Las familias, los ensambles, las asociaciones amorosas que rompen con la estructura obligatoria de mamá y papá, o de hijos nacidos de un encuentro (hétero) sexual, tienen una historia de vida que precede largamente a la Ley de Matrimonio Igualitario y que sigue desarrollándose por opción, o porque no hay otra, por fuera de la ley. Entre las preguntas que quedan suspendidas en el aire de la celebración, ante este fuerte golpe a la obligatoriedad del binomio parental, están las que apuntan al derecho a ser un monstruo familiar, a vivir en esas alianzas que no respetan lazos de sangre ni la obligatoriedad de personajes en el elenco de lo humanamente aceptable. Los que corren el riesgo de no ser buenos normales ni buenos anormales. Y con ésta, la pregunta por su circulación en sociedad, desde su acceso a coberturas médicas, a derechos de duelo, de educación y de intimidad.
La familia que integran Valeria, Chuchi, Hernán y su hijo Antonio salió a la luz por ser la primera vez en Latinoamérica que se pide y se concede reconocimiento de filiación a tres personas. Más allá de los records con los que suelen festejarse y también reducirse las historias lgbtti, cada una tiene su particular relato sobre cómo se construyen y cómo se van modificando los lazos día a día. Desde el deseo del hijo, que surge en alcobas diferentes, hasta la decisión de consignarlo en una partida de nacimiento con dos madres y un padre, es una historia íntima y política en movimiento constante.
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