El escritor chileno Pablo Simonetti explora en Jardín (Alfaguara), su última novela, los lazos afectivos e identitarios entre un hijo gay y una madre al final de su vida. También el mandato de que los homosexuales deban ser más sensibles y propone una relación entre el jardín y la identidad. Dialogó con SOY sobre las relaciones entre escritura y activismo y los nuevos rumbos de Chile a pocas semanas de la implementación de la ley de unión civil en su país.
› Por Alejandro Dramis
Una casa habitada por una mujer viuda, sola y de setenta y seis años se transforma en el escenario principal de los recuerdos de Juan, uno de los tres hijos, su confidente. Una oferta millonaria incita a los hijos primero, y a la madre después, a plantear seriamente la posibilidad de la venta de la casa –y, consecuentemente, del jardín que la rodea–. Delicada, poética, profundamente simbólica, la nueva novela de Pablo Simonetti, una de las figuras centrales de la literatura latinoamericana contemporánea y activista por los derechos de las minorías sexuales en Chile, explora con la fuerza de la melancolía los lazos y los lugares individuales dentro de una familia tradicional chilena a partir de la mirada de un hijo homosexual, el menor de los tres, autoexcluido y extranjero en su propia tierra. Con la elegancia que lo caracteriza, Pablo Simonetti dialogó con SOY sobre el proceso, el contexto y los mundos que rodean su Jardín.
La novela surge a partir de una llamada que recibí de un amigo pintor, que había arrancado un taller que estaba en la misma cuadra en donde estaba la casa en la que yo me crié. Él me avisó que estaban derrumbando esa casa y de repente recibí un golpe al darme cuenta de que mi madre podría haber vivido ahí durante esos doce años que habían pasado desde que habíamos entregado la casa. Esa misma noche fui a comer con un amigo y me dijo que había ido a ver una puesta de El jardín de los cerezos de Chéjov y de repente se me armó la novela completa, en ese mismo minuto. Ahí ya la vi toda completa y sólo me quedaba después escribirla.
El personaje de Luisa tiene mucho de mi madre. Ella fue paisajista, escribió tres libros de jardinería... Yo no le puse eso a Luisa para no cargar tanto las tintas.
Al haberla visto enamorarse de su jardín, de esta obra de arte que ella realizó durante cuarenta años, también creo que me regaló un estado de vivir, que es el mismo que ella tenía con su jardín y que es el mismo que me acompaña hoy en mi literatura. Por eso hago una comparación entre el jardín y la identidad. Yo creo que cuando uno encuentra su verdadero lugar en el mundo, eso es como estar en un jardín: cultivas, trabajas, fertilizas, de vez en cuando fumigas... bueno, ojalá que no (risas), y al mismo tiempo es un lugar de contemplación, en el cual imaginas, en el cual puedes estar a tu aire pensando en nada más que lo que a ti te interesa.
En todas mis novelas siempre hay un personaje cercano a mí. Creo que en ninguna de ellas es el personaje principal, siempre es un personaje importante, protagonista. Y eso hace que mis novelas tengan otras perspectivas y no sean solamente la literatura del yo, que muchas veces pueden terminar siendo claustrofóbicas y autorreferenciales.
Yo no creo que los gays seamos más sensibles que los heterosexuales, pero sí que tenemos una sensibilidad distinta, a propósito de lo que nos ha tocado vivir, por las influencias culturales a las que nos vemos expuestos, porque leemos otras cosas, vemos otras cosas, tenemos un sentido estético diferente, y en ese sentido Juan puede mirar el conflicto del jardín con los ojos que su hermano heterosexual.
Desde ya que ella tiene una intimidad con su hijo menor, que se vuelve un confesor. Aquí se suman dos cosas: una, que es el hijo menor, y por lo tanto con el que más tiempo ha pasado, al que más tiempo exclusivo ha dedicado. Pero al mismo tiempo el hijo menor, al no tenerle miedo a su sensibilidad femenina, logra encontrar un espacio de sensibilidad común para hablar de sus intimidades. Eso ambos lo valoran mucho, y es algo que envidia mucho Franco, el hijo heterosexual, lo cual parece bastante injusto, porque ella debería poder encontrar también un mundo de intimidad con su otro hijo. Pero ella hace esta distinción, que la hereda de la vieja estructura familiar del siglo XX y católica, en la que está esa representación del hombre en el hijo mayor y es ese hijo mayor el que toma las decisiones financieras, y el que finalmente toma la decisión de si se vende o no se vende la casa, cosa que también envidia mucho el hermano menor.
Franco representa toda la época de los años 80 y sobre todo los 90, fueron épocas en la que casi todo el país decía “hay que mirar para adelante, el pasado es un peso, hay que focalizar lo que nos une y no en lo que nos desune”, todo ese discurso que se impuso con tanta fuerza y que creó también un sentido del éxito sin tomar en consideración las consecuencias que podía tener en las emociones y en el bienestar de las personas. Franco dice hagamos negocio, alegrémonos y nos sacamos el lastre de la casa de encima. Es un tipo de personalidad que he observado mucho en la gente, como que no son capaces de resolver esas tensiones que se arrastran a lo largo de la vida, y la vida está llena de esas tensiones que hay que saber mantener sin que exploten.
Él y yo nos fuimos a trabajar, él a pintar y yo a escribir, a una casa donde vamos todos los años, que tiene un jardín muy bonito. José Pedro pintaba jardines desde hace mucho tiempo, antes de que nos conociéramos. Y un día entré al taller mientras él trabajaba, abrí la puerta y vi un óleo sobre tela en tonalidades de blanco, gris y negro. Cuando lo vi me dije “esa es la portada de Jardín”. Y después le pedí también que hiciera las ilustraciones del interior de la novela, él tuvo la genialidad de pintar todas esas flores –que la mayoría de ellas las heredé de mi madre– pero con una oscuridad. En vez de rescatar las luces y los colores rescató las sombras, y eso hace que sean unas flores que estén de luto, que van muy de acuerdo con la melancolía de la novela, una especie de lamento por la pérdida del jardín y la pérdida del paraíso, del lugar de origen.
Yo llegué a ser fundador y presidente de la Fundación Iguales porque era escritor y hablaba de estos temas en mis novelas, y por lo tanto medio que me dieron una tribuna para hablar, y en una de esas resultó que la responsabilidad social ya era ineludible. Llegué a ser activista porque soy escritor. Sigo participando en la fundación, pero ahora he dejado la vocería. Yo primero escribo y después me vuelvo activista, porque la escritura tiende a otras corrientes más profundas y a una onda de longitud mayor sobre la cual hay que detenerse a escucharlas. El activismo está muy lleno de actualidad. Yo creo que allí hay una mirada que con el tiempo también la literatura va a aportar mucho, que son los movimientos más profundos de la sociedad y que son más amplios, no solamente el de uno de los grupos discriminados.
La ley de unión civil es una ley muy buena porque entrega muchísimos derechos, todos los derechos esenciales para la vida en común están, y además incorpora un estado civil haciendo que la otra persona sea la persona más importante en tu vida para cualquiera que lo vea. Tú dices “él es mi conviviente civil” y no hay dudas de que es tu pareja frente al Estado, frente a una clínica privada, frente a tu familia. De hecho, tú pasas a ser pariente de tu pareja y de su familia también. La ley de Identidad de Género la queremos sacar lo antes posible, porque la comunidad trans es la más discriminada de todo el país, más que cualquier otra comunidad. Hemos decidido privilegiar esta ley por encima de la de matrimonio igualitario porque ellas son menos, se ven menos, se notan menos y son las que más urgentemente necesitan el apoyo del Estado.
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