Vie 13.02.2015
soy

Todo cuerpo es político

Communitas, el libro de imágenes de Nora Lezano y textos de Emilio García Wehbi, problematiza las normativas sociales que cosifican nuestros cuerpos e impiden sus necesarias disidencias.

› Por Gabriela Cabezón Cámara

”Llegamos al mundo en un cuerpo único. Nos vamos del mundo dejando el cuerpo. El cuerpo nos sobrevivirá.” ¿Cómo es que lo manifiesto y evidente puede golpearnos con la fuerza de una revelación? Esto, algo del orden de una revelación de lo que es en todos y en cada uno, y sin embargo casi no vemos, pasa con Communitas, el libro del artista Emilio García Wehbi y la fotógrafa Nora Lezano que acaba de editar Planeta. El epígrafe que se cita en este párrafo es el que usa Gabo Ferro para arrancar su introducción a esta obra de cien textos breves intercalados con la misma cantidad de retratos tan exhaustivos –tan pegados a la piel– como sencillos. Los dos ensayos, el verbal y el fotográfico, dialogan, crecen juntos, dice cada uno lo que el otro no puede, se traman hasta crear un libro contundente.

¿Qué es lo que se revela? Los cuerpos concretos, la materialidad y la política de eso que somos, la desnudez tan evidente como imposible porque el propio cuerpo no puede verse más que en el reflejo de la mirada del otro o de la propia en el espejo, tan atravesadas las dos por el peso de la cultura, de las religiones que llevan milenios escribiéndolo y del mercado que lo encorseta con la rigidez y la uniformidad de sus modelos.

En Communitas lo que se muestra es esa desnudez imposible: fotos y textos deconstruyen la representación religiosa y mercantil para que así podamos ver los desnudos de los más de cien modelos que convocó García Wehbi el año pasado para su performance 58 indicios, basada en una obra homónima de Jean-Luc Nancy, y que Nora Lezano fotografió. ¿Se puede ver la desnudez de un cuerpo?, ¿puede mirarse un cuerpo por fuera de una política?, ¿existen cuerpos humanos fuera de lo político? No, claro: eso irreductible a la política nos resulta invisible, y García Wehbi y Lezano lo manifiestan; lo posible es leer críticamente las políticas tradicionales: “El cuerpo normativizado (que) sólo se ejercita en la reafirmación del sentido común, del buen gusto, convalidando finalmente la inmovilidad, el sedentarismo, la agricultura y el vallado –todas estas expresiones de fijación a un territorio único, privado y acumulativo–, transformándose, en el mejor de los casos, en una máquina de matar capitalista tan poderosa como son sus tanques o sus bolsas de comercio”.

Entonces ahí están, en cada uno de los hermosos retratos de Lezano, las imágenes de hombres y mujeres de cualquier género –no queda mucho de las marcas de género en la desnudez–, hombres y mujeres con cuerpos no formateados por la uniformidad del mercado, cuerpos singulares, cuerpos presentes. Escribe García Wehbi: “El cuerpo de los carteles publicitarios es uno vacío y ausente, que sólo sirve para vender laxantes, zapatillas de marca o cervezas; es un cuerpo que busca huir de su propia corporeidad. Sus treinta y dos piezas dentales en perfecto estado de blancura, sus senos simétricos, sus axilas y pubis lampiños o su piel exfoliada son los testimonios que marcan el camino hacia la desaparición. Es la infección de la vida. Y por tanto, está inoculado también por el principio de muerte. En el mismo momento que nace, comienza a morir. Y su devenir en polvo está atravesado por el azar, la casualidad, la fatalidad”.

Los cuerpos que nos muestran Lezano y García Wehbi son cuerpos marcados, cuerpos que señalan su propia cicatriz, cuerpos que, como todos, han sufrido, que han sobrevivido, cuerpos que llevan su biografía inscripta, cuerpos resilientes, define García Wehbi, y tiene razón: todos los cuerpos, todos los seres humanos lo somos en alguna medida, una medida diferente, una medida singular; eso, la cicatriz, es lo que Communitas elige para leer el carácter de único que posee cada cuerpo y lo que los modelos señalan en las imágenes, pintándoselo con barro sobre la piel. “El cuerpo es vulnerable. Un cuchillo lo hiere, una palabra lo lastima. Tiene sus propias razones, ajenas al mundo, pero formando parte de él. Entonces sus razones son su política, que se manifiesta a través de su singularidad, su diferencia. Podríamos también llamar a esa diferencia con otro nombre: cicatriz.”

La singularidad y la diferencia, lo que no se somete a la norma –o no se somete tanto como impone el mercado– es lo que hace de cada cuerpo un acto de resistencia, un acto político de rebelión: ésta es la belleza que nos muestran García Wehbi y Lezano, y lo dicen: “Bello es el choque del cuerpo contra las reglas del mundo”. Ahí, afuera de la naturaleza, pero bien adentro del mundo e inscriptos en la piel y las conciencias, en la cultura, están, además del mercado, los dioses intentando imponer su mapa del cuerpo, sus instrucciones de uso, sus llamados al ascetismo, su definición de los orificios, su terror anal –como define Beatriz Preciado en su libro homónimo, editado en el país en 2013 por La Isla de la Luna–: su fuerza coercitiva para impedir la libertad, reglamentar o prohibir el goce y la fiesta de los cuerpos. “El daño que la religión le ha hecho al cuerpo es casi irreparable. Lo ha tachado, censurado, reprimido, olvidado, castigado, humillado, cercenado. Todas las llamadas Santas Escrituras han inaugurado, cada una a su tiempo, una nueva era de la repulsión corporal”, afirma Communitas. Y sigue el texto con otra verdad tan evidente y tan provocativa como el epígrafe de Gabo Ferro: “El verdadero delator (de Jesús) fue Dios y no Judas, que entregó el cuerpo de su hijo para el sacrificio en la cruz, cumpliendo su propio plan”.

Hay poco cuerpo fuera de la cultura: lo que queda del animal, propone García Wehbi, el depredador, dice. Y le atribuye en la que es, tal vez, su tesis más discutible –le confiere al animal depredador características que sólo exhibimos los seres humanos–: fenómenos como los genocidios, el terror más absoluto, la Shoá.

Se trata, una vez más porque los cuerpos somos en relación con los otros, de política. Y Communitas se cierra con un manifiesto, con un llamado a la libertad, a la alegría de vivir, de ser en el mundo: ser carne.

“Por tanto –dice–, el cuerpo es hermoso sólo cuando se muestra ateo y materialista, dotado de un hedonismo profundamente ético.” Llama, en este momento de la historia en que los fundamentalismos religiosos y nacionalistas están en auge, a una comunidad de diferentes. Lo explica Gabo Ferro en su introducción, remitiendo al libro del filósofo italiano Roberto Esposito, Communitas. Origen y destino de la comunidad: se está predicando sobre una comunidad en que los “individuos se reconocen por su igualdad en la diferencia, por un deber ético para con ellos mismos, y consecuentemente por oposición a la comunidad sometida, obediente y deudora de un contrato real o tácito alguna vez convenido”.

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