Vie 09.10.2015
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DíA DEL RESPETO POR LA DIVERSIDAD CULTURAL

¿De quién son los pobres?

› Por Franco Torchia

La aparición de El mito de la Argentina laica. Catolicismo, política y Estado del sociólogo Fortunato Mallimaci (Capital intelectual) es un acontecimiento intelectual: con aires de epifanía, esta publicación del investigador superior del Conicet y profesor de la UBA, actualiza el recorrido histórico de “lo católico” de este lado del río, sentimiento sellado a bala suelta por la última dictadura cívico–eclesiástico–militar y elevado ad infinitum por la elección en 2013 de Jorge Bergoglio como Papa. Ahora, una conversación urgente sobre los últimos vuelos de la sotana. 

Hay un concepto clave en el libro: catolicismo integralista

–Sí, una denominación del sociólogo e historiador francés Emile Poulet, con quien estudié en París: yo quiero demostrar cómo en Argentina el catolicismo social –de mucha presencia en barrios y villas, el catolicismo que está por todos lados porque el tema de los pobres no es nada nuevo en él– al mismo tiempo tiene una vertiente doctrinal muy fuerte que no la tuvo en otros países de Europa o América Latina. Esto no está lejos del actual Papa que por edad y por experiencia histórica ha mamado esto. La crisis que vive la sociedad política argentina en los años 30, cuando descubre que todas sus vacas, sus trigos y sus cereales no alcanzan, y que hay un mundo de dominaciones, de grandes intereses, deriva en una crisis ideológica muy fuerte. Por eso ese catolicismo logra hacer algo que en otros países lo hace pero menos que acá: poder pasar a decir “yo soy el sustrato, el ethos de la identidad nacional”. A partir de ahí avanza y sigue avanzando hasta el día de hoy. No fue un proceso imperceptible y esa me parece la gran virtud. Logró ser cultura. Logró aparecer y ofrecerse como una identidad nacional capaz de integrar a vastos sectores sociales.

Pero lo que traía aparejado no fue advertido…

–Cuando yo volví al país en el 84 me encontré con la ignorancia total de este proceso. Parecía que todo había salido de un repollo. Empecé a ver que el catolicismo era visto como una anomalía, un momento pasajero que tarde o temprano desaparecería. Bueno, se quedó y sobre todo se quedó en la sociedad política, más allá de que los creyentes venían tomando distancia de la institución y de sus normas. Sin embargo, la iglesia había logrado penetrar en la sociedad, los partidos políticos y el Estado: se habían hecho naturales los crucifijos, las vírgenes, los juramentos, las escuelas religiosas. El ser creyente primaba sobre el ser ciudadano. 

¿Qué te pasó cuando te enteraste de la elección de Bergoglio?

–Quedé atónito. Se quebraban siglos de un eurocentrismo fuerte. Después tuve que pasar a decirles a todos que el hecho de que él fuese latinoamericano no significaba que fuese latinoamericanista. Y después recordarles el pasado de Bergoglio: yo lo conocía bastante porque lo había estudiado y había visto cómo había desprotegido y desacreditado sacerdotes. Lo que dijo hace pocos días, “No escuchen a los zurdos”, siempre lo dijo. Lo leí y me impactó porque fue la misma frase que yo había escuchado de boca del padre Orlando Yorio, en cuyo caso de secuestro Bergoglio estuvo involucrado. Bergoglio siempre fue un animal político como Juan Pablo II. Si no entendemos que si algo es el catolicismo y el papado es una mezcla de lo político con lo religioso, nos va a costar entenderlo. Es un Papa latinoamericano que viene a decir que acompaña procesos democráticos siempre y cuando la iglesia católica pueda estar ahí, junto a ellos, catolizando y siendo un actor significativo en la política y en el Estado. 

¿Cómo analiza la actitud de quienes celebran que haya dicho, por ejemplo, “¿Quién soy para juzgar a un gay?”?

–Esa es la gente que conoce poco y nada. Es un razonamiento muy cristiano y muy tradicional pero que en el actual mundo globalizado, del capital financiero, de la expulsión, del descarte, de la modernidad líquida, parece casi inquietante: “Un homosexual es una persona; un migrante es una persona; un delincuente que va a la cárcel es una persona”: esa es la larga tradición humanista, de siglos, de la iglesia. Sucede que en Europa los partidos socialistas y los ex partidos comunistas hoy están tan a la derecha con las políticas de ajuste, periodistas haciéndoles zancadillas, otros con un bate de beisbol esperando que entre un inmigrante para romperle la cabeza, ganando bastante adhesión popular, que ese papado, que dice las mismas cosas que antes decía Ratzinger y antes Wojtyla, hoy parece totalmente innovador. No es así: así como le dijo no a la invasión a Siria, así le había dicho Ratzinger no a la invasión a Irak y le había dicho Juan Pablo II no a la invasión a Kuwait. Así como sobre el capitalismo la iglesia católica desde el Rerum Novarum de 1891 viene teniendo una crítica importante porque el mercado quiere imponerse pero para eso antes está la institución que debe decir lo que hay que hacer (la iglesia)… hay gente que lo ve como algo de hoy y hay que recordarles que tiene historia y que el Cardenal Bergoglio ya había tenido posturas muy duras sobre temas como la orientación sexual y no iba a ser la persona que las iba a cambiar: al contrario, las iba a mantener. Él verá, como todo Papa, cómo incluye más a unos que a otros, tratará de ser más movimientista que su anterior, por ejemplo poniéndole peros al capitalismo. Sobre el resto de los temas Bergoglio no sólo no es reformista sino que ha hecho de actitudes del tipo “No va a haber mujeres en el sacerdocio porque ya Juan Pablo II lo dijo”, “Tengan cuidado con los zurdos” y “La familia es el matrimonio entre un varón y una mujer” su marca. 

¿Y qué expectativa puede generar el Sínodo de la familia?

–Los agentes que dirigen la institución católica tienen que decir “No cambia nada”. ¿Por qué? Porque si alguno dice “cambió”, pueden surgir acusaciones. En lo social se pueden dar muchos lujos: pueden ser ecológicos y anticapitalistas. Pueden decir “Yo cambio porque el mundo me pide, porque las empresas están concentradas”. Sobre el resto no. ¿Por qué? Porque se supone que son elegidos por un tercero: el Espíritu Santo. Ninguno de ellos puede decir “He recibido una herencia terrible de mi antecesor”. No. Se supone que ellos fueron elegidos por aquel que está en el centro. Por eso es importante periodizar, historizar. Entonces podés decirles “Miren que han cambiado antes eh”. “Miren que los sacerdotes se casaron en el 1400 en tal encuentro y aceptaron a las mujeres en tal otro pero luego en otro dijeron que ya no”, etc. Por ejemplo, el banco del Vaticano nace en 1942 recién, antes no tenían banco. Un Papa único, viviendo en Roma, es una creación de 1864. En América Latina desde 1492 que llegan los españoles a invadir hasta 1860/70, dirigían las iglesias el Rey y el Episcopado español y portugués. Hubo que inventar la iglesia católica romana en el siglo XIX: acá no había obispos ni curas. Si se dice todo esto y se marcan los cambios, aparecen los intereses y los poderes. 

Y en esta coyuntura política, con candidatos que citan a Bergoglio cada tres líneas…

–Por eso publiqué el libro ahora. Si la sociedad política no toma en cuenta esta situación que se vive –todos querían tener un obispo amigo e ir a consultarlo; ahora van a consultar a un Papa, imaginate–, esto tendrá consecuencias. La sociedad tiene que saber que la iglesia actúa en lo político, en lo social y en lo religioso al mismo tiempo. No digan “¡Qué bárbaro que el Papa hable sobre esto!”. En Argentina se viene haciendo un trabajo bastante importante en temas de derechos sociales y sexuales. Acá puede haber problemas serios. La sociedad argentina puede responder o puede quedar congelada y sería un gran daño para la democracia. Es un gravísimo error pensar que la iglesia es sólo una concentración de intereses económicos. Los intereses simbólicos, la libertad de conciencia, la relación entre la iglesia, los grupos religiosos y los grupos políticos forma parte del modo en que una sociedad piensa su pasado. No es casualidad que varios de esos grupos económicos, políticos y religiosos no quieran hoy que sigan adelante los juicios de lesa humanidad. 

¿En qué otras instancias incide?

–En la construcción de imaginarios sociales. La discusión de fondo es si seguimos creyendo que los creyentes deben decidir las políticas para la mayoría de los ciudadanos, cometemos un craso error. Es la propia sociedad política la que debe darse cuenta de esto para tratar de ganar legitimidad. Si creen que la legitimidad política les va a venir de la legitimidad religiosa, sepan que la historia nos muestra que eso termina mal.

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