Vie 17.06.2016
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¡OHDIOS!

El odio y sus máscaras

› Por Lucas Platero

La masacre de Orlando nos ha dejado sobrecogidxs. En primer lugar, por su brutalidad y la evidencia de que los espacios lgtb no son tan seguros como aparentaban (la normatividad del mercado rosa es una realidad, reproduciendo exclusiones sobre quienes de entrada son situados más en los márgenes, tema que sin duda es importante pero no sé si hoy es el día de hablar de esto...). Quisiera centrarme en la sensación de vulnerabilidad y la ira que muchas personas estamos sintiendo, motivada por la hipersimplificación de la narrativa hegemónica que están difundiendo los medios de comunicación masivos. Desde posturas claramente islamofóbicas y que borran el peso de la LGTBfobia como motor de este crimen, muchos medios están eligiendo ignorar que las víctimas eran personas lgtb y de color. Digo hipersimplificación porque en muchos medios se enfatiza la idea del “musulmán terrorista” que atenta sobre un “un lugar cualquiera”. Como dice la investigadora Esther Ortega: “No hay lugares cualquiera en la lógica terrorista, ni en la lgtbfóbica. Atentar contra ese lugar es una elección deliberada. Y el ocultamiento de los medios de este hecho (o la forma de narrarlo) también”.

Esta manera de contar la tragedia constituye un ejercicio deliberado de olvido, a las personas concretas que han muerto, o que están heridas. Son en la mayoría personas lgtb afrolatinas o latinas (en EEUU usan el acrónimo POC latinos), y están muertas o heridas, por estar en un lugar señalado como “gay”. No hay casualidades, ni en la masacre ni cómo se está contando. Las intersecciones entre la raza, la homofobia, la clase social y LGTBfobia, la putofobia, la transfobia, la bollofobia, la bifobia…. se borran. Parece que interesa más contar esta tragedia como una masacre causada por un musulmán terrorista. Casi como algo neutral y a lo que “estamos acostumbrados”. Las víctimas “parecen más blancas y más de clase media”, al tiempo que se racializa al asesino, sin necesariamente señalar las condiciones por las que es tan fácil en nuestras sociedades ser homófobos y sexistas, maltratar a tu ex novia y que esto sea “lo normal”.

Al mismo tiempo, se genera cierta idea de nación, proyectando interesadamente una imagen de unos Estados Unidos de América “de las libertades civiles”, donde ha sucedido algo injusto e impensable, porque allí no hay desigualdades. Nos podemos fijar en que han tenido que levantar el veto impuesto que excluye a las personas lgtb de donar sangre, una necesidad urgente tras la masacre. En esta mirada, no podemos olvidar que la violencia está segregada geopolíticamente. Seamos conscientes de que no se van a llorar igualmente a las víctimas de Orlando que las siete personas muertas en el club gay de Xalapa, Veracruz, el 22 de mayo, como denunciaba Sayak Valencia. No se trata de una competición por los muertos, sino de denunciar que hay muertos de primera y de segunda clase. Hay muertes que serán (un poco más) lloradas y otras, no tanto, porque las situamos en lugar más lejano con respecto a nuestra propia existencia. Parece que hay vidas que merecen más ser recordadas y vividas, mientras que otras parecen prescindibles. O menos llorables.

Me gustaría apelar a la responsabilidad colectiva y tratar de que hagamos juntxs una reflexión más profunda sobre la violencia y los efectos que tiene. Que nos permita entender el impacto cotidiano que tiene la violencia interseccional que se produce entretejidamente contra las personas lgtb, las mujeres, las personas que son señaladas como minorías étnicas o culturales, que tienen una diversidad funcional o un estatus migratorio no regulado, son refugiadas o simplemente, no encajan en las casillas que usamos comúnmente. Que nos imposibilite acostumbrarnos a la violencia.

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