LA COPA LLENA
› Por Liliana Viola
La muñeca que llega solita desde la China capitalista y explotadora para caer justo en una juguetería sin nombre del barrio del Once donde se vende por poca plata (ya que de cerca se le nota que no es la auténtica hada de Disney) durante su efímera fama funcionó como un falso doble de cuerpo de ese otro cuerpo real a quien van dirigidos los golpes. Pero también actúa, involuntariamente, como un dron. Ojo testigo que sobrevuela una disputa silenciosa entre prejuicios y deseos, derechos adquiridos y prejuicios, cuestión muda pero definitivamente instalada: ¿hasta dónde, quién y cómo se logrará o se dejará lograr la autoconstrucción de las identidades sexuales? ¿Es obligatoria? Los argumentos que preferirían no responder sino directamente dinamitar la pregunta no logran zafarse de las viejas bromas que aluden al “juguete con sorpresa”, de los reclamos burocráticos por daños y estafas, o de la defensa de los niños que tendrían derecho a no saber sobre estas cosas, todavía.
El espejo devuleve una novedad, una consecuencia no esperada e incontrolable: lo que empieza como una excusa para el debate en miniatura o el bardeo, termina revirtiendo su origen bizarro en la forma de la celebración: “Qué bueno habría sido tener una muñeca de estas en mi infancia, ojalá que se comercialice pronto”, se escucha declarar a quienes se pretendía atornillar en el lugar obligatorio del ofendido o el injuriado. Se revierten las jugadas. Las reglas van cambiando y lo imposible se vuelve horizonte de posibilidad. Porque, además, “la muñeca trans” que enoja tanto a la familia consumidora es sospechosamente simultánea de un proyecto de ley de resarcimiento económico a personas transexuales de más de 40 años presentado por Diana Conti. Es contemporánea de muchos logros recientes de esta comunidad por los cuales se brinda más adelante en este mismo suplemento y en muchas casas. El relato bizarro de la muñeca defectuosa que espera cambiar su suerte en un hogar donde haya una niña buena que la quiera tal como ha sido manufacturada, además, es una noticia chasco o anzuelo: hace unos pocos meses una muñeca similar también estuvo en Paraguay y hace un año fue titular amarillo en otros países donde la transexualidad se va haciendo cotidianamente visible. En la versión guaraní llegaba desde Rusia y el hervidero del Once estaba remplazado nada menos que por Ciudad del Este. Los fabricantes eran denunciados con nombre y apellido pero luego sacaban un comunicado desmintiendo que el producto estuviera a la venta, para evitar el oprobio pero también la voracidad del público que amenazaba con levantar todas las falditas de las jugueterías. La versión paraguaya era una bebota rubia que terminaba corriendo la misma suerte que la porteña: recorrer la web con una única foto y ocupar tres días de atención hasta no dar más. En la prensa paraguaya se cubrió la entrepierna con una distorsión de la imagen para “proteger la sensibilidad de los lectores” (sic) y no se habló de “muñeca travesti”. ¿Habrá una o varias muñecas con pene dispersas por el mundo esperando a quien se juegue por ellas? ¿Será tal vez una acción performática de activistxs infiltrados en las fábricas chinas? ¿Habrá tantas muñecas trans como fantasmas de Elvis?
Si hay algo francamente asombroso en la noticia es justamente el titular de la noticia. Donde antes habria escandalizado el error, o la presencia del pene, ahora la palabra transexual, trans, travesti circula por el lenguaje cotidiano con una libertad y una autonomía inusitadas. La sinceridad genital tantas veces reclamada en los juguetes de pronto se vuelve cuestión de sexualidades disidentes.
Según la ley secreta del reino de los juguetes y desde que la infancia existe para ser entretenida, educada y preservada, “lo de abajo” es completamente liso y se reduce a una mera articulación para encastrar las piernas. La vestimenta, mientras tanto, es el indicador más contundente de lo femenino y masculino, le sigue el nombre de pila, muchas veces superpuesto a la marca, la caja rosa con accesorios para la dama o con armas para el varón. Un tórax marcado y si hay senos nunca tienen pezones. Ni los bebés que hacen pis se salvan del agujerito funcional. La genitalidad no tiene influencia en la construcción del género de los bebotes, las peponas o los Kent. Lo que ha sido negación también puede admitir nuevas liberaciones. A la luz de los tiempos en los que, por ejemplo, una Angelina Jolie respeta el look de su hijo (anteponiendo la presunción de su deseo ante cualquier otra), y las leyes reconocen la identidad que viene de la propia percepción, las viejas omisiones, las viejas lisuras y hasta los chistes malos admiten y provocan ser revisitados como campos aptos para la resignificación.
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