por ejemplo, “no se puede parir con el orto”, pero dijo lo que dijo y su homofobia le deparó una fama que la militancia no le había dado nunca. Habló de él medio planeta.
Hay que detenerse un instante en la elección de sus palabras: “Aparato excretor”, dijo, refiriendo algún manual de anatomía, y “reproduce”, refiriendo seguramente al mismo manual y al mandato judeocristiano de “creced y multiplicaos”, mezclando en una sola oración palabras propias de un paradigma religioso, en el que la vida humana tiene un fin claro y decidido de una vez y para siempre hace milenios, y otro “científico” con un giro político fuerte; al mismo tiempo que nombra y asigna una función, y sólo una, a la parte del cuerpo que designa. No estamos hablando de un problema de corrección o incorrección política. Esta enunciación de asepsia, fe y odio –el conservador agregó que los homosexuales podrían ser asistidos psicológica y afectivamente, “pero bien lejos de nosotros”, entre otras cosas– se da en un país con una enorme cantidad de asesinatos homofóbicos: cada 28 horas muere de muerte violenta una persona de la comunidad LGTB en Brasil.
Y no fue Fidelix la única tristeza brasileña del último mes. El desengaño más fuerte para la comunidad fue el de Marina Silva, la candidata ecologista que ascendió vertiginosamente en intención de voto hasta plantarse como la opositora más seria de la presidenta Dilma Rousseff. Marina, que se propuso como la representante de una “nueva política”, expuso extensamente su plan de gobierno. Entre otras cosas, contemplaba la aprobación del matrimonio igualitario y la criminalización de la homofobia. Marina dio marcha atrás cuando el telepredicador millonario Silas Malafaia –en enero de 2013, la revista Forbes lo ubicó como el tercer pastor pentecostal más rico de Brasil, con una fortuna de 150 millones de dólares– la criticó en Twitter. No fue la única causa, se señalan otras, pero a esta muestra de debilidad o de obediencia ciega a su pastor –o de las dos cosas juntas, que no se excluyen–, muchos analistas atribuyen parte del fracaso de Marina, que pasó de ser la rival más fuerte de Dilma a un tercer puesto que la dejó fuera de la segunda vuelta.
Cabe aclarar que el matrimonio igualitario está aprobado en Brasil, pero por acción del Supremo Tribunal Federal y no por el Poder Legislativo, lo que sin lugar a dudas es responsabilidad de todos los partidos. Por otra parte, un proyecto de ley de criminalización de la homofobia fue presentado en el Congreso en 2006 y está trabado en el Senado por presión de la poderosa bancada evangélica, que tiene 77 miembros en ambas Cámaras.
Cuando hablamos de homofobia en Brasil, hablamos de 312 asesinatos en 2013. Y 220 este año al que todavía le falta un trimestre. Hablamos del incendio, hace un mes, del Centro de Tradiciones Gaúchas, el lugar que había sido amenazado porque iba a celebrar una boda masiva que incluía a una pareja de lesbianas en Santana do Livramento, al sur de Brasil. De casos como los de José Leandro y José Leonardo, que tenían 22 años, trabajaban en una fábrica de tejas, eran gemelos y caminaban abrazados por la calle después de la fiesta junina de 2012. Una patota de ocho los confundió con una pareja gay y los atacó a las trompadas y con un cuchillo. Terminaron matando a Leonardo a golpes de baldosa y Leandro quedó muy herido. Un poco después, un chico gay de 15 años, Lucas Ribeiro Pimentel, fue asesinado: lo empalaron y le vaciaron los ojos, además de pegarle salvajemente.
El antropólogo Luiz Mott, fundador del Grupo Gay da Bahia, la organización que recoge y organiza la información sobre homofobia en Brasil y es referente para organismos internacionales como la ONU, describe estos asesinatos: “Esas muertes tienen como característica el gran número de golpes, tiros, uso de múltiples instrumentos para arrancar la vida. La práctica de tortura torna más graves tales asesinatos, que deben ser caracterizados efectivamente como crímenes de odio”.
Esto es política: cómo no hablar de homofobia en la campaña presidencial. Y aún falta el ballottage.
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