ENTREVISTA
La historia de su vida es también la de una época que, con sede en París, llevó la imaginación al poder a todo el mundo y abrió las puertas de un closet en el que, según ella, no ha estado jamás. La poeta italiana Patrizia Cavalli ostenta su posición radical frente a todo pedido de reivindicación o de reconocimiento y le confía a SOY por qué y para quién escribió toda su vida... y por qué no escribe más.
› Por Paula Jiménez España
Las bandejas con sus fugaces canapés y extintas copas de tinto, iban y venían entre la multitud durante el cóctel de apertura del Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. Abriéndome paso entre poetas y lectorxs logré, no sin dificultad, acercarme a ella y proponerle una charla para Soy. Con su voz grave y su más que encantadora sonrisa, Patrizia Cavalli me respondió: “No sé qué puedo agregar yo que no soy una especialista y solo hago el amor con quien se me da la gana”. En el transcurso de la conversación, como ocurre cada vez que se escucha una primera persona, que además pertenece a determinada época, esa certeza o prejuicio quedó en suspenso. Aún así Patrizia, seguramente, tendría bastante que contar sobre sus poemas tan tempranos dedicados a pronombres femeninos y sus lazos con personalidades como Elsa Morante, Alberto Moravia, Susan Sontag, y tantxs personajes claves de la cultura del último siglo.
–¡No! ¡Nosotros veníamos de Mayo del ’68! Aquél era un período muy libre sexualmente, todos hacíamos el amor con todos. Era una continua promiscuidad la que vivíamos. Ese es un problema que yo nunca tuve. Para mí es natural escribir una poesía sobre el amor a una mujer. Nunca, siquiera, me lo he cuestionado. Tampoco quise escribir intencionalmente sobre esto. Si es una mujer mi objeto amoroso, escribo en femenino y listo. Yo no neutralizo el género en la escritura. Claro que en el caso de que la estructura de una lengua impida una distinción masculino-femenino, esa especificidad puede perderse.
–Nunca he escrito para reivindicar nada. Siempre pensé que reivindicar debilita. Me siento fuerte y ni siquiera pienso discutir sobre estas cuestiones. No fue tampoco un tema familiar para mí, porque vengo de una extraña familia, algo indiferente. En lo personal, no me escondí para nada ni ostenté, jamás.
–Hablo de la habilidad en relación a abrir puertas. Es una ironía, pero no porque haya tenido esa intención. Yo no me considero feminista desde un punto de vista político. Aunque lo sea de otro modo.
–No. Porque tengo una polémica contra la espiritualidad. Porque todo lo que sucede en mi vida no impacta en mi espíritu, sino en mi cuerpo. Desde este punto de vista yo soy casi medieval. Acá está la sede (en la cabeza), acá sucede algo (en el corazón), acá sucede otra cosa (en el estómago). Todo lo que me toca me pasa por el cuerpo. Puedo ser muy conceptual, pero nunca espiritual.
–En ese poema hablo de un odio personal con una rival. Y me refiero a ese mandato de que siempre hay que estar tan delgada. Me refería también a mis amigas, a la categoría de las lesbianas artistas que no tienen grasa para poder agarrarlas. Si engordaran las agarraría mejor.
–Mi contacto con la poesía viene desde que era una nena. Recuerdo que el primer poema que escribí fue a mis diez años y se llamó “Oh, Kim, Kim, Kim Novak”. Porque yo estaba profundamente enamorada de Kim Novak. Y el segundo poema que escribí, ¿sabes cómo se llamaba?: “Si muriese Kim Novak”. Como cualquier niño o niña yo escribía, pero sin la voluntad de ser una poeta. En todo caso, la que hacía era una poesía complicada, muy literaria, porque me veía, en mi imaginación de adolescente, escribiendo una gran novela, estudiando algo trascendente como la filosofía, llegando a ser una gran abogada que defendiera a los pobres, o una bailarina muy importante. Pero poeta no, nunca me lo imaginé.
–Sí. Yo me hice poeta gracias a ella. Y la admiraba tanto, tanto, que tenía pavura de mostrarle lo que yo escribía. En ese tiempo yo estudiaba y tenía un grupo de amigos americanos, pero por prudencia no contaba a nadie que escribía. Hasta que Elsa que era una mujer muy fuerte y potente, un día me preguntó: ¿Y vos qué haces? Y yo sentí su pregunta como una amenaza. Escribo poesía, le contesté para hacerme amable ante sus ojos. E inmediatamente después, me sentí presa del terror. Porque Elsa era una persona que no mentía y si ella llegaba a ver en mis versos algo falso, impostado, miserable, yo sentía que corría el riesgo de perder su amistad. Es que Elsa me dijo en ese momento: No creas que me interesa tu poesía por motivos literarios, a mí me interesa ver lo que hay en vos.
–La conocí a través de los amigos americanos. Mis amigos sabían de mi admiración y de un modo natural hacían que ocasionalmente compartiéramos reuniones. Así la conocí, sin haberla buscado. A ella le gustaba relacionarse con gente joven, siempre estaba rodeada de actores, escritores, pintores. Era como la maestra absoluta, tenía un gran poder psíquico sobre las personas. Después de haberle dicho yo que escribía estuve seis meses desaparecida para no mostrarle mis poemas, prendida de una excusa cualquiera. Esa fue la primera vez que tuve una relación crítica con mi poesía. Este encuentro con ella me arrojó a una búsqueda de la verdad en mí misma.
–En el momento en que me animé a entregarle una serie de poesías breves – porque siendo breves pensaba que corría menos riesgo– me sentí aterrorizada. Pero Elsa a la media hora me llamó y me dijo: ¡Patrizia, estoy feliz, tú eres una poeta! Y me sentí contenta. Gracias a Elsa empecé a publicar, pero yo no le daba importancia a mi libro, aunque había salido en una prestigiosa editorial. Para mí era normal. Lo que a mí me hacía feliz era el apoyo de Elsa.
–La conocí. Pero no era mi mejor amiga. La conocí como a tanta gente. ¿Qué tiene que ver esto con la entrevista? Fue en los años ’70, cuando estuve en Nueva York.
–Allá era como era en el mundo, años libres. Es muy difícil discernir si eran las características de ese período, o esas sensaciones que teníamos estaban ligadas a la energía de la juventud que nos hacía ver el mundo de esa manera. No me han gustado demasiado los lugares que fui a visitar. Y menos los locales gays, especializados, esos no me gustan en ningún lado. Me dan tristeza. Porque es una especialización y odio las especializaciones. Es como las reivindicaciones, que me ponen triste. Lo que me da vergüenza es todo lo que se vuelva una caricatura.
–Siempre para alguien de quien estuviera enamorada. Siempre el amor. La musa es fundamental. Sin musa no puedo escribir. De hecho, ahora no escribo porque no sé más a quién hablarle. Ya no escribo, y no me importa nada.
Agradecemos la traducción simultánea de Romina Merlo y Gabriela Rodríguez
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