TRANS*EXUALIDADES
Acompañamiento, factores de salud y recursos educativos (Editorial Bellaterra) es el título del libro que Raquel (Lucas) Platero presentó hace poco en Madrid. Se trata de una especie de manual que vuelve sencilla y muy cercana la existencia trans*. Abre para todo público una realidad cotidiana que la ignorancia o el miedo tienden a mantener en sombras. Soy conversó con su autor y adelanta algunas ilustraciones de Isa Vázquez y fragmentos de este libro que se puede conseguir en Argentina.
› Por Gustavo Pecoraro
Raquel (Lucas) Platero es doctor en sociología y ciencia política, docente en intervención sociocomunitaria en la escuela pública secundaria, y desde los años ’90 parte activa del movimiento feminista y lgtbi. Presenta su libro Trans*sexualidades... como una herramienta para pensar(se)(nos) y a la vez se presenta como candidato a las primarias de Ahora Madrid para las próximas elecciones en esa ciudad. Doble atrevimiento: contra el binarismo el libro, contra el bipartididismo la alianza que viene asombrando al electorado español, alianza electoral conformada por Podemos (el partido que lidera Pablo Iglesias) y Ganemos Madrid, un espacio en el que participan ciudadanas y ciudadanos, personas de movimientos sociales, colectivos que vienen del 15M y partidos políticos como un sector de IU liderado por Mauricio Valiente, Equo, Ganemos Madrid, y que podría acabar con los más de veinte años de gobierno del Partido Popular. Una alizanza que, como dice Beatriz Gimeno, “se ha llenado de gente corriente, de la gente que protestaba en las calles, de la gente de las mareas, de las resistencias”.
–Esto es problemático porque yo debería ser una persona trans al uso, ser Lucas solo. Y en mi vida cotidiana yo soy Lucas. Nadie me llama Raquel Lucas, o bueno, sí, la gente despistada que cree que Lucas es mi apellido. He escrito más libros con el nombre Raquel Platero, no he nacido debajo de un champignon ayer, tengo 44 años. Tengo una vida previa con el nombre de Raquel, que es un nombre que no me disgusta. Pero me siento mejor (y esto es una diferencia muy importante) como Lucas, en el sentido de que es el nombre que me llama mi familia, que me llama mi pareja, que me llaman mis amistades. No es que Raquel esté mal, es que Lucas está mejor. No siento odio hacia el nombre Raquel. No tengo disforia de nombre porque no tengo disforia. Lo que tengo es un lugar masculino que se ajusta más a quién yo soy, y me encuentro bien ahí.
Proveniente de una familia muy humilde, Platero cuenta, entre otras cosas, que sus padres son sordos, que tiene un hermano y que ambos aprendieron a hablar en lengua de signos en su infancia. Que entonces en esos años genéricamente era la “niña” y su hermano el “niño”.
–Mira, mi hermano sintió en un momento de su adolescencia la necesidad de cambiarse de nombre (tiene un tatuaje en el codo en forma de espiral). Su nombre en lengua de signos pasó a ser “la espiral”. Así es que pasó de ser “niño” a “espiral”. Yo tengo este nombre en el lenguaje de mis padres (hace un signo con los dedos que bordea su boca) porque cuando sonrío me sale esta marca facial; entonces fui de “niña” a “Lucas” (repite el signo con los dedos que bordea su boca). Ahora mis padres me dicen Lucas y a ellos les da lo mismo porque ellos no hablan castellano, ellos me llaman así (y repite ese hermoso signo con los dedos que bordea su boca y sale de su sonrisa) y no hay dudas en ningún idioma. El resto de mi familia, que no necesita el lenguaje de signos, aprendió a nombrarme Lucas. Así lo hacen mi hermano, mi cuñada y mi sobrino.
–El libro más que preguntar lo que hace es hablar de algo que está sucediendo, y algo que está sucediendo ahora. Mi interés no es tanto definir “la transexualidad es esto”, sino incentivar a la gente a hablar sobre lo trans. De hecho, uno de los intereses que yo tengo con este libro es hablar de que lo trans es una cosa múltiple. Por eso desde el título hablo de lo trans con asterisco, porque en el contexto internacional la gente está pensando que hay muchas maneras de vivir lo trans. Entonces, si hay muchas maneras de ver lo trans, ¿qué hacemos? ¿Nos peleamos por las distintas maneras de ver lo trans? ¿A ver quién es más trans de todxs?.
–A mí no me interpelan esas preguntas. Me interesa mucho más la vida cotidiana para que la gente viva mejor. No es lo mismo tener 5 años que 15 o 55. No es lo mismo tener articulado el apoyo personal a los 5, que más tarde en la vida, donde los retos son distintos. El libro es una propuesta social y pedagógica que intenta poner a las personas trans en el centro, como protagonistas y sujetos que toman las riendas de sus vidas. Se trata de un acompañamiento a la comunidad, conscientes de los roles que juegan la familia, el activismo, profesionales múltiples y, por supuesto, los medios de comunicación.
–El asterisco debe ser lo que te permita pensar en el pie de página, en una lista o constelación de cosas distintas. Mi interés no es fijar un término, sino introducir un término donde las personas trans son mamás y papás, hijas e hijos, y son trabajadorxs, son estudiantes, o ciudadanxs. El libro no habría sido posible sin el diálogo que se ve incluso entre comillas con una gran cantidad de personas muy diferentes y en situaciones sociales y etarias bien distintas.
–Hay gente que piensa que lo trans es una cosa poco importante porque es pequeña o alude a pocas personas, y otras que piensan que lo trans es tremendamente transformador porque vamos en dirección a la androginia, a que no exista el género, y ni una cosa ni la otra. Me gusta mucho lo que dice Mauro Cabral, de que no siempre las personas intersex o las personas trans están aquí para ser todas revolucionarias, no se levantan todas las mañanas con una cinta en el pelo tipo Rambo y se van a la calle a transformar el mundo. Sus vidas sí transforman el mundo. Pero no todo el mundo tiene la voluntad de ser activista. ¡Ojalá todas las mujeres fueran feministas! ¡Todos los gays activistas! ¡Ojalá que todos los movimientos sociales fueran antipatriarcales! Pero no hay una obligatoriedad, las personas trans no tienen que ser mejores que las personas no trans.
–Sí, pero converger en un sitio plural donde podamos caber toda la gente y hablar de que el que se quiera hormonar que se hormone, el que no se quiera hormonar que no lo haga. Quien quiera rectificar su nombre, que lo rectifique; quien no quiera, que no lo haga. En ese sentido, coincido con la activista trans norteamericana Susan Stryker cuando dice: “Lo trans tiene mucho más que ver con negarse a cumplir las expectativas del sexo que se te asignó en el nacimiento que con el hecho de que lo trans necesariamente tenga que ser ir de A a B”. Todo el proceso médico lo que hace es visibilizar que ése es el proceso. Y lo es para muchas personas y por eso hay que apoyarlo y lograr las mejores opciones para que la gente lo haga en las mejores condiciones. Pero fuera de ese circuito médico hay mucha gente trans que tiene otras trayectorias. Gente que deja de consumir testosterona, o que la consume ocasionalmente. O gente que lo que necesita es reconocimiento social. O gente que hace modificaciones corporales, pero algunas, no todas. En ese lugar plural nos tenemos que encontrar. Tiene que ser posible sentarnos a pesar de las diferencias.
–Es muy posible que gran parte de nuestras sociedades siga pensando que la sexualidad, la identidad y la (des)identificación con los roles de género sea un tema tabú, especialmente cuando se refiere a la juventud o a la infancia. Estas reticencias contrastan con la importancia que tienen en la ciudadanía. Vivimos con mitos e ideas equivocadas que dificultan la aceptación e integración de las personas trans. Necesitamos un imaginario social, necesitamos maneras de empezar a dialogar con el otro y pensar que el problema no lo tengo yo, que el problema son los roles sociales, el problema es la definición tan tremendamente estrecha de lo que es el género, que castigamos a la gente por la ruptura. El problema acá es la transfobia, no lo trans. Todo este concepto entronca de hecho muy directamente con la noción de homofobia. No es que molesta que los hombres tengan sexo en su casa con otros hombres, lo que molesta son los hombres afeminados socialmente.
–Primero, haciendo luchas compartidas. La transfobia tiene que ver con el feminismo, tiene que ver con la homofobia, tiene que ver con el clasismo. Otra vez, “ese lugar común donde poder converger”. El libro plantea nociones interseccionales. Por ejemplo, muchas veces el problema de las personas trans es que no tienen trabajo y que algunas personas piensan en dedicarse a la prostitución por esas razones. O que piensan “¿quién me va a querer?”, y eso lo dicen las niñas o niños de 5, las de 15 o las de 50 años, “¿quién me va a querer si soy trans?”. Las personas trans somos deseables y deseadas. Hay que decirlo fuerte. Hay que deslocalizar el problema.
–Sí, pero aún así la transfobia no goza de tanto reconocimiento como problema social sobre todo si se la compara con derechos de gays y lesbianas o de cuestiones como el racismo. Las causas más profundas están localizadas en una visión social compartida y extendida en el mundo occidental de personas que están clasificadas en dos sexos únicos. La transfobia está sostenida en que esa división entre mujeres y hombres es jerárquica, estableciendo los valores más positivos para los hombres. En esta visión, el tránsito de un sexo a otro está altamente penalizado al tiempo que la androginia genera curiosidad, es codificada y comercializada. La situación ideal es que se combinen las políticas de prevencion global y asistencia: una alternativa social y educativa a los valores dominantes y otro nivel de acción más específico tendiente a mejorar las condiciones de vida.
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