› Por Liliana Viola y Hugo Salas
Muchas de las personas que estaban en la discoteca tardaron en entender que había un tipo masacrando gente. La música estaba muy arriba y la mayoría estaría en ese estado mágico para el que se han inventado las fiestas. Uno de los sobrevivientes aporta un detalle demoledor: al principio confundió los tiros con la música. “Pensé que era una canción de los Ying Yang Twins”, le dijo a los periodistas. Se refiere a unos raperos afrodescendientes del este de Atlanta, un área conocida por la violencia y la pobreza de donde estos dos hermanos consiguieron salir y hacer soñar con salir a buena parte de su público. Pero costó decir que se trató de una violencia dirigida específicamente a un grupo de gente en situación de festejo. Lesbianas, latinos, negros, gays, amigos de ellos. Con la insistencia del activismo de a poco pero tarde la sigla empezó a aparecer en los titulares que naturalizan la violencia como un episodio más de la serie americana . Esta vez es “La masacre de Orlando”.
Los monumentos emblematicos de los países civilizados se iluminaron, una noche más tarde, con los colores del arco iris, o la bandera gay, según quien mire. Sí, también la Tour Eiffel, que en 2013 fue testigo de manifestaciones contra la ley de matrimonio de personas del mismo sexo y sigue patrullando manifestaciones de odio contra los inmigrantes. Las lucecitas de colores, no las de las que encandilan en las fiestas, sino las que embellecen las calles con su homenaje a las víctimas pertenecen a esa lengua escueta del slogan, una imagen que vale más que las mil palabras que están faltando. Mientras tanto, habrá que preguntarse por qué esta vez no hubo un aluvión de ridículos carteles atribuyéndose la identidad ajena como pasó en estas tierras con el “Yo soy Nisman”, y en Francia con “Je suis Hebdo”. Decir Je suis negro y puto, soy transexual, soy lesbiana y latina aún no está disponible en ese catálogo de las demostraciones de ahesión sin costo alguno. La militancia click. Mientras tanto, acaban de levantar el veto que prohibe y seguirá prohibiendo a los gays donar sangre. Otra vez la vieja y triste historia se repite en forma de farsa macabra: el martirio habilita un derecho. La matanza, el martirio habilita.
Liliana ViolaPor la tarde, cuando comenzábamos a salir del estupor, corrió por las redes una consigna que varias organizaciones LGBT no tardaron en hacer propia: #LoveIsLove, seguida de un corazoncito arcoíris. El amor es el amor, claro. En nuestra cultura, se lo caracteriza como una fuerza capaz de vencer todos los obstáculos, ahuyentar cualquier mal y poner fin a la tristeza; eso sí: despacito, suavemente. El amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Amor es resignación, es complacencia en el dolor y es -en las cumbres de esta concepción judeocristiana- hasta el sublime alarde de trascender el deseo de aquello que se ama.
Dudo mucho que todas las personas presentes en Pulse hayan concurrido en busca de amor. Muchos deben haber ido a bailar. Otros, a drogarse. Otros, a coger. Alguno, a falta de un plan mejor. Pero por algún extraño motivo, los raros estamos obligados a convertirnos en cariñositos para que esté mal que nos maten. Ay, sólo queremos amor, porfis.
No alcanza con que seamos personas. No alcanza con que paguemos los impuestos de los Estados en los que vivimos (aunque muchos de esos Estados nos nieguen distintos derechos). Tenemos que ser personas buenas, ciudadanos modelo, y qué mejor manifestación de la bondad y la ejemplaridad que el amor, ¿no es cierto?, porque siempre queda “esa manchita” por tapar. Como acertó a resumir Mario Massaccesi en un tuit poco afortunado, “el puto que hoy matas es el médico que mañana puede salvar la vida de tu hijo”. Traducción: ese degenerado que hace cosas indecentes de las que no queremos hablar aquí por respeto a las buenas costumbres puede, no obstante, salvaguardar la continuidad de tu preciada semilla de normalidad (el varoncito).
Dudo mucho que el camino al respeto, la igualdad y la inclusión esté pavimentado del discurso del amor, extendiéndose como una losa de concreto para tapar lo que tanto incomoda. En la medida en que no se establezca que acostarse con quien o quienes se quiera forma parte de los derechos humanos, seguiremos igual, y esto no va a ocurrir mientras la comunidad internacional esté dispuesta a permitir que cada Estado restrinja a discreción las libertades sexuales (incluso con pena de muerte). Llegó la hora de abandonar la modalidad friendly y resistirse a sus trampas. Llegó la hora de fundar la Internacional Rarista.
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