Vie 15.01.2016
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A LA VISTA

Patagonia rebelde

Festivxl de la Diversidad en El Bolsón alzó nuevamente su voz contra las violencias que se ejercen sobre los cuerpos disidentes y también contra el medio ambiente. Entrevista a Analía Pavicich, figura fundamental de esta gesta.

› Por Magdalena De Santo

Después de siete años consecutivos la comarca hippie de El Bolsón inauguró, para arrancar este año de incertidumbre, una nueva edición del Festivxl de la Diversidad. Los días 6, 7, 8 y 9 de enero fueron la “oportunidad de un encuentro anual, un final y un comienzo; un encuentro entre redes que venimos tejiendo y haciendo crecer a diario”, escriben colectivamente desde la organización.

Es que la Patagonia es rebelde por historia y marca un pulso de militancias autónomo que se sostiene en el tiempo y no se parece demasiado al porteño. La comparación resulta inevitable. Juntxs y sin líderes, estas bandurrias revolotean por encima de la dicotomía macrismo-kirchnerismo alegres de no haber sido cooptadas por los gobiernos. Tampoco se oye el discurso macho de la izquierda sino más bien la altanería maricona de defender el medio ambiente. Piensan economías alternativas y hacen lo que hacen siempre mirando arriba de la cabeza donde se impone la montaña o el lago. Así, la tierra nuestra se defiende con el mismo ahínco que la sexualidad liberada. La permanencia contra los modelos extractivistas, la lucha por tierras que no son exactamente del tono multicolor Benetton, la preocupación por los incendios se funde con la humedad lesbiana y el asesinato del patriarcado a fuerza de pijazos por el ano.

El festival de diversidad de El Bolsón sobrevive sin ningún tipo de alianza con el Estado Nacional, ni Provincial ni Municipal, permanece en el desamparo legal pero con enorme legitimación popular. Jactancioso, despliega proyecciones de películas y cortos, muestra de fotos, obra de teatro, varieté en una carpa mágica en la que más de una se le piantó un lagrimón con la voz de Roma Roldán y celebró que la anfitriona Marlene Wayar pueda, con su amorosidad piquetera, señalar algún privilegio heterosexual que se asoma. Y hubo más, radio abierta, fogón, picnic asambleario frente al Lago Puelo que dio cuenta de una militancia lgbtiq que se pone más radicalizada. Y la marcha. Nuestra marcha de la muerte de la moral, guerrillera de la subversión sexual. Para acabarla, un mega sonido punchi punchi que lo inunda todo: Plaza Pagano, honrando a su nombre, obliga a quien quiera caminar por la calle principal a participar de nuestro ritual hereje lleno de cabezas teñidas. Y más, porque después de la marcha, y de los tetazos en la calle, después de la proyección de video homenaje a Diana Sacayán y que toque Sussy Shock con una banda de músicos de la comarca, el cuerpo cansino no se detiene y viaja por el ripio hasta más adentro de los bosques, directo al Mallin ahogado, para encontrarse con más superficies de placer. El tema de nuestro verano es de La Bouche y lo tarareamos todo el rato. El fiestón asediado por tortas que exigen cumbia y desvían la posibilidad de hacer otra fiesta electrónica dura hasta más allá del amanecer, con un fogón que calienta el camino hacia más atrás, allí donde se ubica la carpa genital. Porque, como dice Rafaela, para hacer bien el sexo hay que venir al sur. El cogedero del bosque, la carpa genital, nos cobija como espacio seguro. Las maricas hacen la cola y se apiñan para meterse de a montones. Pero las bisexuales y lesbianas con algunos recorridos de pudor feminizado y marcas de miedo y violencia en el cuerpo no arriman. Igual cogen. Todxs cogen. La organización coge. Lxs músicos cogen. Si no es en la carpa genital, en esa penumbra contra un pino que chilla erguido hacia la estrella de orión.

En esa montaña hay una lesbiana

Insertas en la cadena montañosa de los Andes, mirando a ese horizonte de nubes que graba el soplido de los vientos más que de las voces humanas, Amalia Pavicich, “la tía” que hace 15 años migró para Bolsón, con la energía arrolladora de una profe de educación física se divierte en la compulsión incesante de hacer esta movida durante ocho años. Hablamos de las improntas de este sur, “de festejarnos en esta naturaleza: es un medio que nos ayuda y resulta amigable para hacer un activismo distinto. Parece una pavada, pero el contexto hace las cosas muy distintas”, de autonomía y de los peligros de mercantilización de la protesta sexual.

Hace tres años el festival dejó de llamarse por la diversidad sexual, para llamarse Festival de la Diversidad a secas. ¿Por qué?

–Mirá, esta decisión no le quita su contenido disidente. De lo que se trata es de ampliar los bordes, reunirnos, ampliarnos. Acá confluyen distintos movimientos artísticos locales y políticos. Los que hacemos esto estamos en las marchas por la megaminería, contra el proyecto megainmobiliario Laderas, por el esclarecimiento del asesinato en la comisaría del Coco Garrido, no sólo por lo sexual.

Decían que la particularidad de esta 8va edición es la necesidad de historización. ¿De qué se trata?

–Sí, siempre sostuvimos que el Festi era de arte y visibilidad. Pero pensamos que hay que darle una vuelta de tuerca a esto de la visiblidad y luchar porque se garanticen las leyes. Desde la ESI hasta aborto no punible o encontrar unx médicx amigable. Acá las socorristas en red hacen laburos fuertes con el hospital que tiene un equipo ginecológico que es objetor de conciencia. El laburo de las socorristas también enmarca al Festi.

¿Por qué cambiaron el recorrido de la marcha?

–En realidad sólo cambiamos el punto de salida al CIC, que funciona con una mesa local y que corre peligro su estructura horizontal. Se trata de convocar a la gente del barrio, que es del otro lado del río y también defender ese espacio.

¿Pero qué pasa del otro lado del río que todo el mundo aclara?

–Este pueblo está atravesado por el Quemquemtreu y hay una división geográfica que también es una división social muy fuerte. Por ejemplo, del otro lado, recién ahora hay gas. En esa división fuerte está la dicotomía hippie/paisa, los de allá y los de acá: a los de acá se los llama NYC (Nacidos y criados). Sobre esas lógicas binarias hay que seguir trabajando, por eso cruzamos el río también.

Desde la organización, ¿qué particularidad tiene este año el festival?

–Me parece que la identidad que tenemos como Festi es que es básicamente artístico y está hecho desde las ganas, gestionado por nosotrxs con muy pocas expectativas. Ahora, este año, logramos una autogestión bastante interesante. Otros años hemos mangueado al Inadi o a Cultura de la Provincia, pero esta vez nada. Eso nos da más libertad.

Autonomía total...

–Sí, igual ojo que la autonomía no significa que hacemos todo solxs sino que logramos crear otras redes solidarias. De hecho hoy comimos con los aportes de los distintos negocios. Eso también es romper con lógicas patriarcales y capitalistas. Eso es para mí lo más lindo: armar red. Pudimos salir de la lógica capitalista de “se necesita dinero para hacer un festival”, y cubrir las necesidades desde otros lugares.

No quieren ganar un mango con esto.

–No. Y El Bolsón tiene una lógica del turismo muy fuerte, y es una práctica que hay que desentrañar. Como el festival creció tanto hay una idea de cooptarlo para el crecimiento económico. Y nosotras y nosotros no queremos estas lógicas, sino estar laburando para recrear el mundo.

Mirá si con el Festival El Bolsón se termina convirtiendo en el centro patogónico-turístico gay friendly...

–¡No! No queremos un Bolsón gay friendly ni a palos. Queremos cambiarlo todo.

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