› Por Magdalena De Santo
En el escenario, la rubiez y juventud de Rocío Girat se mezcla entre las cholitas que quieren cantar un carnavalito. “¡Que hable Rocío!”, gritan Las Rojas en la ceremonia de apertura del 29º Encuentro Nacional de Mujeres. Entonces Rocío larga un hilo de voz y se quiebra ante nosotras como no lo hizo sentada en la mesa de Mirtha Legrand. Llegan las lágrimas y abrazos que la apachuchan, las banderas que se doblan y las masas rojas se retiran a su única izquierda. Las cholitas siguen esperando. Un micrófono, finalmente, amplifica unas solitarias coplas, sin algarabía popular ni flamantes consignas. En el vacío retumba el agudo final de su plegaria terrenal. Afuera está el sol que pega y las hordas de mujeres que siguen cayendo: miles de desconocidas, otras que no ves tan seguido, las que sí, las que sabías que capaz llegan de Córdoba y Neuquén.
Caen tu jefa, tu alumna y una especial que te besa largo en la boca. Otra grita que es diabética, que le hace mal tanta dulzura.
El Encuentro Nacional de Mujeres es una experiencia caótica en sí misma y entregarse a lo incierto muchas veces atemoriza. Una masa de mujeres muy diferentes, de manera autogestionada y sin aspiraciones resolutivas, nos reunimos con la finalidad de ver qué onda la otra, qué piensa, qué hace, qué pasa en otras provincias. Somos más de 35.000 entregadas al devenir. Pero no quiero pintar un paraíso mujeril sin conflicto. Entre las concurrentes las hay lesbofóbicas, bifóbicas, transfóbicas, sexistas, antifeministas, católicas, milicas, también infantiles y las que viven con mucho miedo. Están las que denuncian todo, las que no saben escuchar ni soportan el deseo ajeno. Si eso es ser mujer, entendí a Wittig. Las discrepancias partidarias también superabundan: las que aman u odian a Trotski, a Mao o Cristina se abren como las aguas de un Moisés no siempre laico. Sin embargo, entre tantas mezcolanza, no veo borrachas o drogadas haciendo estragos, tampoco choreos ni minas que se caguen a piñas. Cinco barrabravas hacen más destrozos que 35 mil de nosotras. Aún así hay proliferación de ratis que salen de debajo de los cactus. Yuta por todos lados: en cada esquina dos o tres gorras. Patrulleros deambulan por las escuelas y entran con disimulo. Gendarmería detiene a cuanto micro puede para que el destino no sea. En cada iglesia salteña las vallas pesadas cubren los rostros del uniforme represivo. Una dice que la ciudad está sitiada.
En el taller de activismo lésbico una torta salteña nos invita a participar de una marcha “para que las tortas de esta ciudad conservadora no se sientan tan solas, para que las tortas de las villas puedan salir sin miedo”. Entonces ahí fuimos. Los milicos civiles deambulaban entre tortillas, empanadas y tamales. En vivo, las cumbias de Las Conchudas, con Sasha en la guitarra, agitan. Allí, la artista trans torta denuncia ante el público que el taller de mujeres trans está último en la nómina de talleres. Para coronar la noche, entre lenguas de mujeres, algunas que armaron sus carpitas para dormir fueron desalojadas por la policía.
Besos lésbicos
Hace tiempo que las distintas comisiones organizadoras, de las distintas localidades, resuelven que el recorrido de la marcha oficial no incluye la Catedral. Esto nuevamente produce una división de aguas, porque algunas sostenemos que el reclamo central de la despenalización del aborto tiene como interlocutor principal el poder clerical. Entonces la marcha se divide. Algunas siguen a la comisión organizadora y otras vamos a decirle a la Iglesia basura que es la dictadura. Por lo general un grupo de extremistas católicos nos recibe tomados de las manos rezando el Ave María. Para nuestra sorpresa, este año, había dos. Sí, sólo dos machirulos. Y una valla que cubría la delantera y el trasero de la Catedral. El aquelarre arcaico, en el que las brujas destetadas empujan y escupen en su catarsis de odio a los católicos no se desarrolló. Pero las fuerzas de seguridad institucional en su presencia magnánima no desactivó toda la rebeldía. Una performer en zancos vestida de Virgen concebida vino a exigir el aborto no punible que la ley nacional le garantiza, otras que saben que la única iglesia que ilumina es la que arde prendieron un fueguito con crucifijos de cajones de verdulería con estampas de odio. También los titulares del diario web Instransigente dicen que un nuevo movimiento lésbico tuvo sexo ahí mismito. En las fotos estoy yo, pero juro no sabía que eso era coger. Le pido perdón a Dios, masculino y singular, por nuestro desconche en Salta. Lo volvería a hacer.
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