Inscripto en el género del periodismo en comic y con dibujos de Marcos Vergara, Camino a Auschwitz y otras historias de resistencia (Emecé) es el nuevo libro de Julián Gorodischer. Una historia familiar ficcionalizada donde los campos de concentración, el levantamiento del gueto de Varsovia y el operativo que llevó a la captura de Eichmann en Buenos Aires se enlazan con tópicos complejos: el erotismo en situaciones límite como las del campo, la traición y las cuestiones gay y judía.
› Por Adrián Melo
El libro está compuesto por tres nouvelles, cada una narra diferentes momentos en la vida de ancestros del cronista. La primera, el viaje del narrador a Cracovia a rastrear sus orígenes y a cumplir una deuda- promesa que revela un siniestro secreto familiar. En esta nouvelle destaca la figura de Paie, tía abuela del cronista, sacrificada por su padre para que sobreviva su hermana gemela, delatora y amante de los nazis en Auschwitz, mujer piadosa que cuida a los niños enfermos y socorre a sus compañeros en los campos de concentración.
La segunda nouvelle se centra en el tío abuelo Berl, partisano y héroe de Varsovia, gay, amante de su amigo Zejaria (las escenas en el bosque que evocan al poeta Jam Najman Bialik son casi oníricas en su sensualidad, dulzura y lirismo) y participante de orgías con otros muchachos en los bosques de Bialowieza. Este episodio merece un párrafo aparte porque narrar el Holocausto y aunar la cuestión judía y la cuestión gay constituye más una excepción que una regla, tanto en el campo literario como en el documental.
La historia de los hombres del triángulo rosa tendió a ser silenciada porque, entre otras razones, las leyes contra la homosexualidad continuaron vigentes en la mayoría de los países aún muchos años después de terminada la contienda bélica. Así, Los hombres del triángulo rosa. Memorias de un homosexual en los campos de concentración nazi, de Heinz Heger, aparece tardíamente en 1972 y el sobreviviente de la represión nazi que dio lugar al libro murió en 1994, sin querer dar su nombre por “respeto” a su propia familia. Por su parte, Pierre Seel (1923-2005) es la única víctima francesa que dejó testimonio de su experiencia como deportado por homosexualidad durante la Segunda Guerra en Yo, Pier Seel, deportado homosexual (1994). En literatura, la obra de teatro Bent (1979), de Martin Sherman, basada en el libro de Heger, es la primera que pone el tema sobre el tapete a nivel mundial. El erotismo en Bent es puro intercambio de palabras, los cuerpos apenas se rozan. En cambio, en Gorodischer hay celebración de la ternura y el placer corporal entre hombres en contextos y tiempos oscuros.
Finalmente en la tercera y última historia de este libro adquiere protagonismo Luba, prima de Paie, participante del operativo que llevó a la captura de Eichmann en Buenos Aires.
Una de las cuestiones que llama la atención es el protagonismo de tu familia en acontecimientos del siglo XX. ¿Camino a Auschwitz es el relato de tus ancestros familiares o es una ficción?
–En el periodismo en comic o la crónica gráfica se habla de la verdad gráfica esencial. El hecho de plasmar una mirada en un cuerpo, en un vestuario, en un ámbito preciso que el dibujante tiene que convertir en hecho, cosa que la crónica sólo cuenta con el texto, hace que siempre las posibilidades de intervención sean más ambiguas y más amplias. Por lo tanto los parámetros de verdad se relajan. En el caso particular de Camino a Auschwitz la verdad gráfica esencial está conformada por una superposición de no ficciones. Para poder plasmar la reconstrucción de época, de lugar, de personajes tanto el dibujante como yo tuvimos que apelar no solamente a las historias de mis tíos abuelos, que son personajes reales. Así, acá está presente Si esto es un hombre, de Primo Levi. De hecho Levi interviene como personaje y todas sus intervenciones están tomadas literalmente de sus crónicas, inclusive el encuentro con una adolescente de la edad de mi tía abuela. Las no ficciones se ensamblan.
¿Con qué otros recursos cuenta el periodismo en comic?
–En el periodismo tradicional los criterios de verdad son más estrictos. Otra de las reglas no escritas aparenta ser la presencia del cronista como personaje. Porque el comic tiende a volcarse a la fantasía y a la ficción fantástica. Y la incorporación del cronista como personaje le da verosimilitud. Al apelar a la tradición de la historieta también de repente aparece una onomatopeya o de pronto uno puede tomarse la licencia fantástica de que en una viñeta haya una estrella con el rostro de un familiar muerto. En otra viñeta se plasma un sueño con una experiencia de necrofilia entre nazis y judíos. El solo hecho de plasmar como acto, como hecho dibujado, un sueño no te puedo decir esto es verdadero. Pero sí tiene una pretensión testimonial.
Uno de los méritos mayores de Camino... es la particular humanidad de los personajes que logra Gorodischer, al caracterizar sus sexualidades, al poner al desnudo su precisamente humana, demasiado humana, debilidad carnal. Paradójicamente es esa humanidad la que los canoniza. De manera especial, Paie logra momentos de martirio y beatificación. Es una santa laica: parece la Evita vive de Néstor Perlongher. Sin embargo, cabe preguntarse qué opinaría Hannah Arendt (con quien dialoga gran parte del libro), si recordamos aquella frase que la filósofa usa a propósito del gueto de Varsovia: “Entre el acto heroico de oponer resistencia y la connivencia con las autoridades nazis, existía la posibilidad de no hacer nada”. Al analizar este personaje cuesta no evocar las discusiones académicas, políticas, los prejuicios, los juicios de valor y las páginas escritas en torno de las mujeres cautivas que lograron cierta relación con sus captores en la última dictadura argentina, que desarrollaron estrategias de lucha y no cayeron en el Síndrome de Estocolmo.
En este sentido, Paie es puta, traidora y, sin embargo, una referente y un consuelo para los niños y las compañeras del campo, es musa erótica inspiradora para Primo Levi y aparece como una estrella en el cielo para el cronista.
Gorodischer bucea en temas escabrosos y los resuelve con honestidad, comprensión y un delicado sentido de la poesía. El cronista es un judío homosexual actual y rastrea y encuentra sus verdaderos orígenes en los márgenes, en esos personajes irredentos para la historia.
Trabajás el tema de la sexualidad en los campos nazis. ¿Hay alguna tradición sobre el tema?
–La sexualidad en los campos existió. Existió una barraca que funcionó como un prostíbulo. Pero no hay mucha documentación, mucho testimonio. Eso es porque creo que estamos muy cerca todavía del horror. El relato del sobreviviente y del mártir tiende a canonizarse y a no hurgar demasiado. Tampoco se lo ve demasiado humano. A mí me costó mucho encontrar testimonios de vida cotidiana. Qué se comía, por ejemplo. Hay algunos y Levi es un ejemplo.
En realidad la sexualidad está signando las historias.
–Es una manera de hurgar en el árbol genealógico ya no para levantar los grandes mitos, porque todos los judíos de la diáspora tenemos un mártir, sino más bien para explorar esas zonas de las que ni siquiera se habla en la familia y mucho más si hay homosexualidad en el medio. En la primera nouvelle aparece la figura de Paie, mi tía abuela, como dadora de servicios sexuales. En la segunda aparece el romance homosexual en el bosque. En la tercera también interviene lo sexual en la historia de Luba, prima de Paie, que tiene un incipiente, un asomo de Síndrome de Estocolmo con la bestia, con Eichmann. Me ayudó a reconstruir toda la escena el libro La casa de la calle Garibaldi, de Isser Arel. Ahí también, si vos reconstruís la epopeya, no aparece nada relativo a lo sexual. De los días en que toda esa gente estuvo encerrada en un departamento de Belgrano mientras tenían capturado a Eichmann. Cuando van pasando más años de la tragedia hay nuevos permisos para hurgar en zonas del relato. Para los descendientes es una manera de apropiarse.
Se caracteriza el comportamiento de Paie como el de una Suka: “la putita auschwitziana es una categoría que permite abordar las estrategias de un deseo en resistencia y pensar la cesión del cuerpo con la mira en un bien mayor”. ¿El termino Suka lo inventaste vos o forma realmente parte de la teoría queer?
–Ella se entrega a los hombres no sólo como supervivencia y como estrategia para poder hacer otras cosas sino también por deseo. En una viñeta parece apasionada cuando pide a un soldado nazi que se meta más adentro de ella. La repulsión y el deseo se mezclaron. Suka es un concepto teórico que a mí me sirve en el libro para hacer que el personaje cronista pueda reconciliarse con esa figura de su tía abuela. Me interesaba que ese concepto pudiera validar la historia de Paie, reivindicarla como personaje, reivindicar esa antiheroína. Es un concepto mío que se lo atribuyo a la teórica Ruth Sznadjer con previa aceptación. Es una manera de legitimar el concepto y reflexionar cómo los conceptos teóricos también precisan de ciertos avales. Bueno no reflexioné yo, reflexionó Pierre Bourdieu sobre esto.
En la escena de amor homosexual entre Berl y Zejaría de “Partisano héroe de Varsovia” hay una referencia casi literal al texto De la amistad como forma de vida, de Michel Foucault. El cronista se pregunta: “¿Cómo pudieron vivir en el bosque con la lluvia, el frío, el barro?”. ¿Por qué elegiste al personaje del partisano para el momento más conmovedoramente homosexual del libro?
–Llamalo saldar cuentas con los prejuicios y la propia represión en la propia cultura judía con respecto a la homosexualidad. Los grandes héroes nunca son gays. Es evidente cómo está posicionada la minoría sexual dentro del judaísmo. Todavía es un núcleo pequeño acá en Buenos Aires. Por eso el relato del partisano es el que más juega con la contemporaneidad. Hay un diálogo muy irónico con ese desfile de partisanos y la figura del musculoso Isroelke. ¿Qué pasaría si pensamos en un contexto histórico absolutamente lejano este vínculo tan actual con los cuerpos como materiales de descarte?
Cuando el año pasado se publicó por entregas en la revista Brando una versión abreviada y por entregas del libro un lector denunció a Gorodischer al Inadi por discriminación, por la homosexualidad implícita (sic) del personaje y por banalizar el tema del Holocausto. Fue particularmente cuestionada una escena que refleja un sueño de necrofilia entre un nazi y un judío.
El peritaje desestimó la posibilidad de discriminación, y afirmó que la “obra denunciada aborda de manera polémica y original el fenómeno del Holocausto y el horror de los campos de concentración” pero no desprecia ni distorsiona el fenómeno en sí.
¿Qué te parece que causó tanto revuelo?
–Se trata de un sueño que tiene el cronista. Esa viñeta es comentada por el propio personaje, que se horroriza de ese erotismo decadente. Y hay que tener en cuenta que la escena objetada está en el plano de la fantasía. Pero cuando buscamos las razones de la denuncia no hay que olvidar que lo que hace el cronista forma parte de una tradición judía que es el viaje en busca de los orígenes. Hay todo un negocio del turismo organizado en ese sentido. En ese viaje se buscan hitos heroicos del origen. En cambio acá el viaje ponía de manifiesto la “mancha homosexual”. No parece casual que esa escena homosexual me la recomendaran sacar. Agregar en la contratapa el fallo del Inadi me parece que vuelve contemporáneo el fenómeno de la discriminación en el mundo gay y judío.
¿Qué aportes a la cuestión gay te parece que hace tu libro?
–Plantea dos formas de vivir el amor gay. Me gusta reivindicar el amor romántico, ejemplificado en ese caminar y retozar juntos en el bosque de Berl y Zejaría. Es la historia de amor más poderosa que tiene el libro. Zejaría, el primero de los amantes de Berl, será muerto después de capturado y antes se convertirá en delator. Yo soy muy crítico con algunos hábitos de la cultura gay actual. ¿A qué nos ha conducido esta facilidad, esta liviandad de los levantes a través de las redes, ese pensar el cuerpo como material de descarte? Al cronista no le sirve más que para una cita trunca donde le preguntan si es activo o pasivo. No hago esta crítica desde el conservadurismo moral ni es un llamamiento a las citas, al diálogo, a la dilación de la cuestión sexual. Lo planteo en términos de que en el libro están las dos cosas y ese amor, esa aventura en el bosque al borde de la muerte, es el único momento del libro en el cual los personajes se dan “permiso para soñar”.
El cronista, tan presente, con su propio rostro, impone una lectura. ¿Cuál dirías que es?
–Me gustaría que se hiciera una lectura desde la contemporaneidad. En la tapa, el cronista tiene un número en un traje de presidiario de campo. Ese número es inverosímil, no hubo 23 millones de víctimas: es mi número de documento de identidad.
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