NOTA DE TAPA
› Por Gustavo Pecoraro
¿Qué pasaría si países limítrofes de la Argentina como Paraguay o Bolivia o Brasil estuvieran separados por mar de nuestro territorio y una oleada de inmigrantes quisiera cruzar las fronteras en un bote de goma? ¿Encontrarían a una Merkel o una cama y un plato de comida caliente? ¿Cuántos niños morirían ahogados transformándose en tapa de la vergüenza de la humanidad? Suponer estos escenarios no es sólo parte de una fantasía colectiva. Hay en el panorama político muchas señales de que quienes eran bienvenidos ya no lo serían tanto. Señales que no venían exclusivamente del espacio de Macri. Tanto Scioli como Massa prometieron blindar las fronteras no sólo para proteger el bienestar de quienes vivimos dentro, sino para evitar que nadie entre. Aunque la nueva Ley de Inmigración de nuestro país conciba la migración como un derecho humano, el “todas las personas de bien que quieran habitar el suelo argentino” parece haber quedado tan perimido como leer a Poldy Bird. Argentina y unos pocos más son los Estados del mundo que reconocen el derecho a ingresar a un país sumando los derechos sociales y civiles: documentación legal, salud, educación, derechos políticos. Desde el domingo es Macri quien estrena banda, bando y política internacional. Elegir Humahuaca para su cierre de campaña fue un guiño al radicalismo y al triunfante gobernador Gerardo Morales, y si bien quiso darle un toque originario a su última mise-en-scène previa a las elecciones, sus antecedentes hablan de codiciar ciertas cinturas pero no precisamente la cósmica del Sur. Cambiemos cambiará el realineamiento de la Argentina y aunque hable de afianzar buenas relaciones con “todos nuestros hermanos de Latinoamérica” deja claro que hay pretensiones de filiación con otros parientes del mundo. No cambia la opinión sobre Venezuela, por “los abusos que está haciendo con los opositores y la libertad de expresión”. Ya se espera la coz de Macri en el tablero internacional moderando las expectativas de los acuerdos económicos con Rusia o China e ilusionándose con nuevas relaciones carnales con el Imperio. Aconsejará al debilitado gobierno de Brasil para sumarse a la Alianza del Pacífico como quería Chile, y se sentirá en familia con Sarkozy o Rajoy más que con el portugués António Costas o con el madrileño Pablo Iglesias aunque haya robado impúdicamente el “Sí, se puede” con el que Podemos despertó las esperanzas en España. ¿Seguirá Macri posando su mirada en la Patria Grande? Si Maduro, Correa, Dilma y Morales cambian, tal vez sí. De todas maneras los talleres clandestinos ya están a full y las cuadrillas de inmigrantes latinoamericanos que el GCBA terceriza para limpiar las calles ya no son necesarias. A no desesperar que siempre hubo y habrá vuelos directos a Washington. Cambios promete el nuevo gobierno junto con la promesa de que bonhomía de la reina del Plata se extienda como un subtrenmetrocleta infinito desde Ushuaia a La Quiaca. Todo siempre con alegría, paz y esperanza. Esperanza blanca y amarilla.
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