Marco Berger, director de un cine de autor con una decidida impronta invertida en los asuntos, sentires y detalles del universo queer, provoca a quienes le auguran un futuro de glorias con un contundente “aún no vieron nada de mi cine”. Las fantasías de una sexualidad que irrumpe en el horizonte de lo normal y lo hace pedazos se cumplen en su pantalla.
› Por Gustavo Pecoraro
Nació en el barrio porteño de Montecastro pero es mitad de Noruega, desde donde emigró su padre y hacia donde él marchó en el 2001. Nuestro director de cine de temática lgbti más internacional, autor de Plan B, Ausente, Hawaii y Mariposa, el año que viene está estrenando Dos elefantes con Guillermo Pfening, Lautaro Delgado y Bárbara Lombardo donde por primera vez filmará en Cinemascope. Mariposa la película que tiene todas las fichas para el premio a la mejor película lgbti latina del Festival de San Sebastián habla del deseo y del amor: de todos los amores y de todos los deseos. Incluso los que la sociedad califica como prohibidos. En distintas secuencias, con una cámara que espía, bordea las miradas, se eleva y finalmente planea, se entrecruzan varios personajes en dos historias paralelas que culminan con un final con interpretación libre. Habrá que preguntarse qué mueve a cada unx el aleteo de esa mariposa. Las historias de amor están contadas en forma múltiple desde la mirada más naif de la adolescencia pasando por la calentura reprimida o la conquista homoerótica. Todas con enorme carga sexual, que es una marca en el cine de este director. Son cinco jóvenes actores y actrices quienes encarnan esas multiplicidades y le ponen el cuerpo al morbo de Berger. Podría decirse que es una bisagra entre el cine más íntimo y las grandes historias que nos promete el director.
Originario de una familia de clase media, primero se enamoró del teatro y luego, al protagonizar un corto que dirigían unos amigos, del cine. Su carácter independiente –como puede verse en sus películas a tope– le fue en contra para pedir a su familia que le pagaran a sus 18 años el carísimo curso de la FUC (Fundación Universidad del Cine) que era su opción ante la Enerc “no soy una persona que se sienta cómodo ante situaciones donde me tienen que evaluar. La Enerc obligaba a eso y a que de 500 que nos inscribíamos, sólo entrara el 1 por ciento”. La económica y su incomodidad postergaron su deseo “me parecía un riesgo muy alto decirle a mi viejo que me pagara para estudiar cine y no saber qué iba a pasar con eso. No era lo mismo que decirle que me pagara Medicina”.
Después de algunos años de estudiar teatro llega el convulsionado 2001 que lo encuentra sin trabajo, sin novio y con la decisión de no hacer ningún casting más “estudié teatro porque tenía la fantasía de actuar. Era divertido, payaso, hacia cosas para mi familia y mis amigos. Pero no me gustó nada cuando empecé a ver lo profesional”.
Se fue de la Argentina con rumbo a Noruega previa escala de 6 meses en Madrid donde trabajó y ahorró plata para estudiar. En el destino final su meta fue el cine “me presenté a un par de escuelas públicas de cine pero me rechazaron en ambas con lo que me entró la sensación de ya no había forma de estudiar cine”. Sin embargo la madre de una amiga le comenta que podría estudiar en la FUC de Argentina por medio de un intercambio que tienen vigente ambos países “no lo podía creer. Finalmente iba a ir a estudiar a la Argentina... pero ¡como noruego!”
Con los exámenes de idiomas aprobados, los papeles listos y la inscripción aceptada, regresa al país como estudiante noruego y comienza a delinear su sueño como un extranjero.
–Mi viejo siempre nos decía “vayan a Noruega a trabajar y estudiar”. En el 2001 tuve la sensación de que este país nunca va a salir adelante, de “no quiero volver nunca más”. A los 19 años conocí a Luciano. Nuestra historia fue hermosa y divertida desde el comienzo. Lo vi una noche en Enigma y me encantó. Pero no paso nada. Después de un par de años me lo volví a cruzar en Glam un día que yo estaba acompañado por otro chico. Luciano se me acerca igual y tuve que decirle que era medio imposible hablar en ese momento. Pero, que si venía el próximo sábado, sí (pensando en que nunca vendría). Sin embargo fue. En esa época no había redes sociales ni celulares. De hecho, ese día nos fuimos a dormir a mi casa y luego nos empezamos a ver como podíamos porque ni siquiera tenía teléfono fijo. Era una dependencia enorme esperar a que llamara. Empezamos a vernos, primero una vez por mes, luego una vez cada dos semanas, luego una, y así hasta que un día me dijo en voz muy bajita “estoy enamorado de vos”. Después de eso nos fuimos a vivir juntos. La separación fue fuerte. Además, el país estaba tan mal que ni se me pasaba por la cabeza que sucedería todo lo bueno que sucedió después. Me fui a Noruega pensando en no volver nunca más. Cuando en el 2005 estaba estudiando el tercer año en la FUC, me di cuenta que era de acá de donde no me iba a ir.
–Como siempre quise que mi entorno supiera mi orientación sexual, a los 18 hablé con mi familia y mis amigos. En esa época conocí a un gran amigo, Marcelo, que era un poco más grande que yo y me incorporó a su grupo. Viernes y sábado era estar en su casa y después a salir. A mí me gustaba más lo popular, sobre todo Sitges y un poco menos Angel’s. Pero nada Bunker. Había un espacio para moverme con tranquilidad aunque fuese medio separado del mundo. A los 20 sentí que las cosas había que decirlas de una. Una vez, ante la típica pregunta de una persona de “¿Cómo te gustan las chicas?” dije sin dudarlo un “No, a mí me gustan los chicos”.
Y punto.
–La verdad que no sabía mucho. Sí recuerdo haber ido al Cosmos a ver un especial de cine queer donde daban Pink Narcisus, que por años me quedó grabada en la cabeza. La primera noticia de que algo pasaba a nivel político con lo gay fue a los 24 años cuando quise ir a una marcha en Buenos Aires. Después Noruega me modificó la cabeza. Ese plazo de los 24 a los 27 fue mucho tiempo en un país que tiene la cabeza muy abierta. Donde en los jardines hablan a lxs niñxs de 4 años de poder ser gay o lesbiana. “Ustedes pueden tener novias o novios”, le dicen. La modificó, incluso, hasta poder construir mi carrera alrededor de lo gay.
–Cagar, que es mi primer corto y está filmado allá, es la historia entre un tipo muy grande y un pibe que trae un delivery de pizzas, y que terminan cogiendo. Era algo que quería contar. Si quiero hacer cine, tengo que hacer algo que me interese a mí. No lo puedo ver de otra forma. Después hice un cambio más radical con mis primeros cortos de escuela. “Una última voluntad” es super gay pero no pasó nada con él. Después vi que lo había hecho para agradar a la gente. Pero cuando gano el segundo concurso en la FUC y filmo El reloj me propongo hacer lo que quiera. Ahí meto en primer plano un bulto con el que mis compañeros se escandalizan, y es ahí cuando me doy cuenta de que quiero hacer un cine personal y lo que se me dé la gana. Ese corto gusta y mucho. Incluso va al festival de Cannes compitiendo en la sección Cine Fundación, donde nazco como cineasta. Esa especie de respaldo a cómo quiero hacer cine me reforzó en filmar sólo lo que yo quiero y nada de lo que quieren. Y así construí todo hasta hoy. Sigo defendiendo que no me preocupan los 500.000 espectadores sino lo que quiero hacer. Siempre que hice lo que quise, gustó. Y eso que en el mundo del cine es difícil no volverse especulativo con “lo que quieren ver”.
–No creo que sea nada especial. Lo que sí sé es que a mí me deja muy tranquilo. Que tengo certeza de lo que hago. Sobre todo que responde a mi imaginación que a veces es conflictiva porque voy a ver una película de dos horas y estoy media pensando otra película mía. Trabajo con mi propio morbo y con las cosas que quiero ver y que creo que no se filman. Por ejemplo, hoy estuve mirando un video antiguo de Luis Miguel cantando “Cuando calienta el sol” y pensaba que bueno hacer una película con ese universo de tipos bronceados, en slip, con el agua corriéndoles por el cuerpo. O sea, jugar con morbos personales para hacer una película. Como pasó con Hawaii que sucede en una casa que en realidad es una casa que tiene mi viejo que yo muchos veranos voy, y la verdad que lo que me imagino es que estoy y cae un chongo, aplaude, y me pide algo, cualquier cosa. Y eso es la película. Entonces a través de esa mini fantasía que me produce esa casa, ese entorno, esa idea de que aparezca un chongo y que me pida algo, es que sale Hawaii. Esa sola fantasía se convierte en película. ¿Eso me convierte en un director especial? La verdad que no lo sé. Lo que sí sé es que ahí hay algo que encontré y que siempre le digo a la gente que estudia cine: “hagan las películas que no existen, las que les gustaría ver. Nunca piensen en el otro, piensen en su locura personal”.
–A mí me gustan los hombres. No me pregunto si son gays o no. Me gusta la cosa rústica, los futbolistas, los pibes como con ropa descuidada, el jogging, los tipos con pelos. No soy nada fan de los lampiños, del gimnasio. Hay mucha más visibilidad del gay que se cuida porque socialmente la gente entiende que eso es ser gay, y después hay miles de tipos por toda la ciudad que la gente no asocia con ser gay y que lo son tanto o más que los que van al gym o esas cosas. Que sé yo, un camionero, un kiosquero... Ahí trabajan mis morbos. Me da un poco de miedo quedar como que es una mirada homofóbica. No lo es. No tengo problema ni con lo trans, ni con lo queer, ni con el pibe con pluma, pero mi mirada tiene la influencia de Pasolini o de Fassbinder, aunque no en Querelle, aclaro. Depende también dónde ponemos la mirada, porque por ejemplo, considero re gay a Rocco y sus hermanos de Luchino Visconti, o Sin aliento de Jim McBride donde Richard Gere está toda la película en bolas. O las miles de películas donde el hombre está expuesto. De hecho Point Break donde laburan Patrick Swayze y Keanu Reeves está catalogada como un bromance por la relación entre ellos donde sólo falta que cojan. Yo veía MacGyver, imaginate. ¡Qué bestia de tipo el Zlotoff!
–Antes de hacer cine ya sabía lo que eran. Nunca me enloquecieron y siempre han estado en mi carrera: mi primer corto fue a Cannes y mi segunda película a Berlín donde gané el Teddy Award. Creo que eso me sirvió para entender qué son estas cosas en la vida de un cineasta. Como dice mi vieja “espuma de cerveza” con tanta foto, cámara, luces, etcétera.
Eso no es para nada lo importante del cine. Lo disfruto, claro, pero lo importante es el prestigio que atrae a la plata para poder seguir filmando. Si tu currículum dice que fuiste invitado a Cannes, Berlín, Sundance o San Sebastián, hace que cuando un productor va a Inglaterra o Francia a buscar tipos que van a poner guita, ya sea una carta de presentación bien contundente. Está bueno pensar los festivales para mostrar tus películas, para hacer carrera y para buscar guita. Porque para hacer cine se necesita guita. Pero también hay que tener mucho cuidado de no filmar para el festival. Muchos directores hacen toda una carrera para llegar al festival, después se dan cuenta que eso los deja vacíos, y mutan y hacen carrera para tener 500.000 espectadores. Está bueno entender que los festivales son como exhibidores y si tu producto está bueno, va a llegar. No mucho más que eso.
–Sí, totalmente. Es algo que aprendí en la escuela de cine pero que también sale de mis obsesiones. Si lo comparás con la pintura, hay artistas que se nota menos, pero cuando ves cierto cuadro decís “es un Bacon” y si no lo es, es alguien que trató. Es algo que se enseña desde la teoría. Esto de la huella, de la identificación. Consciente de ello, dejo huella. No para que todo el mundo lo note: pero voy dejando huella en los colores, los escuadres, los actores, la cámara. Hay otras cosas que no las pienso mucho, como el tema de la tensión sexual que mucha gente me lo marca. No entiendo mucho que hago ahí. No es teoría. Sale.
–Creo que aún no hice nada del cine que quiero hacer, de las historias que tengo en mi morbo. Cosas que si las hago quiero hacerlas bien. A veces fantaseo con filmar la escena de violación del pibe en La Traición de Rita Hayworth. Pero, ¿cómo se hace eso? O sea, cómo se hace bien. Me gusta pensar en que no vieron nada aún de mi cine, porque mis fantasías están a mil como cuando fantaseo filmar una película sobre una cárcel, tipo La Leonera, pero con una historia entre dos tipos que uno sale y va a buscar al otro, bien apasionado y loco de deseo y amor que no le importa la familia del otro ni nada.
–A nada porque confío mucho en mi punto de vista. A mí me cambias algo que creo que no es y soy capaz de no filmar una película. No pasa nada, mi vida sigue, tengo otros proyectos. Nunca me pasó que Hollywood me diera un millón de dólares para hacer una bosta. Hoy, ante eso, digo que no. Capaz si ocurre digo que sí, hago la bosta y luego la escondo. Pero bueno, siempre me adapté a la situación de decir cuánta plata voy a tener para mi próximo proyecto. No soy un director que voy a estrenar un guión y esperar 6 años para filmar. Lo podría intentar, pero sólo si en 6 años te escribo una locura maravillosa. Ahora, en medio te meto tres películas más. Siento mucho orgullo por la película, ya está hecha. Está ahí. No soy del “poneme delante del cartel que la hice yo”. No hace falta eso. La película soy yo igual. Andá y ve la película.
–Mis amigos me joden con eso. Creo que el mundo gay conoce mucho mi nombre, pero no creo que sea general. Me siento más cómodo pensando que ocupo el mismo espacio que una Ana Katz. Pero, igual me da mucho pánico pensarlo, porque no me gusta mucho pensar que he pasado a un lugar de más masividad.
Mariposa puede verse todos los días
a las 18.30 en Espacio Incaa Arte Cinema,
Salta 1620.
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