LUX VA > AL FESTIVAL DE ARTE QUEER
Con ánimo de aprender, Lux volvió al Colegio Nacional de Buenos Aires, donde nada fue lo que era: arte queer en el salón de actos, estudiantes en los baños y profesores bajo los andamios. Una fiesta de la educación para nuestrx cronista mejor formadx.
Me puse los zapatos rojos, guantes de tul y un par de anteojos. Qué podía importar el calor cuando el bronce pide homenaje y ahora, que por fin doña MEW entreabrió la puerta de su vestidor, era mi momento. ¡Es que además iba a volver al colegio! ¿De qué me iba a vestir sino de Vaca de Humahuaca? “Mal hecho, Lux, el tul hace transpirar y no quiero decir lo que raspa en las partes sensibles.” ¿Cómo puede ser tan arrogante el estudiantado? El muchachito que me amonestó por el vestuario apenas si tenía edad para calzar partes sensibles, aunque si es por calzar, bien calzado que estaba y bien que lo disfrutaban el compañerito y la compañerita que colgaban de sus hombros, uno a cada lado, en feliz jolgorio. Bien, Lux, pensé yo. Mejor venir de Vaca y destacar que perderme en el gentío de juventud que pululuba por las escaleras de mármol del Nacional de Buenos Aires. ¡Qué edificio! ¡Qué portento! ¿Acá es el Festival de Arte Queer? Sí, acá, acá mismo entre blancas palomitas amantes de tomar edificios y hacer de los baños una fiesta y de las aulas un jolgorio. ¡Quién pudiera, queridx, volver a esa época en que un día éramos Cleopatra y al siguiente Julio César! “Le estás hablando a una escultura, Lux, mi vida”, insistió el muchachito-vértice-del-trío, que –oh casualidad– no venía de la calle sino del baño a donde había llegado después de abandonar su clase de latín que se dictaba ahí mismo, en los claustros. Me hice la que no escuchaba, total, estoy sordx de una oreja. Pero no me perdí el dato: si ésa era una escultura, yo había llegado. ¡Es que la gente no me dejaba ver! Ni el corto del bombón de Sebastián Freire –corto todo menos lo que se ve en pantalla, esos sí que eran portentos–, ni las obras digitales de Sílvia Leite Simöes Pires, ni las fotos de Levan Mindiashvili. Lo digo todo así, de corrido, porque ya se sabe que la única sabia era la vaca, aunque yo, toro. Toro al menos por esa tarde en el SUM del colegio a la hora de empinar el vasito de plástico. Es que sólo después del cuarto trago echado al garguero sin haberme quitado los guantes pude advertir de qué se trata el encanto de los poemas de Gaby Bex. ¡Eran como música! Música funcional en el Festival de Arte Queer que empezó un lunes en el colegio y pretendía que el jueves ya estuviera en la universidad. Soy, si Soy. Rápidx, brillante, una luz en la noche de la apatía, pero a las credenciales hay que ganarlas y antes de entrar al claustro de Sociales, donde iba a terminar el evento –sin guantes, pibito, no me dejo dar ni una clase más– yo iba a tener la mía. “Ahora, sin filtro, cambio título por acto”, me escribí con tiza en el pecho frente al profesor de latín que sin salón me recibió en el acto y me hizo la fiesta de engrasadx mientras yo lo egresaba con sonido de petardos. Es que se vienen las fiestas, pero mientras, unx se hace su fiestita.
El Festival de Arte Queer, organizado por el Area de Estudios Queer y la Secretaría de Educación de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, se realizó entre el 17 y el 20 de noviembre.
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