ENTREVISTA A GUSTAVO PUERTA LEISSE, FILóSOFO Y FUNDADOR DE LA ESCUELA PERIPATéTICA DE LITERATURA INFANTIL.
De la ausencia de libros que diera cuenta de la diversidad de familias, de lazos, de modos de ser y relacionarse, el mercado se ha contentado con ofrecer una colección de historias elementales donde aparecen dos madres o dos padres en escenas iguales de convencionales que las perfectas familias hétero. ¿Con esto alcanza? ¿O con esto falta todavía más que antes?
› Por Dolores Curia
Antes de la década del 60, las personas que no eran blancas eran casi invisibles en la literatura infantil. Si aparecían, lo hacían pasando por el filtro del ojo eurocéntrico y esclavista. No había imágenes de niños negros en los libros de Estados Unidos y Europa, y si llegaba a aparecer alguno, la palabra con N era cuidadosamente omitida en el texto. Esta invisibilidad fue objeto de atención en 1965 cuando el Saturday Review publicó un artículo de la bibliotecaria Nancy Larrick, “El mundo completamente blanco de los libros para niños”. Larrick se preguntaba allí a quiénes perjudicaba más el tono monocromo: ¿a los chicos afros o a los blancos? La respuesta logró despertar la conciencia de los segundos. Los revolucionarios 60 y 70 fomentaron el interés en una literatura que reflejara diversidad de tradiciones, puntos de vista, opresiones. Algunos editores incluso reimprimieron clásicos infantiles, como Dr. Doolittle de Hugh Lofting y Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl, como gesto reparador: cambiaron o quitaron las representaciones racistas. Hay quienes señalan que allí podría haber comenzado una historia sistemática de la literatura infantil multicultural. Su acepción se ha ido ampliando hasta englobar en la actualidad a todos aquellos sectores asociados con la otredad: ancianos, minorías sexuales, lingüísticas y religiosas. En el siglo XXI la tolerancia ha dado entrada a otros saberes, que van más allá de la literatura, como los aportes de las Ciencias de la Educación y la Antropología que se cuelan en los libros. ¿Qué más hay detrás del discurso didáctico de la tolerancia? ¿Cuánto hay, si no de manipulación, por lo menos de encausamiento según parámetros de la moral adulta del pensamiento infantil, hacia un ideal de niño inclusivo? “Desgraciadamente, hay demasiados padres que exigen que las mentes de sus hijos funcionen como las suyas”, escribía el psicoanalista y especialista en cuentos de hadas Bruno Bettelheim promediando los 70. Una década después, Eloise Greenfield, una de las más conocidas escritoras de libros infantiles de temática afroamericana, algo harta de que le preguntaran sobre la relación entre la literatura infantil y su función social, llevó su respuesta al campo de la relación arte-política: “Está mal planteada la pregunta: el arte es político en su interpretación de lo que lo rodea, y lo es incluso en sus intentos de ignorar estas realidades, o en sus distorsiones, o en su defensa de una realidad diferente.”
Desde el multiculturalismo a la Benetton hasta el exotismo, la diversidad cultural obligatoria como signo de época implica también una visión funcionalista de la literatura infantil, de tutela de la mente del niño según lo que los adultos consideran deseable y correcto. La diversidad sexual (gana cada vez más terreno si no tanto en las librerías infantiles, en el aula, pero se expresa en términos bien acotados, siempre, con amor mediante. Circula la pregunta, más o menos explícita, sobre qué se le debe contar a los niños, entonces los libros que hablan de diversidad sexual anuncian el tema sin grises desde la tapa, no vaya a ser que se mezclen o confundan.
Difícilmente aparece una historia no heterosexual en otro contexto. En este mapa la transexualidad está obturada completamente como respuesta al tabú de que podría “generar confusión” en los menores. Mientras siga existiendo la idea de que hay que evitar las confusiones parece poco el marguen para la apertura de mentes y para la imaginación. ¿Cuánto contribuyen realmente estos textos, casi calcados entre ellos y con las mejores intenciones, a la celebración de la diferencia? Las opciones se agotan en mostrar distintas familias formadas por madre-padre, madre-madre y padre-padre. Y casi siempre los distintos personajes se representan de la casa al trabajo y del trabajo a la salida familiar, siempre más cerca del manual de buena conducta, e incluso de las fórmulas de la autoayuda, que de la imaginación desbocada. Gustavo Puerta Leisse, filósofo venezolano radicado en España y creador de la Escuela Peripatética de literatura infantil, advierte la necesidad de propuestas transgresoras. El imperativo de la corrección da como resultado que, paradójicamente, se limite la voluntad de delirio –tan queer– propia de la infancia, el gesto irónico y la irreverencia. La gran ausente del mercado de la literatura actual, dice Puerta Leisse, que por estos días visitó Buenos Aires como invitado del Filbita, es la creación independiente con capacidad de concebir al niño como lector crítico, sensible, independiente.
En el caso español, la literatura infantil se ha desarrollado en el seno de editoriales de libros de texto escolares. Más del 80 por ciento de los libros que se publican provienen de cinco grandes grupos, tres de los cuales son religiosos y dos trasnacionales. Los maestros obligan a leer a los alumnos estos libros. En el caso latinoamericano también son comprados por planes nacionales de lectura. Eso establece la idea de que la literatura infantil tiene que servir para: tomar consciencia, que el maestro trabaje el libro con los chavales en el aula, afrontar transformaciones sociales de forma “didáctica”, crear y evaluar conocimientos morales sobre esos temas. Este tipo de literatura, dominante en todos los países hispanohablantes, se ha extendido incluso a editoriales pequeñas y alternativas.
No hay un único factor, pero buena parte de la literatura infantil está adquiriendo formas de hacer y de pensar de la autoayuda. La historia en la que el ser o el animalito diverso, al que nadie valora, que de pronto tiene que hacer algo para demostrarle a los demás que vale y que finalmente es integrado por todos es muy común. Puede tener una formulación más juguetona, o más perversa, pero se va delineando siempre por el mismo surco. Que el libro sea un dispositivo para la formación moral del niño es algo que tenemos muy arraigado. Tiene que ver con una visión evangélica del libro, como un espacio de imitación y salvación de Cristo. Entonces por lo general para enfrentar problemas actuales complejos se recurre a una simplificación extrema que muchas veces puede implicar una visión distorsionada e incluso contraproducente.
Hace un tiempo en España hubo un caso muy sonado de una chica que salió una noche de copas y desapareció. Cuando encontraron su cadáver las pesquisas policiales determinaron que fue violada. El caso pasó por todos los programas de televisión de cotilleo, muchas primeras planas, etc. Después de eso salieron 43 novelas juveniles sobre chicas violadas, con el objetivo de tomar consciencia, denunciar un problema. Me invitaron a un congreso a hablar del compromiso social de la literatura infantil y hablé de esto. Leí las 43 novelas y vi cómo se repetían parámetros básicos. Todas las chicas iban con minifalda, una gran mayoría en la historia habían quedado con un amigo, se había desencontrado con él y después había salido con el amigo del amigo, que estaba borracho y tenía tatuajes. Todo ocurría un descampado. Si se compara esto con los informes del Ministerio del Interior sobre la violación juvenil, se constata que: la mayoría ocurre en casa, lo hace un familiar mayor o amigo de la familia, en las mañanas. Típico ejemplo donde lo que queremos trasmitir no se adapta a lo que pasa en realidad.
El típico libro infantil sobre diversidad sexual es el de “Fulanita tiene dos mamás”, que lo primero que te plantea es que “a pesar” de que tiene dos mamás es feliz igual y se parece a ti. La pregunta sería: ¿qué es lo que siente una niña con dos mamás frente a ese libro? ¿qué le aporta? Otra pregunta para hacernos es: ¿quiénes escriben estos libros y por qué? Escribir este tipo de libros te garantiza entrar en un colectivo, en una red de librerías, en ciertos espacios de prensa. Es fácil apostar por esa posición. El problema es hasta qué punto lo que estás sustituyendo estereotipos anteriores por nuevos. Y cómo te estás quedando en la superficie de un tema.
Latinoamérica ha sido un espacio muy importante para el desarrollo de la crónica, un género a medio camino entre la literatura y el periodismo. Si está bien hecha, aunque sea ligeramente, te genera un extrañamiento, o un cuestionamiento con clises previos. Qué interesante sería utilizar la perspectiva de la crónica para hablar de las vidas de las familias lgbti y confrontar todas estas imágenes preestablecidas. Así llegás tanto a las familias diversas como a las personas más reticentes. Por un lado está el postulado “esto es bueno” o “esto es tan bueno como” y, por otro, un enfoque en el cual no te señalan lo que es bueno ni malo sino el retrato, más o menos imaginativo, de una realidad. En España hay un libro de Takatuka que establece un listado de categorías de distintos tipos de familias. Bien, vale. Pero, ¿y qué más? ¿para qué me sirve? ¿Lo hacemos porque hay un mercado? He visto pocos libros que traten las sexualidades disidentes desde puntos de vista interesantes, críticos. Una opción interesante podría ser preguntarle a personalidades famosas cómo fueron sus infancias gays, lésbicas, transexuales. Seguro que ahí aparecen cosas más interesantes que si vamos con el esquema prefabricado.
Hay uno de Christine Nöstlinger que se llama Bonsái, sobre un niño que va investigando su identidad sexual a través de preguntas filosóficas. Otro de la editorial Mediavaca que se llama No hay tiempo para jugar, de Sandra Arenal y Mariana Chiese, donde está planteado el tema del otro. Es sobre testimonios, tomados por una antropóloga en la Ciudad de México, a niños que trabajan en las calle. Se le da la voz a los chicos, como hizo ya Graciela Montes con El Golpe y los chicos (Colihue). Está La libreta del dibujante, de Mohhiedin Ellabad (Lóguez): es la libreta de un dibujante iraní que te va paseando por recuerdos de su infancia. Con la diversidad no encuentro realmente libros donde diga “aquí hay algo”. Es mi opinión. Quizás porque por ahora en la literatura lgbti para chicos lo que prima es la idea de orgullo. En ese sentido parte de lo abstracto por encima de lo concreto, por encima de la experiencia, del individuo. Lo mismo para aquellos que hablan de la comunidad afroamericana, los feminismos… el modelo siempre es: se busca una figura y se nos habla de su vida (Malcom X, por ejemplo) en términos accesibles al niño. Es la misma estructura de una vida de Santo. Como en los libros del siglo pasado sobre Evita. Creo que ir más por la primera persona –como el libro sobre Billy Elliot, que se conoce mucho menos que la película– podría abrir el panorama. Hay otro libro de los años 80 que se llama Oliver Button es una nena (de Alfredo Gómez Cerda), que va por ahí camino.
Siempre se ha habla de “libros para niños”. Hay dos grandes enfoques: el que le da prioridad a la parte de “libros” (calidad artística y la máxima tantas veces repetida de que un libro para niños es un libro que también pueden leer los niños, la idea de que prima lo literario, y que esa cualidad de literario está más allá de que sea infantil o no). Luego está el foco en lo “infantil”: lo importante es el destinatario y esto implica ciertas restricciones de lenguaje, unos ámbitos temáticos que sean importantes para los chavales). Frente a esas dos visiones yo trato de alternar una tercera que es poner en foco en el “para”. En un libro para niños lo importante es el “para”. El modelo tradicional de literatura infantil lo que plantea es que yo soy el adulto que tiene algo importante que contar y se lo planteo al chico.
Es una actitud vertical en la que lo paradójico es que da igual cuál sea tu enfoque ideológico, el valor que tú quieras transmitir. El adulto es una autoridad y el niño tiene que aprender del adulto. Contrapongo un modelo de una literatura infantil horizontal: yo soy un adulto, tengo algo que contar, quiero contárselo al niño y para que al niño le interese tengo que captar su deseo de leer, de conocer, su interés. Y eso tiene menos que ver con el qué cuento, y mas con el cómo y el para qué lo cuento. Todo esto no significa que los niños no tengan la capacidad (históricamente la han tenido) de apropiarse de libros que no estaban pensados para ellos. Pero eso es otro tema. En líneas generales toda la literatura infantil en verdad está dirigida al adulto, que es quien hace la compra. Ya sea a partir de la belleza o a partir de lo que consideres que es bueno para tus hijos. Los chicos deben desarrollar su propio criterio lector, más allá de lo que nosotros pensemos que es “bueno” y “deseable”.
Damos talleres y un seminario centrado en concepciones de la infancia para ilustradores y maestros. Por ejemplo, un año toca el tema de los niños salvajes, entonces vemos a Víctor de Aveyron, la historia de Kaspar Hauser, a Levy Strauss. También nos dedicamos, por ejemplo, a Walter Benjamin y su libro Juicios a las brujas y otras catástrofes, sobre los libretos infantiles para radio que escribía. Otro seminario fue sobre los libros infantiles de las vanguardias rusas durante los primeros años de la revolución y su continuidad en el tiempo.
Es un libro del siglo XIX que me interesa por su permanencia en el tiempo. Invité a diez ilustradores para hacerlo. Es una de las obras más crueles y políticamente incorrectas jamás escritas. Es un clásico vivo, ambiguo, capaz de cuestionar nuestra visión adulta de la infancia. Sigue siendo muy gracioso porque tiene un lenguaje popular. Tiene una parte aleccionadora que originalmente fue escrita por el Hoffmann muy en serio para educar a su hijo. Pero esa intensión moral -por ejemplo, la historia del sastre que le corta a un niño los pulgares para que no se los chupe o la niña que se quema viva por jugar con cerillas- hoy se lee con ironía. Hoffmann creó una obra que se le escapó de las manos. Nos cuestiona a los adultos, que tantas veces “por su propio bien” les decimos cosas con velado tono de amenaza. He hecho la prueba: el adulto se ríe con el libro pero cuando se le aclara que es para chicos se pone serio. Aunque creamos lo contrario, seguimos estando llenos de tabúes.
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