PMW: PESCANDO MUJERES EN LA WEB
Se llama fan fiction a una costumbre ya instalada en los lectorxs que se vuelven por un rato autorxs, metiendo mano en argumentos, personajes y finales de obras clásicas o de último momento. En general, en blogs y foros virtuales reponen diálogos y escenas de sexo y ponen homosexualidad donde había sospecha o apenas fantasía.
› Por Gabriela Cabezón Cámara
No hay más final. Estamos en condiciones de decir que el “Fin”, que es la última palabra de libros, series y películas, ya no significa mucho para los lectores/espectadores. Miren, por ejemplo, a la muerta Xena: “El ataque de la pasión de Xena igualaba a su fuerza en la batalla. Como en un río de aguas salvajes, la bardo bajó la vista para ver las ondas de obsidiana de Xena ondeando sobre sus pezones erectos y el vórtice de su vientre. Tocando las caderas de Gabrielle, las yemas de los dedos de Xena se convirtieron en una incesante tormenta carnal, reclamando y resonando. Xena probó el sabor del triunfo. Deslizando la lengua en ese calor, comprobó que los músculos estaban tensos como bloques de piedra egipcios. Cruzada esa puerta, las cosas nunca volverían a ser iguales para ellas”. Esto es un párrafo de un texto de fanfiction. Se trata, es claro, de las amigas de Xena, la princesa guerrera, aquella serie que por acá se daba a la hora de la merienda de los chicos, pero que podía reunir alrededor de las galletitas a unas cuantas señoras y señoritas felices de volver a la infancia y encontrarse con princesas aguerridas que desafiaban a dioses y a la muerte misma, aunque el coraje no les alcanzara para asomar ni un dedo del closet. En su vida internaútica, el amor eterno de Xena y Gabrielle es un amor bien mojado y –los inmortales todo lo pueden–, cada vez que se meten en la cama es como la primera vez. Los registros de las autoras fans son variados. Edulcorados como el que acabamos de citar. Y algunos francamente cómicos, aunque es difícil saber si esa fue la intención de su autora:
“–Xenaaa... detenteeee! –clamaba Gabrielle entre gemidos que brotaban de su voz extasiada.
–Gabrielleee... nooo me voy a detener... –gemía Xena con su respiración entrecortada.
–Estoy agotadaaa –exclamó la bardo.
El apasionado encuentro se detuvo entre caricias y besos que daban paso a un plácido descanso.
–¡Xena..! –susurró Gabrielle.
–Mmmmm... –musitó la guerrera.”
Nada de eso formó parte de la trama de la serie de Robert Tapert y John Schulian. Amor había, alguna tensión erótica también; los autores jugaron con eso pero no las dejaron consumar y las fanáticas le dieron a Xena y Gabrielle alguna de las alegrías que se merecían después de tanta batalla. Se largaron a escribir sin culpa pero con disculpas: las personas que escriben fanfiction suelen poner antes de sus ficciones un par de renglones para explicar que no tienen pretensiones literarias –en general, no se podría decir que mienten–, ni tampoco intención de violar la ley de copyright. Pero la pasan alegremente por alto. Nadie, o casi nadie, quiere tener problemas con sus fans. Así que la gente que goza de los, para ellos, inmensos beneficios de esa ley, como J. K. Rowling, la autora de la saga de Harry Potter, tuvo que rendirse. La inglesa, por ejemplo, sólo pidió un poco de pudor. Y tuvo que ceder también en eso y tolerar que Harry retozara con Ron o Hermione con la bruja mala de Pansy, que “sin más miramientos pegó su boca a la intimidad de la chica –Hermione– y empezó a lamer, chupar y morder sin ninguna piedad”, cuenta por ahí alguien que dice no ser escritor ni mujer ni lesbiana ni rubio ni rico ni nada más que alguien que sintió el impulso de contar esa historia. Rachel Berry, la chica que aturdió a una generación desde la pantalla de Glee, busca novia por Facebook y en su segunda cita la lleva a bailar ¡cuarteto! a un boliche con sus amigos. Lo que no le impide hablar de tú ni escribir como si viviera en esa patria del otro genérico, la del español neutro que no habla nadie, el que determinan desde Estados Unidos y a veces desde España para los libros y los subtitulados del mercado hispanoamericano. 50 sombras de Grey, la más exitosa de las fanfictions, la que hizo E. L. James a partir de Crepúsculo, tiene también sus versiones. Por ejemplo, la de Abendeer, una loca dominante, millonaria y acosadora que se enamora de una chica más o menos común. En otra versión, una más humorística, la chica más o menos común trabaja en una ferretería y le vende a su ya muy próxima Ama todos los implementos que la van a sujetar después, en plena sesión sadomasoquista. Hay quienes van a la ¿fuente? y se meten directamente con Crepúsculo. Aquí, la versión de LemonMind: “Nunca había hecho un ‘fisted’ a otra mujer, pero sabía todo acerca de la teoría, gracias a la investigación que había realizado leyendo literatura erótica lesbiana y a la pornografía pura y simple. Ahora, con Jen, esto cambiaba. El Fisting ya no me parecía asqueroso, dado que ella tenía una gran capacidad en su coño. Metí el dedo faltante a los ya cuatro enterrados dedos; su vagina chorreaba. Quité su clítoris de mi boca para poder concentrarme en esta nueva experiencia, observaba con fascinación cómo toda mi mano desaparecía lentamente en esa cueva que estaba explorando”.
Los best-sellers y las series internacionales, sí, pero también las novelas argentinas. A Patricia Kolesnicov, autora de No es amor, la sorprendió un día una nueva versión de su propia novela. Pero un poco distinta. Les cambiaron el nombre a las protagonistas, las hicieron norteamericanas, tocaron alguna palabra acá y allá. ¿Qué pensó de eso la autora? “Uf, me causó un poco de extrañeza, hasta que me di cuenta de que sí le habían metido mano, que por eso me sonaba extraño. Me dio por buscar las diferencias. Me enojó y me halagó a la vez. Es lindo que alguien sienta que tu texto la/lo representa, que vea sus personajes en tus personajes, que haya leído y se tome el trabajo de apropiarse del texto. Y al mismo tiempo, eso de que alguien se apropie no es algo que uno se banque con tanta facilidad. Y la paranoia: ‘Se van a creer que eso lo escribí yo’. Ahora se me ocurre otra paranoia: ‘No se van a creer que YO me COPIÉ de ellas, ¿no?’. Y al carajo con la intertextualidad.”
Es que justamente de eso se trata, de intertextualidad. Hay quienes intentan remontar los orígenes de la fanfiction a los trágicos griegos, que trabajaban la misma materia mitológica. O a los evangelistas, que no hace falta decir que contaban la misma historia y con los mismos personajes. O al Quijote de Avellaneda, que hizo enfurecer a Cervantes y lo llevó a escribir la segunda parte de su maravillosa novela. Podríamos seguir haciendo esa lista hasta llenar una biblioteca: de intertextualidad, en mayor o menor grado, se hace la literatura.
Pero parece desmesurado decir literatura para hablar de la fanfiction, por lo menos de la mayor parte de la producción publicada hasta ahora. Lo que se lee acá es otra cosa: abundan las miles y miles de escenas de sexo elididas por las ficciones originales. El amor que las chicas de tanta serie y tanto libro podrían sentir sin saberlo. La identificación de las lectoras con los personajes. El deseo de encontrar un amor bueno y casarse con vestido y anillo, que no por lesbianas muchas chicas dejan de querer lo que quiere buena parte de sus congéneres heterosexuales. Jugar a la escritora, a la Pierre Menard. La necesidad de explorar las propias fantasías con avatares ya consolidados, con el prestigio de la masividad: imaginarse, por ejemplo, teniendo sexo en un andamio en un piso 20 con dos obreras y un arquitecto siendo la Mujer Araña o Lara Croft. Uh. Me lo imaginé. Tengo un ataque de vértigo. Fin.
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