ACTIVISMO
Antropólogo, sociólogo, investigador brasileño, Luiz Mott, es uno de los activistas más destacados de Latinoamérica. Una de las voces más interesantes para reflexionar sobre cruces históricos, de clase, de etnias y de mitologías y para tratar de responder a la pregunta sobre hacia dónde va el activismo mientras el odio sigue marcando caminos.
› Por Alejandro Modarelli
La casa bahiana del barrio de Barrís, donde me recibe el más antiguo, permanente y en actividad de los líderes del movimiento lgbti brasileño tiene loros que almuerzan en la mesa del jardín (uno de ellos está de visita), un gato que ofrece entre sus dientes el don de una cabeza de paloma recién cazada (ay!) sin que el dueño lo reprenda, palmeras que crecen juntas y están ya en sus bodas de plata, muebles que son tesoros, una cama con mosquitero de tul, y por todas partes paredes barrocas, superpobladas de colecciones de diversa índole, tamaño y estirpe. No se trata de una mansión ni mucho menos, pero conserva un aire orgulloso de otro tiempo, en el registro de la burguesía nordestina que tan bien pintaba Jorge Amado.
Hace ya más de treinta y cinco años que Luiz Mott –que está por cumplir los setenta, si ya no los cumplió– se mudó del San Pablo natal a Salvador, donde en 1980 fundó el Grupo Gay de Bahía. El hombre es un emergente de esa mezcla de saberes y experiencias muy común en las clases medias latinoamericanas de los años setenta, que se originaba en el colegio católico y se torcía en los claustros universitarios públicos, donde la izquierda marxista de Brasil construía focos de resistencia y contracultura en plena dictadura militar. Por esas incursiones estuvo dos veces en la cárcel. Intensa época aquella, hay que hacer memoria: surge el grupo lgbti SOMOS de San Pablo (el nombre era un homenaje a la revista del Frente de Liberación Homosexual argentino), el conjunto afromusical bahiano Olodum y, fíjense, también el Partido de los Trabajadores, el ahora gobernante PT.
En ese cruce de circunstancias, el antropólogo Mott se fue haciendo marxista y ateo, pero hasta hoy enamorado de los íconos religiosos. Obsesionado por el efecto del discurso tradicional de la Iglesia en las ciencias sociales, tanto como por los muchachos hermosos, repitió el pasaje de muchos otros intectuales, de la ciudad apolínea a la ciudad dionisíaca. Casado en San Pablo durante cinco años con una mujer con la que tuvo dos hijas, temeroso en aquella época de las consecuencias subjetivas y sociales del propio deseo, su epifanía homosexual recuerda la del escritor argentino Tulio Carella, que abandonó en Buenos Aires honores familiares y profesionales para entregarse en Recife “a encender pijas como antorchas”, esos míticos miembros afrobrasileños (que para Mott se comprobó que son “menos impresionantes que los alemanes”). La negritud brasileña, el tropicalismo, funciona para un tipo de intelectual como escuela superyoica de desinhibición sensual: En el norte de Brasil quién no se anima a gozar (una variante lúbrica del “conócete a ti mismo”) es un salame.
Yo creo que los negros en Brasil hoy son más conservadores y sexofóbicos que los blancos. Se produjo un gran cambio cultural en esa comunidad. Esto, sin duda, tiene causas materiales. Al ser en buena medida más pobres, viven en espacios pequeños para desplegar su vida privada y por tanto su autonomía sexual; el control familiar es más severo. Por otra parte, muchos han sido captados por los evangelismos, sobre todo por los pentecostales, donde el mensaje bíblico se entiende de modo rigorista y literal. Donde, además, hay un gran componente emocional y pragmático; se promete el éxito, sobre todo el económico, y en esta misma vida.
El catecismo católico aquí no tuvo la misma suerte entre los blancos que en las poblaciones indígenas y en los negros. Los jesuitas llegaron a la conclusión que estos se convertían con facilidad pero que no mantenían en profundidad la moralidad pretendida. Eso hizo que la Iglesia privilegiara la formación represiva de las elites blancas, donde era viable y más útil propagar la moral sexual, lo que se acrecentó cuando llegaron las migraciones europeas posteriores, sobre todos la italiana, de la que desciendo.
No se puede decir que fue la cultura africana la que trajo la liberalidad que el mundo cree ver en Brasil, jolgorio que en buena parte no es más que un mito, digo, pensando en la cantidad de crímenes de odio. Alguien despierto puede percibir de inmediato la distancia entre la vida suelta de las playas y el interior de muchas de nuestras ciudades. El insulto es muy corriente si la vas de look “viado”.
Lo cierto es que no hay una cultura africana sino que son muchas, y tuvieron distinto peso aquí. Algunas sociedades de ese continente eran permisivas y otras represivas. En Guinea, por ejemplo, no conocían la presencia del himen ni por tanto la virginidad. En otras partes, en cambio, las madres hacían –y hacen– una inspección diaria sobre sus hijas, para constatar que nunca fueron penetradas. Por otro lado, tampoco es verdad que los blancos llevaron la homosexualidad a África. Hay pruebas de prácticas homosexuales ancestrales hasta en las paredes de las cavernas. En la vereda opuesta, muchos esclavos llevados a Brasil profesaban el Islam, que condenaba firmemente la homosexualidad. Lo cual no es suficientemente conocido. En 1835 en Bahía hubo una revuelta de esclavos de Malé, que buscaba la conversión de los infieles. Querían matar a los blancos y tornar a los otros negros no musulmanes en esclavos propios. En síntesis, la realidad de las prácticas sexuales en África y por tanto su migración a Brasil es muy compleja.
Las religiones Candomblé y Umbanda, por ejemplo, tienen en su imaginario la presencia muy fuerte de todo lo que en otra época, y todavía para algunos, se llaman las perversiones. En el panteón mitológico se produce incesto, adulterio, homosexualidad femenina y masculina, y no hay represión como en el cristianismo. Los esclavos –los negros y los originarios– conocieron el pecado de sodomía a través de la Inquisición. La Inquisición protuguesa fue menos severa que la española.
Mott de pronto se levanta del banco de jardín (en la casa no usa el enérgico bastón con el que suele intimidar en la calle) y va en busca de una pequeña publicación con el sello del Grupo Gay de Bahía. Me regala la breve crónica que escribió en homenaje a San Tibira de Marañón, “indio gay mártir”, homosexual asumido, cuyo cuerpo “en el último momento fue bautizado” para que llegase al Paraíso limpito, justo antes de ser expulsado por la boca de un cañón en San Luis por los capuchinos franceses en 1613, “para purificar la tierra de sus maldades”. San Tibira de Marañón, está ahí escrito, fue el primer mártir gay de Brasil, de una lista de tres mil víctimas LGBTI.
Es importantísimo documentar los asesinatos en Brasil, como vengo haciendo, porque todavía no hay registros del Estado. De ese modo busco probar que no estamos protestando ni exigiendo derechos civiles por cuestiones menores. El 52% de los crímenes contra la población lgbti mundial se produce en Brasil. En un país con la parada gay más grande el planeta, hay un promedio de un muerto cada 24 horas. Más de trescientos por año ¡y van en aumento, aunque los gobiernos sucesivos no lo quieran aceptar! No es un número pequeño como dicen los homófobos. Ni un asunto que se reduce a lo que se publicita como tema de travestis con drogas, ni a a las supuestas características de la vida sexual de “los desviados”.
Para nada. Todo lo contrario. El número de asesinatos crece año tras año. No se lograron leyes federales que penan la discriminación ni la figura de crímenes de odio contra nuestro colectivo. Si insultas por motivos raciales podés ir a prisión, en cambio si lo haces a un gay depende de la buena voluntad del policía y del juez.
El PT fue el más solidario en relación al reclamo de derechos y el primero que lo incluyó en su estatuto. Lula, que surgió de un ambiente obrero muy machista, es inteligente y aprendió. Fue a la primera Conferencia Nacional LGTBI en Brasil. Aunque existe una grabación en la que insulta a los habitantes de Pelotas, ciudad del Estado de Río Grande. Dice que Pelotas es un centro exportador de maricones.
Hay ciudades catalogadas como “jardín de homosexuales”. Campinhas, Santos Dumont, Pelotas. Mucha gente gay va a vivir más libremente. Además, en tiempos del Imperio, al llegar los inmigrantes italianos, ven a los aristócratas de esas ciudades muy afeminados, con poses y estilos cortesanos. Probablemente de esa percepción nace el mito.
Dilma ni siquiera estuvo presente en la segunda Conferencia Nacional, ni envió emisarios. Desactivó el famoso kit contra la homofobia (un plan para las escuelas) y no encontró motivos para apoyar las batallas específicas LGTBI. Además, fue contraria a la publicidad contra el SIDA en Carnaval, dirigida específicamente a nuestra población. Muy diferente a lo que sucedió en Argentina. Por otra parte, ella hizo concesiones gravísimas en temas de género y sexo a los fundamentalistas evangélicos, con los que el PT tiene una alianza parlamentaria. La bancada evangélica cuenta con 60 miembros de un total de 300, y son cada vez más importantes y ricos. Permitieron que la Comisión de Derechos Humanos quede en manos del pastor Marco Feliciano, tremendo racista y homófobo. Soy absolutamente crítico del PT.
Luiz Mott me cuenta que Marco Feliciano tiene una explicación bíblica para el hambre en África. Resulta que después del diluvio Cam, el hijo de Noé, vio al padre desnudo y se burló. Noé le aplicó un corrrectivo: “serás esclavo de tus hermanos”. De Cam descienden los etíopes y muchos otros pueblos del África, castigados con la miseria. También los habitantes de Sodoma. Marco Feliciano, presidente de la Comisión de Derechos Humanos en el Parlamento brasileño. Todo un sabio, derecho y humano.
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