REDES
Irónico, kitsch, mamarracho, alienígena, masturbatorio. Todo eso se ha dicho del proyecto Bcalla Fall 2015/Colby Does New York, a medio camino entre el videoarte y el spot publicitario.
› Por Franco Torchia
En 2014, el “intelectual” más pornográficamente comprometido de la filmografía contemporánea, Colby Keller, dejó algunos hábitos del mercado: después de iniciar una campaña digital para recaudar fondos, donó sus libros –ejemplares únicos a la hora de lucir anteojos sin vergüenza y reforzar su apariencia de penetrador sensiblero y reflexivo en Twitter, Tumblr y en su célebre blog, BigShoeDiaries–, se deshizo de objetos varios, logró comprar una camioneta, un colchón para la parte trasera y una buena cámara de video y emprendió una gira por Estados Unidos, Canadá y México.
Autodefinido blogger, artista y actor, Keller es venerado por miles de fanáticos que depositaron fondos propios o ajenos en pos de la odisea “Colby Does America”, cuyo objetivo total es filmar un intríngulis sexual en cada Estado en menos de un año (“y en todos los lugares que ellos, en Canadá, también llaman Estados”, dijo irónicamente). Inspirado en el músico yanqui Sufjan Stevens y su plan original de grabar un álbum por región, y con casi 46 mil dólares embolsados, Keller encontró en las vísperas de la última semana de la moda en Nueva York el súmmum de su pretensión performática: en el stop neoyorquino de su tournée y en saturada fusión con el diseñador de indumentaria Bcalla y con seis de los más famosos “cockyboys” (actores de la afamada empresa homónima) protagonizó lo que en sus propias palabras es “un poco una película de arte, un poco una obra de diseño de indumentaria y otro poco una locura tipo Beetlejuice alienígena y alucinado”: “Bcalla Fall 2015/Colby Does New York”, videogramas que son, simultáneamente, spot de la nueva colección de Bcalla, documento de la gira de Keller y manifiesto de un sector del país del Norte que no miramos: jóvenes gays tan pornos como modernos, los “pornodermos”. Con sede en Brooklyn y experiencia en looks como el de Lady Gaga, la rapera Azealia Banks y el inminente gurú AB Soto –morocho siempre a caballo de ositos de peluche y sombreros de cowboy– el nombre Bcalla (abreviatura de Brad Callahan) es cita obligada para quienes malversan los fondos “queer” de la resistencia e insisten en vestir con ese epíteto maniquíes y vidrieras: “Mi obra se explica a partir de las colaboraciones que tengo con otros soñadores que se niegan a ver el mundo tal como es”, confesó hace días.
“Cuando tenía cuatro o cinco años, mi papá pintó un cuadro en el que se me ve a mí llorando en mi escritorio porque no me salía bien la ropa para mi Barbie.” Ese rosa Barbie es el mismo que, en vinilo, nylon, gasas y retazos satinados, enmarca el film basado en instantes de un coito perpetuo, con superhéroes en trajes tan anatómicos como infantiles y formatos textiles exclusivos para, por ejemplo, anular la bragueta y que el arte de la fellatio sea de muy fácil acceso: “El sexo es parte de la vida de todos y todos estamos aquí gracias al sexo, así que ¿por qué no hacer que se unan una parte de la moda y el arte?”, opina Colby en el detrás de escena, minutos después de haber grabado una sesión masturbatoria en la que su eyaculación es sincrónicamente acompañada por un estallido multicolor de papel picado: “Hay mucha vergüenza en torno del sexo, sobre todo cuando se exhibe. Y en realidad es sexo. No debería haber vergüenza. Esto es una forma de romper esa barrera. Y es genial”. El guarismo final del film –en el que, no sin mérito, los apareamientos pierden todo encanto y se vanaglorian de su trivialidad– obedece también al ideario de Jake Jaxson, responsable máximo de CockyBoys, sello editor que desde 2007 intenta poner en diálogo videoarte, ensayo erótico y cine experimental. Multipremiado y de culto, el proyecto aplica voyeurismo sin corbatas ni uniformes: “Apenas una pija golpeando un culo”, tal como definió su creador Kyle Majors. “Hay un montón de cineastas que han explorado la pornografía en películas independientes, pero honestamente Jake Jaxson es uno de los primeros pornógrafos que he visto que, con éxito, hace el trabajo opuesto: explora el arte de la cinematografía creativa a través de la pornografía”, sentenció alguna vez en el sitio Fleshbot. “¿Por qué no hacer esto?”, dijo Jaxson al respecto del “Bcalla Falls 2015”: “Es sólo un ejemplo más del choque entre la cultura pop y el mundo de los adultos. Hay que sacar al cine para adultos de la oscuridad y ponerlo en la vanguardia de la cultura pop”. Noventeada y comics son entonces la apuesta: son como bailarines alrededor de una animadora infantil. Psicodélicos, salen a recuperar con polémica y audacia la dimensión homosexual de la risa. Luchan, se autoflagelan, devoran ansiosos el pene de Colby, icono saciado; visten una remera que bloquea el uso de las manos para que sus bocas suban y bajen hasta atrapar al soldado. Algunas propuestas evocan, con intencionada imperfección, el detallismo de las drag queens. Hay sátiros y amas de casa que limpian cuerpos con esponja y detergente, o circunscriben con aerosol fluorescente dos áreas de influencia, pezones y pene. Al ritmo de neocamp (un nombre artístico que responde cualquier pregunta) todos bailan. Bailan con iluminación plena y exceso de blanco. Bailan un paso que de clandestino y nocturno perdió hasta su adjetivación. Los noventa fueron nuestros. “La pornografía no es arte cuando existe una intención detrás de ella. Por ejemplo, cuando es creada con el solo propósito de hacer dinero”, dijo alguna vez Colby Keller: barbado y bohemio, su lugar en la industria es menos singular que lo que sus seguidores suelen creer: cercano e interactivo, lector y versátil, discute la compulsión a la selfie tonificada de sus colegas y asegura que, por no prostituirse, come en lugares mucho menos lujosos que el común del gremio. Va del rol del esclavo al del amo según el día de la semana y apuesta a que la promoción de sus gustos personales, como la jardinería, construya fantasías futuras. Sin embargo, su indubitable “belleza” emparenta su cuerpo con el del resto. “Ser queer es luchar”, confirma el diseñador: no obstante, la tríada Keller, Bcalla y CockyBoys libra esta batalla en una superficie dudosa, en la que tendencias, distanciamientos y certezas pierden potencia ideológica. Las críticas especializadas experimentaron el video sin novedad y sin zozobra. Los blogs de moda reprodujeron la gacetilla. “Instagram me ha ayudado a llegar a un público mucho más amplio, por lo que decidí lanzar la nueva colección allí primero, ya que es donde la mayoría de las personas se mantiene al día con la marca”, apunta Bcalla y sin intuirlo define toda la operación: devenir “instagrameables”. Las prendas, los actores y este gesto filmado. Ser vintage de los ’90 y emplear métodos susceptibles de un escándalo de los ’80. “Esto es arte erótico, sin dudas”, sentencia Tony, un comentarista del video. “Creo que los diseñadores del show televisivo Project Runaway deberían verlo sólo para entender qué es ser realmente ‘avant-garde’.” La moda siempre acomoda. Mientras tanto, a Colby Keller su gira ya lo llevó hasta Hawaii y cuenta que, afortunadamente, está sin conexión a Internet.
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