SOY ABIERTO POR VACACIONES
Peter Pank envía “El polaquito de Lanús”, relato que el año pasado salió publicado en dos antologías: Fetiche, de Eloísa Cartonera, y Lanús, de Editorial Cencerro. Soy invita a sus lectorxs a seguir mandando sus cuentos breves por inbox (Facebook: Suplemento Soy).
Era 1998 y mi amigo Pablo se había ido de gira teatral por primera vez a Italia. Me dejó su casa en Lanús Oeste para que se la cuidara durante el tiempo que durara su viaje, ya que pensaba aprovechar y recorrer otras ciudades europeas. El departamento era una especie de PH en una planta alta, sobre la calle Dr. Melo, y tenía una terraza donde siempre daba el sol, con una parrilla y tres macetas con plantas de marihuana. Eran dos ambientes: un comedor muy amplio y luminoso y la habitación con piso de madera y cama matrimonial. Fueron varios meses los que viví ahí, ya que mi amigo decidió quedarse en Europa y ocupé la casa hasta el final del contrato. Los vecinos de abajo escuchaban Los 40 Principales todo el día y, sin quererlo ni desearlo, fui enterándome de cómo el tema “Laura no está” de Nek iba escalando posiciones. La canción me hacía pensar en Diego, mi ex novio, y me daba ganas de llorar.
“Laura se fue, no dijo adiós, dejando rota mi pasión.
Laura quizá ya me olvidó y otro rozó su corazón.”
Yo trabajaba de noche como drag queen en una disco del centro y solía volver de mañana con los restos de maquillaje corrido en la cara y un bolso enorme lleno de vestuario. Por lo general llegaba algo borracho y triste recordando el amor perdido. Pensaba que unos meses atrás me hubiese bajado en Gerli e ido a dormir a su casa juntos y abrazados. Una de esas mañanas de domingo bajé del 37 en Yrigoyen y caminé dos cuadras por Quintana hasta el departamento. En la esquina de Iberlucea estaban dos muchachos en actitud sospechosa. Yo pensé que me querían robar, pero en cambio uno de ellos me chistó y me empezó a seguir. Era muy rubio, con el pelo corto casi blanco y los ojos celestes, claritos como esa mañana. Cuando me preguntó mi nombre no supe qué decir y, al recordar la canción del momento, le contesté: “Laura”. Como respuesta me besó contra el portero eléctrico de un edificio y salimos corriendo al oír la voz adormecida que preguntaba “¿quién es?”. En un arranque de inconsciencia lo llevé a la casa. Su belleza me había vuelto confiado y vulnerable. Su cuerpo desnudo parecía un Miguel Angel, como los de las postales que recibía desde los museos que visitaba mi amigo en su viaje.
“Y si te como a besos, tal vez la noche sea más corta, no lo sé.
Yo sólo no me basto, quédate y lléname su espacio, quédate, quédate.”
Después de la cuarta vez que lo hicimos en la misma mañana, seguíamos besándonos y me contó su historia. Le decían “El Polaco”, tenía 19 años y una hija de 3 a la que no veía. Vivía cerca de la estación con su familia adoptiva. Había estado preso por robo en un reformatorio de menores. Ahí había descubierto el placer entre muchachos. Todavía seguía robando, pero me dijo que yo no tenía que tenerle miedo porque era su novia.
Empezó a venir casi todos los días a las horas menos pensadas. El sexo era cada vez mejor y empezamos a fumarnos las plantas de las macetas. A veces traía cosas para que le guardara, como zapatillas o camperas, y otras me regalaba cajas con mercadería o CD.
“Si me enredo en tu cuerpo sabrás que sólo Laura es dueña de mi amor.
No encontraré en tu abrazo el sabor de los besos que Laura me robó.”
Una noche me dijo que iba a presentarme a sus amigos, que me pusiera linda y que lo fuera a buscar a la vuelta. Me maquillé y vestí como para un show. El estaba con un grupo, sentado en la parte más oscura de la vereda, tomando birra y fumando faso. Se acercó y me besó en la boca delante de todos. Las chicas me dijeron que era muy linda y los varones me trataron con respeto. Yo era Laura, la novia del Polaco, y ya formaba parte de ellos: los pibes de Iberlucea.
“Puede ser difícil para ti pero no puedo olvidarla. Creo que es lógico, por más que yo intente escaparme ella está.
Unas horas jugaré a quererte pero cuando vuelva a amanecer me perderás para siempre.”
El Polaco desapareció de un día para otro. Un par de noches después de la última vez que dormimos juntos, me maquillé y fui hasta la esquina. La barra de Iberlucea me contó que lo había agarrado otra vez la cana. Dos de sus amigos se empezaron a poner mimosos conmigo, disputándome ahora que él ya no estaba más, pero yo no volví a pasar por esa esquina. Al poco tiempo el contrato venció y me fui de Lanús.
Casi 10 años después, por un azar del destino, terminé varado una tarde en Lanús y fui a un kiosco a comprar cualquier cosa para cambiar monedas. Me atendió El Polaco. Estaba hecho un hombre y yo también. No reconoció en mí a Laura y yo no dije nada. No pregunté nada. Compré un alfajor, pagué y me fui.
“Y yo sólo sé decir su nombre, no recuerdo ni siquiera el mío.
¿Quién me abrigará este frío?”
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