ES MI MUNDO
Pierre y Gilles son una pareja de artistas franceses que exploran y reinventan imágenes populares que van mucho más allá del kitsch y la cultura gay, destinadas, según ellos mismos, a ver la vida de manera más amplia, a “tratar de comprender las diferencias”.
A Roland Barthes le gustaba decir que la función de la fotografía no era la representación sino la memoria, ayudaba a recordar aquel mundo perdido que ya no es. En estos tiempos en que la Europa más reaccionaria apuesta por la homogeneización y el estereotipo, hay una pareja de artistas franceses que intenta romper ese paradigma, trabajando con las imágenes del mestizaje y la pluralidad, un mundo perdido que habla de la mezcla y la diversidad. Desde hace más de 30 años, Pierre y Gilles subvierten la ilusión kitsch y las tradiciones iconográficas para hablarnos de nosotrxs mismxs, de nuestras aspiraciones, de nuestros valores, de nuestros sueños, de nuestros banales anhelos de lujo, poder y, sobre todo, de la diversidad sexual. Cuerpos, lugares, culturas, tabúes, mitos, deseos, todo se agita y se mixtura en sus retratos para construir una memoria fotográfica de la tolerancia.
Pierre Commoy vivió toda su infancia en un claustrofóbico pueblito de la región del Loira y llegó a París en 1974. Tenía 24 años y había estudiado fotografía en Ginebra. “Cuando era niño, tenía plantas artificiales de colores y fotos de Sansón y Dalila en mi cuarto, y eso era una provocación dentro del mundo cerrado que era mi entorno: mis padres eran el paradigma del buen gusto francés.” A los pocos meses de haber llegado, Pierre empezó a trabajar para revistas como Interview o Rock & Folk, donde retrataba a estrellas de la talla de Andy Warhol o Yves Saint Laurent. Casualmente, ese mismo año, Gilles Blanchard también llegó a la capital francesa desde Le Havre, un puerto de Normandía, y comenzó a trabajar como ilustrador y decorador. Pierre y Gilles pasaron dos años moviéndose por las mismas calles sin llegar a conocerse, hasta que un amigo en común los presentó en el otoño de 1976, en un desfile de modas. “Nos advirtió que íbamos a tener mucho en común. Y, efectivamente, nos pasamos toda la noche hablando.” Amor a primera vista. A las pocas semanas de conocerse ya compartían un departamento en la calle Blancs-Manteaux y nunca más se separaron.
La historia cuenta que por aquellos años, en paralelo a sus trabajos en prensa, Pierre solía fotografiar a sus amigos como hobby y que, cansado porque los colores de los retratos no terminaban de obtener la intensidad que esperaba, se le ocurrió que Gilles pintara encima, lo que fue la semilla de su particular estilo. Su primera serie a dúo, Muecas (1977), con el desquiciado retrato del salvaje Iggy Pop travestido cual Kent de oficina, les trajo una inesperada popularidad en los cerrados círculos de arte. “Es cierto que cuando empezamos lo que se imponía era el arte conceptual, imágenes en blanco y negro, muy intensas. En ese contexto, nuestro discurso era rupturista; pero, en todo caso, ser iconoclastas nunca fue el objetivo. Pese a las críticas, encontramos nuestro verdadero lugar en las revistas y en la moda.” Campañas gráficas para los desfiles de Thierry Mugler, colaboraciones para revistas como Marie Claire o Playboy y artes de tapa para discos de Etienne Daho, Amanda Lear o Marie France fueron algunos de sus primeros trabajos. Pierre y Gilles comenzaban su meteórica carrera.
Herederos de la tradición estética de los provocadores ingleses Gilbert & George, desde sus inicios, la pareja apostó por el trabajo artesanal a cuatro manos: Gilles construye los decorados y Pierre ilumina y hace la foto; y una vez revelada, Gilles pinta minuciosamente, pincelada a pincelada (cero uso de procesos digitales) una única copia hasta conseguir su particular aura de irrealidad. “Creemos que el artista sólo se expresa cuando controla todo el proceso creativo y por eso nos sentimos herederos del trabajo artesanal. Las máquinas digitales de ahora ya no permiten volar. Son mucho menos románticas.” Su exuberancia, su barroquismo, los decorados de plástico y su reciclaje de la utilería sadomasoquista de muchas de sus obras conectaban con una estética más amplia que se de-sarrolló durante la segunda mitad del siglo XX, desde la cultura queer y el Orgullo Gay hasta el estilo de diseñadores como Jean- Paul Gaultier, con quien compartían el gusto por la iconografía marinera como una de sus principales fuentes de inspiración.
Durante los años ’80, sus barrocas e hiperbólicas fotopinturas saltaron las fronteras del arte comercial al que habían sido inicialmente confinadas. “No nos suele gustar el reflejo de nuestro estilo en la publicidad. El resultado acostumbra a ser vulgar, tosco y superficial. Es una caricatura de lo que somos y de lo que hacemos. En cambio, el mundo del arte siempre es bello y desprejuiciado.” De las portadas de discos, las publicidades y las revistas, pasaron a las galerías. Su primera exposición fue en 1985 y los ecos de sus radiantes puestas en escena se colaron por los resquicios del cine, el teatro y la música. Sus obras reinventaban el arte del retrato. De pronto, las principales celebridades del espectáculo hacían cola para aparecer en sus fotos. Desde Boy George hasta Marc Almond, pasando por Madonna, Erasure y Catherine Deneuve, ninguna quería quedar fuera del foco de la pareja. Incluso Michael Jackson, en la cima de su popularidad post Thriller, les propuso trabajar en un libro íntegramente dedicado a su imagen, aunque finalmente Pierre y Gilles rechazaron su propuesta. El vanidoso Rey del Pop no sabía que cada obra se retocaba a mano, y no podía imaginar que completar las 70 imágenes que ansiaba hubiera significado tres eternos años de trabajo.
En los ’90, la pareja dirigió su mirada hacia el santoral cristiano: retratos de Nina Hagen caracterizada como una Virgen María sacada de una superproducción bíblica de Hollywood, o la de un musculoso joven musulmán recreando la leyenda de San Sebastián les valieron cientos de elogios y críticas. “Fuimos censurados por algunos intolerantes, pero también recibimos cartas de curas y de personas muy religiosas a las que les gustaban mucho nuestros cuadros de santos. Incluso nos hacían propuestas para que los expongamos en iglesias.” Pero la voracidad de su lente no se limitó sólo al cristianismo: el Islam, el budismo, el hinduismo, las divinidades griegas y los mitos también fueron explorados por el dúo. Sin dejar de centrarse en el personaje retratado, que siempre es el eje de la imagen, empezaron a introducir escenarios más elaborados y a añadir capas y capas de referencias simbólicas. En su famosa obra El abrazo entre David y Jonathan, el erotismo a flor de piel de un joven judío y otro musulmán parecen derrotar el conflicto entre ambos pueblos.
En los últimos años, el foco de Pierre y Gilles también se ha posado sobre la violencia y la intolerancia en el mundo, donde la guerra en Irak y el Holocausto han sido sus grandes temas. Construyen imágenes de cuerpos que habitan un espacio intencionalmente artificioso, poblado de brillantes lentejuelas y luces de neón, como si a través del artificio intentaran engañar al tiempo oscuro que nos toca vivir. “Hay gente que nos tacha de provocadores, pero creo que más que una provocación, nuestras obras expresan una forma de ver la vida de forma más abierta y comprensiva. Nuestro trabajo se dirige a todo el mundo y trata de comprender las diferencias. Es un alegato por la tolerancia.”
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