MI MUNDO
Madre espiritual de las letras de su Nación, la chilena Gabriela Mistral fue también comadre junto a uno de sus amores, la mexicana Palma Guillen. Ese vínculo es reconstruido en Gabriela infinita, obra que pone el foco en uno de los tantos aspectos de su vida que se han querido acallar.
› Por Paula Jiménez España
“Yo no quiero que a mi niña/ la vayan a hacer princesa/ con zapatitos de oro/ ¿cómo juega en la pradera?”, esta copla feminista, con rimas que le dan una apariencia inocentona, es una de las tantas escritas por la diaguita Gabriela Mistral; la única mujer latinoamericana que, hasta la actualidad, obtuvo el premio nobel. La actriz María Marta Guitart la homenajea en su espectáculo Gabriela infinita, centrando mayormente la dramaturgia en la cuestión materna, tan presente en la obra poética de la chilena. Si bien este tópico pareciera sesgar la mirada sobre el complejo personaje de Mistral y asexuarlo, también puede ser, a la luz de su biografía, un hilo del cual tirar para ahondar en su historia y dimensionar la profunda disidencia que encarnó desde los años 30 como lesbiana y madre, junto a una de sus parejas, la mexicana Palma Guillen. Guitart hace evidente, a través de su selección de textos, que en la literatura de Gabriela, la maternidad también es una óptica desde la cual denunciar los prejuicios y la exclusión que recaía (recae) sobre aquellas que por pobres, solteras o indígenas, quedaban (quedan) por fuera de la norma y de los privilegios. “Los trigos, hijo, son del aire/ y son del sol y de la azada; / pero este pan ‘cara de Dios’/ no llega a mesa de las casas”, escribió en “La casa”, uno de los poemas elegidos para Gabriela infinita.
Gabriela Mistral fue bautizada Lucila Godoy, pero cuando empezó a publicar usó un seudónimo que refería a dos varones ilustres: su admirado D’anunzio, del que tomó el nombre de pila, y de un poeta provenzal llamado Frèderic, el apellido. Su hijo, en cambio, duplicó en su sobrenombre la palabra con la que en chino se designa la energía femenina: Yin yin. Gabriela y Palma, ante la ley, figuraron como tutoras de este niño (Juan Manuel Godoy Mendoza según su documento) cuyo origen biológico resulta confuso y misterioso para tantxs biógrafxs (que ocultaron cuanto pudieron de su vida real, comenzando por su lesbianismo, madre de todos los males). Hay una versión (la más revulsiva para el mito de la maestra santa) que asegura que el niño fue engendrado por Mistral y que hubo un padre (¿o un donante?) elegido por ella y por Guillen, pero no hay pruebas que la corroboren. Otra, más digerible e igual de invisibilizada, abona a una tragedia original: después de la muerte de la cuñada de Gabriela, su medio hermano le cedió a la pareja los derechos sobre el niño de cuatro años. En vida, aquel amor filial duró trece más. El mandato de tutoría legal a nombre de ambas está fechado en 1932. En una ficha de su diario, la escritora cuenta que su niño se levantó una vez en plena noche: “Me preguntó qué es el alma. Le preocupa la idea de la muerte. Se alegró de saber que el alma no se muere nunca. Que se va al cielo a entrar en otro cuerpo. Preguntó si el alma de un muchacho podía entrar en un cuerpo de niña. Le dije que no”.
Canonizada en el altar de las maestras: segunda madre o, más bien, maternidad de segunda la de una lesbiana insistentemente no reconocida en su rol y en su identidad. Ciertos versos suyos tomaron por las astas este derecho materno silenciado, la apropiación de un deseo que, hasta hace no demasiado tiempo, ni siquiera osaba aflorar en las conciencias lésbicas. Las manos de Mistral apoyadas en la panza de su hijito están en el foco de una de las tantas fotografías que Doris Atkinson encontró en una caja junto a decenas de cartas y bitácoras que apuntan momentos de la vida hogareña. Es conocida esta historia: se trata del material que Atkinson difundió en 2009, después de fallecer en 2006 su tía Doris Dana, la última pareja de Gabriela. A partir de la inobjetable visibilización de la sexualidad de Mistral no quedó duda de su vínculo con la estadounidense Doris como tampoco del anterior, con Palma Guillen, con quien mantuvo una relación a la distancia (Palma pasaba mucho tiempo en su país, México). Durante los primeros años de Yin yin, Gabriela hizo cinco viajes a Italia, desde allí el chico le enviaba a su otra mamá, dedicadas, sus fotos escolares. En otra de las imágenes que Atkinson sacó a la luz puede verse a la Mistral sonriente en una foto de estudio que al pie lleva escrita una misiva: “A Palmita y Yin yin, para que no olviden a su loquita errante”.
En el documental Locas mujeres (María Elena Wood, 2010), Doris Atkinson cuenta que la obsesiona pensar en Y.Y., ese adolescente que de haber seguido vivo, como heredero habría sido el encargado de decidir qué hacer con las evidencias guardadas por Dana durante tantos años: ¿habría elegido visibilizar a sus madres o no? Entre las carpetas que se muestran en el documental, hay una que lleva etiquetado el nombre del chico. Allí está todo sobre él, incluso su última carta: “Querida mamá: creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer. Espero que en otro mundo exista más felicidad. Cariñosamente tu Yin Yin. Un abrazo a Palma”. El dolor de este suicidio inspiró algunos de los versos más dramáticos de la autora de Tala y de Lagar. “Duerma en ti la carne mía/ mi zozobra, mi temblor./ En ti ciérrense mis ojos:/ duerma en ti mi corazón”, dice otro de los poemas recitados por Guitart en Gabriela infinita, se llama “La madre triste”. La pluma de Mistral no se cansó de ponerle palabras a esta pérdida y no solo en nombre propio: “A cada atardecer vienes hacia nosotras y nosotras vamos hacia ti”, o “Bendice esta casa donde rezan por ti Palma y Gabriela”, fueron algunas de las oraciones que escribió en sus bitácoras tras la tragedia.
El telegrama enviado por Victoria Ocampo en uno de aquellos oscuros días, decía: “Desolada triste noticia. Sintiendo no poderte acompañar. Te abrazo, recuerdo y quiero”. Era esperable que la argentina se hiciera presente en un momento así. Con Mistral, Ocampo tuvo una intensa relación que duró treinta años durante los cuales se vieron solo seis veces. La primera fue en Buenos Aires y el acercamiento fue un gesto de galantería: estando Gabriela de paso por la ciudad recibió un ramo de flores de parte de Victoria. Dos de los poemas de Tala le están dedicados como también gran parte del epílogo donde Mistral le agradece enfáticamente la edición del libro y la beneficencia que se hará a lxs niñxs de la guerra española con las ventas de sus ejemplares. En Locas mujeres se reproducen grabaciones de diálogos íntimos de la pareja de Doris y Gabriela -que comenzó años después de la muerte de Yin yin- y en uno de ellos ambas juegan a escandalizarse de sus “sinvergüencerías”. “Si yo soy sinvergüenza, chiquita, tú me enseñaste todo”, le reprocha cariñosamente la norteamericana, a lo cual Mistral responde entre risas: “Que no lo sepa Victoria” (difícil reconocer si hablaba de celos o de pudor sexual por parte de la argentina). El vínculo entre ambas tuvo sus bemoles y una de las cosas que Gabriela le recriminaba a la acaudalada Ocampo era el desprecio hacia su amiga Alfonsina Storni, en quien la otra, recurriendo a una argucia discursiva, decía “no espejarse”.
En el año 2012 María Marta Guitart estrenó No he dicho, una pieza de características similares a Gabriela infinita, cuya dramaturgia iba hilando poemas de la autora de Languidez y La inquietud del rosal, e internándose en ese espíritu feminista con el cual Alfonsina batalló su lugar de madre soltera en la sociedad ultra hostil de aquellos años. Es evidente que Guitart, también actriz, cuatro años después sigue inspirándose en las obras de escritoras cuyas biografías coinciden en la experiencia de una maternidad no normativa, atravesada por la exclusión.
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