Invitado a celebrar el Orgullo (Pride) de Miami, SOY recorrió la legendaria Ocean Drive con la caravana, pero también las transversales de esta ciudad de inmigrantes hispanos que tanto le debe en estilo, capital y frivolidad a la movida gay. Ciudad de “los otros” donde la party es la patria.
› Por Liliana Viola
Todo aquel que sufra de ese pánico moral que hace ver un lobby gay en todas partes, ya sea en un embajador francés que se acerca al Vaticano o en parejas del mismo sexo que pretenden adoptar bebés, deberían visitar Miami y tomarse lo que se toma acá: vacaciones y Bloody (virgen) Mary. Del Papa para abajo hasta llegar a los objetores de conciencia revitalizados en estas tierras por la reciente ley de Indiana, en estas playas se toparán con sus fantasmas, pero en cueros y en sunga presentes. Terapia de shock. Para toparse con la monstruosidad de mujeres mayores, mujeres acompañadas por mujeres, o una población transexual que no esté representada en el imaginario festivo obligatorio con la estética de la drag queen, tendrán que caminar más o viajar en un taxi, espacio que los hispanos van dejando en manos de la migración proveniente de Haití. La ciudad, que desde su propio nombre parece reclamar atención y posesión a grito pelado de loca, no le tiene miedo a la encarnación del esterotipo de pluma por un lado descocada y, por otra, cabeza de consumo. Una estampa que, paradójicamente, a esta altura del consenso político y marketinero sobre la agenda de derechos civiles para la comunidad lgbtti se puede leer en toda su potencia revulsiva, sexualidad y capitalismo bien al desnudo, para escarmiento de los dobles discursos y las buenas conciencias. Bandera o espejo de lo otro que se agranda no sin crisis hasta el punto de transformarse en mayoría; recreo del mundo real, eso que inquieta tanto a Tom Wolfe en su última novela (Bloody Miami). La alegría siempre es sospechosa: “El sur está subestimado, allí la gente tiene una maravillosa técnica para ocultar lo que realmente quiere decir bajo una felicidad aparente. Es terrible decirle a la gente lo que realmente piensas. Esta es la única ciudad que está dominada políticamente por gente de otro país que habla otro idioma que no es el inglés y tiene una cultura distinta, algo que lograron en las urnas, no mediante un ataque”.
Así como esa fe que impide a los comerciantes de Indiana vender tortas, smokings y muñequitos a casamenteros lgbtti resulta una versión light del emblemático caso de Muhammad Ali de 1967, cuya conciencia convertida al Islamismo le impidió ir a Vietnam, lo más próximo a una cruzada en términos de Miami es un crucero. Su puerto superó el record mundial en 2014 con casi 5 millones de pasajeros en más de 35 barcos que proponen convertir en fiesta, si no cada identidad, cada intensidad: expertos en rock, moda, arte, salud, negocios, deporte, todos tienen sus quince minutos de party con vista al mar. Y, con la muletilla o profecía de autocumplimiento tan de la zona: “Para este año se espera mucho más”. Por ejemplo, si en el primer Pride, en 2009, vinieron quince mil personas, en 2015 superamos las cien mil”, advierten los organizadores que, despojados de todo cinismo pero también de toda hipocresía asocian abiertamnete números (en dólares) con reconocimiento y avances en todos los sentidos.
¿Sólo 9 años de orgullos gays en una ciudad considerada uno de los epicentros de la diáspora, con poli? En una nación que marca hitos en las revueltas mundiales con Stonewall en 1969 y con las luchas de ACT UP en los ochenta, Miami parece rezagada: el mes pasado consiguió hacer legal el matrimonio entre personas del mismo sexo y desde hace muy poco tiempo cuenta con una oficina específica de atención al público y al turismo lgbtti. “Es que sinceramente no habíamos visto la necesidad, pero es cierto que muchos bajan del avión desde más de 25 países y la mayoría está acostumbrada a buscar la bandera arco iris.” La zona gay de cada gran ciudad se ha vuelto una especie de prueba de Pavlov, así es que la consulta más frecuente es “por dónde se puede ir, dónde está la cosa”. “Esa pregunta no tiene respuesta más que Miami”, explican los funcionarios, gay y lesbiana, encargados de llevar adelante la oficina.
“¡Y ahora presten atención a lo que les digo de que todo es gay si uno lo sabe mirar, aquí nomás el arte colorido del brasileño Britto, que no es gay pero arrasa en el mundo como si lo fuera, además de que se lo compara con Warhol o con Keith Haring.” El guía gay que se dispone a mostrar el circuito de ambiente se disculpa frente a la pregunta por los bares o los parques de cruissing más legendarios... hace rato que cerraron los espacios emblemáticos de los años ’80, dejaron de tener su razón de ser; ya no tenemos que buscar dónde reunirnos, estamos mezclados. Y a su vez, los demás se acomoda y disfrutan porque todo lo hemos hecho a nuestra medida. El recorrido guiado tiene un aire nostálgico que pudo haber tenido su final más lacrimógeno frente a la mansión donde Gianni Versace hacía sus grandes fiestas y en cuyas puertas fue asesinado junto con ellas (“¡recuerden que el que lo mató también era gay!”), de no ser porque una masa de turistas se desparrama sin pausa uno por uno y encima del otro, boca al cielo, para lograr la selfie en el lugar del crimen. El guía invita a mirar la arquitectura, tal vez uno de los orgullos imposibles de discutir junto con el clima de Miami Beach y prueba viva de lo que el llama “construido a nuestra medida”: “Cuando tenía algo más de 20 años y empezaba una carrera de diseñador industrial, el papá de Leonard Horowitz descubrió que su hijo era gay, le quitó todo financiamiento, tanto el afectivo como el que importa y así fue que el chico, como tantos latinos y cubanos para la misma época y por razones emparentadas, emprendió su exilio a Miami Beach, donde vivía su mamá.” Aquí construye una amistad con la excéntrica 30 años mayor e imbatible Barbara Capitman, alianza queer basada en un delirante interés común: los edificios de art déco que se encontraban en peligro de extinción. Juntos fundaron la Liga de Preservación del Diseño en Miami consiguiendo que el pasado siguiera vivo aun en los nuevos edificios, entre los cuales se destaca el impresionante hotel y art district que Alan Faena estará inaugurando dentro de poco frente al mar. “A nuestra medida”, Horowitz le agregó la osadía de pintar edificio por edificio con su propia paleta pastel. En los alborotados ochenta, a los colores del arco iris les preceden los colores pastel, pero también el color latinoamericano. Los ochenta son también los años del aluvión inmigratorio que al final de un período de lucha de poderes por parte de los inmigrantes latinos por obtener reconocimiento en tierra ajena, batalla compleja y sostenida que hoy se cierra con un el lema de Miami, “la puerta de las Américas”. “En 1988, cuando la fiesta todavía tenía más resto, muere Horowitz, a causa del sida”, concluye el guía con una mano en el corazón.
¿Qué es lo que tengo que conocer sí o sí de La Habana? Pregunta un periodista canadiense aprovechando que le acaban de presentar a un nativo de la isla. “¿La Habana? Mi casa en Miami Beach”, responde con un inglés sin acento y da media vuelta entre provocador y provocativo, poniéndole un toque de drama queen a la cita que debe repetir antes de cada cita. “Lo que ofrece lo gay aquí es hermoso.” Eso lo dice un joven puertorriqueño que vigila por sobre el hombro de quien escribe esto, que se diga tal cual: “De día armo vidrieras y de noche me gano la vida en pasarelas vestido de mujer. Quiero que me consignes en la nota como Julio, un gay hispano, y en segundo lugar como portorriqueño. Porque mi condición gay que en mi país le causó una hemiplegia (temporaria) a mi pobre madre cuando se lo dije, aquí me abrió las puertas. Dirán que es malo, yo diré que se viven bien los privilegios después de tanta pena”.
A todo esto, la marcha, que recorre Ocean Drive, la mítica calle flanqueada de un lado por el mar y del otro por los edificios art déco, transcurre sin grandes sorpresas, al menos desde este punto de vista influido por las incontables margaritas que fluyeron en este evento de dos días. ¿Realmente nada que llame la atención? Anoto algo al margen, dos momentos, para acordarme luego, y ambos comparten el título de “Seguridad”: el aplauso cerrado que recibe la policía que abre el desfile con motocicletas y carrozas propias dando inicio a la fiesta, y el aplauso que se repite cerrado cuando arriba de una carroza pasan de la mano y saludando dos parejas, una de señores gays, otra de señoras lesbianas, que ostentan el record de estar juntos en Miami desde hace 50 años.
“¡Viva Cuba! Viva la revolución!”, grita uno de los pocos rezagados que quedan a la madrugada en el después de fiesta. “Viva mi Cuba de la sobrina de Fidel, que ella va a dar vuelta las cosas que ni pudo decir su padre. Lástima que yo ya soy americano, pero volvería de visita. Porque más lindo que Cuba... ¿más lindo? Yo, no sé.”
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