› Por Gabriela Cabezón Cámara
Brillante, enorme, con la palabra “inclusión” en diversas gigantografías, moderno, diseñado hasta en los más mínimos detalles, con equipos de sonido poderosos y luces deslumbrantes: Tecnópolis toma eso de la inclusión en serio desde su vasta espacialidad, desde la arquitectura misma y en la variedad de actividades que ofrece en estos días en el Encuentro de la Palabra: la posibilidad de tomar mate en familia sobre el césped, participar de recitales de toda índole –el lunes tocaba un dominicano llamado Redimi2, que cultiva el rock cristiano–, debates de escritores y lecturas de lo más nuevo de la literatura argentina. En esta escala, la de lo monumental, puede sorprender el tema de esta nota: la pequeña muestra 200 años de Monstruos y Maravillas, del historiador y músico Gabo Ferro y del ilustrador Christian Montenegro. Está en el Café Literario y es eso mismo que estamos diciendo, una joyita del ajuar de esa novia gigantesca que es el Encuentro de la Palabra, un recorrido ilustrado por la construcción de la figura del “otro” en la historia argentina. El “otro”, ya lo sabemos, siempre es definido desde una elite, la que tiene el poder de decir y hacer circular eso que dice, de imponerlo. En la muestra, a cada documento literario, un texto escrito en el momento en que se definía a ese “otro”, le corresponde una ilustración que en general acota su paleta al azul, el negro y el blanco del papel y utiliza una técnica de estampa. Por ejemplo, el gaucho, esa bestia que gozaba del degüello, ese ser de homoerotismo asesino y sádico que ya está en La Refalosa, aquí en la pluma de William Henry Hudson: “Yo te perdonaría la vida pensando en esa pobre madre que te crió con su leche, e incluso lo haría por amor a tu persona, porque ha nacido en mí un sentimiento de profunda amistad en el corto tiempo que nos conocemos... Pero la hermosura de tu cuello te ha perdido, pues ¿cómo podría privarme del placer de cortar semejante garganta, tan bien formada, tan lisa y suave y tan blanca? Pensá solamente en toda esa sangre roja y caliente, saliendo a borbotones de esa blanca columna...” En un marco rectangular, con tres líneas celestes en la base y casi todo el resto lleno de círculos negros superpuestos que dejan un mínimo espacio blanco entre lo que leemos como, respectivamente, tierra y cielo, dos caballos pastan indiferentes a la suerte de sus amos: un hombre de rodillas pidiendo “Piedad” a otro medio fauno, medio demoníaco –parece tener una larga cola que se agita de excitada– que lo degüella estirándole el cuello desde su espalda. El higienismo, esa bisagra ideológica entre los estertores decimonónicos y el Centenario, nos acerca vicios antiguos y contemporáneos: ahí está el alcoholista, pero están también extraños seres que dedicaban su vida a “la obsesión por el envenenamiento”, la tipificación corresponde a Ramos Mejía: el quinófago, el alcanforista y, oh, qué seres interesantes, “los indios fumadores de incienso”. Apasionantes también “Las estudiantes uranistas” con sus pasiones desatadas en los patios conventuales, una “enfermedad” fruto de la represión de la naturaleza de las jóvenes, dice Víctor Mercante en su libro Fetiquismo y uranismo femenino en los internados educativos y también rescata la correspondencia de las jóvenes. Por ejemplo: “Mi querida Chacho... tus besos abren para mi corazón un mundo de felicidad. Dios conserve este amor que comprendo tan grande. A veces eres celosa y me increpas injustamente. Debes saber que para mí eres todo en este mundo. Mi pensamiento vive en ti. Anoche soñé que estábamos solas, en un sofá, alumbradas por la luna”. Los “fellatores y espermófagos” tienen también lo suyo en un texto de 1903, de De Veyga, El amor en los invertidos sexuales. A las uranistas se las ve caminar de a pares con sus sombras fundidas en el patio del convento, al fellator exhibir su boca de oso hormiguero con lengüeta en punta. Entre todos estos degenerados aparecen también El Ejército Argentino, Los Tatuados, Los Simuladores y otros seres de lo más diversos.
La muestra es un adelanto del libro homónimo que Beatriz Viterbo publicará en junio. Gabo Ferro cuenta su génesis: “El trabajo surge hace más de 4 años –y casi una década de trabajo de archivo– como reacción a la narración histórica de siempre –de la corriente historiográfica que sea– enfocada en su mayoría en el héroe iluminado, intachable y definitivo con nombre y apellido como constructor de la historia. Esta perspectiva desestima los colectivos inconvenientes para ciertas elites de su hora. Sujetos colectivos históricos notables pero para esconder debajo de la alfombra historiográfica, digamos”. Cuando aparezca el libro se podrán apreciar otros personajes que están más acá, más metidos en el siglo XX y más cercanos a las pasiones contemporáneas. Aparecen otros personajes míticos, muchos dentro del paradigma del peronismo y el antiperonismo, muchos todavía circulando. Las Muchachas Peronistas –las ilustra una superheroína gigante de rodete y puños cerrados flanqueada por edificios de megápolis y un texto de Jorge Abelardo Ramos–, El Cabecita Negra, El Gorila, El Desaparecido. 200 años de Maravillas y Monstruos es una muestra pequeña y exquisita
Se puede visitar, de 14 a 21, en el Encuentro de la Palabra (Gral. Paz y Av. San Martín, Villa Martelli). Este domingo, a las 16, darán una charla Gabo Ferro, Laura Varsky y Christian Montenegro.
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