Se cumplen diez años de la muerte de la escritora
Octavia Butler. Vampiras, familias pluriamorosas y multiespecie, el sexo de los aliens; todxs ellxs cobran vida en la obra de la Dama de la Ciencia Ficción, pionera entre las mujeres afroamericanas en irrumpir en ese género.
› Por Dolores Curia
“Soy negra, asocial, orgullosamente ermitaña en medio del pesimismo de Seattle. Perezosa y ambiciosa, una pésima combinación. Una outsider, siempre”, decía de sí misma una de las pioneras entre las mujeres afromericanas en irrumpir en ese género literario, tan macho y tan blanco, con éxito en ventas y popularidad: sus libros, traducidos a más de diez idiomas, superaron el millón de copias vendidas. Además de su sello de primeriza, Octavia Butler (1947-2006) fue la única sobreviviente de una lista de hijos muertos, ya sea en el parto, ya sea en la primera infancia, de una empleada doméstica y un limpiabotas, también muerto al poco tiempo del nacimiento de Octavia. Creció como ratón de bibliotecas públicas, renunció a carreras universitarias para las que había sido becada y en su lugar tomó clases de escritura. Con el tiempo, cada tanto se veía empeñando algún objeto de valor para arañar el fin de mes. No se salvó ni su Remington. Pero antes de ser secretaria, como hubiera deseado su madre, prefirió cualquier trabajo de medio tiempo –fue telemarketer, también hizo control de calidad de papas fritas (¡una por una!)– que le dejara horas para lo suyo. Y lo suyo eran las heroínas, casi siempre negras, vampiras, campesinas, antropólogas, con superpoderes para viajar en el tiempo, sanar sus heridas. El resultado, además de antologías de cuentos, fueron doce novelas de las que brotan parábolas futuristas sobre el patriarcado (Patternmaster), su visión de las dinámicas del amo y el esclavo entre hombres y mujeres inmortales (Wild Seed) y una saga de terror sobre la lucha de clases (Parable of the Sower). “Butler fue una de las primeras a la hora de instalar la discusión racial y de género en la ciencia ficción”, dice Jane Jewell, de la Science Fiction and Fantasy Writers of America, la organización de especialistas que cuenta entre sus miembros a Ray Bradbury. En 1995 ganó la beca MacArthur y también ganó los dos más codiciados premios dedicados a este género: el Hugo y el Nebula. No solo el nicho geek le rinde culto, también la Academia: el Centro Universitario de Atlanta alberga a la Sociedad Octavia E. Butler, que reúne a estudiosos de su obra que realizan jornadas dedicadas a ella y este año (que se cumple diez de su muerte) preparan una maratón Butler. Su trabajo es uno de los más teorizados dentro de la ficción futurista desde distintas disciplinas: Literatura, Ciencias Políticas, Bioética y los Estudios Queer.
“Es tímida hasta el tuétano”, se quejaban sus maestros, porque Octavia no hablaba con otros compañeros. De muy chiquita, cuando no iba a la escuela acompañaba a su madre, que limpiaba casas de blancos. Allí, además de vivir la mecánica cotidiana del racismo desde adentro, recibía las dádivas de las señoras a las que les gusta hacer el bien con lo que sobra: libros y revistas para tirar terminaban en sus manos. “No me gustaba ver a mi mamá entrar por las puertas traseras. Pero sé que si ella no hubiese resistido todas esas humillaciones, yo no hubiera podido comer tan bien. Siendo yo muy chica, después de verla ser insultada sin decir palabra, le dije ‘nunca quisiera hacer lo que hacés, es horrible’. Me miró triste y no dijo nada. En ese momento pensaba que era falta de dignidad. Lo que después entendí y quise transmitir es que las personas como mi mamá no son cobardes, ni patéticas por no defenderse, sino gente tratando de sobrevivir con las herramientas que tenían. Quise contar en Kindred algo de esas humillaciones heredadas.” Kindred narra la historia de una mujer afro contemporánea transportada a un Sur pre-guerra civil para salvar a un ancestro… blanco. Octavia escribió esta novela a los trece y a esa edad recibió la primera carta en la que una editorial la rechazaba, la primera de una larga serie. Hasta que por fin, diecinueve años después, Doubleday Books se atrevió en 1979 con el que sería el primer bestseller de Butler, y hoy es una lectura obligatoria de la crítica poscolonial y aledaños, también presente en el programa de muchas escuelas secundarias norteamericanas a la hora de hablar de racismo.
Octavia Butler se inscribe en una larga tradición de escritores que combinan ciencia ficción con resistencia política. Como Martin Delay (1812-1885), activista abolicionista, periodista, autor de la visionaria Blake, cuyo personaje central es Henrico Blacus, un esclavo que se convierte en líder de una rebelión contra el gobierno cubano. O Charlotte Perkins Gilman, autora de Herland (1915), una nouvelle editada casi setenta años después de su aparición, que imagina una comunidad compuesta por mujeres con la capacidad de fecundarse entre sí. O Ursula K. LeGuin y su intergaláctica y anarquista novela The Dispossessed. Hasta Elizabeth Lynn, conocida por ser una de las primeras sci-fi en introducir personajes lgbt. Así lo hizo primero en la novela gay A different light, luego en el mágico cuento lésbico “The women who loved the moon” y la novela BDSM The Sardonyx net (1981).
“¡Me inspiré claramente en la Era Reagan!”, ha dicho Octavia de su único material editado en español, Xenogenesis, la trilogía postapocalíptica que incluye: Amanecer (1987), Ritos de adultez (1988) e Imago (1989). Lilith, la protagonista afro, despierta en una nave espacial, el hogar de los Oankali, la especie alienígena que ha rescatado a un grupo de sobrevivientes de una guerra nuclear. Ya no hay Tierra. Los Oankali necesitan “comerciar genes” con otras especies: subsisten solo si logran mezclar su ADN con el de otras formas de vida. A esta altura los “machos humanos” se han vuelto estériles, así que las alternativas para lo que queda de la humanidad son: cooperar o extinguirse. El imperativo de la reproducción entra en tensión con la autonomía de los personajes a lo largo de la saga. Algunos humanos eligen vivir en colonias puristas, lejos de los aliens, en Marte. Otros, fundirse con los aliens para generar algo nuevo: lxs construidxs, cuya identidad de género puede identificarse con lo masculino, lo femenino o con ninguno de los dos. Aunque la reproducción está separada de los placeres sensoriales, la trasgresión tiene un límite: solo aquellas identificadas como hembras biológicas (humanas o aliens) pueden quedar embarazadas. Pero para que eso pase se necesita otro alien que mezcle los gametos. Es decir, la reproducción sólo es posible de a tres. El resultado son familias con múltiples padres y madres de distintas especies.
Donna Haraway, autora de Manifiesto Ciborg y gran lectora de Octavia Butler, ha dicho que sus historias exploran lo que significa “encarnar la tecnológica y que esta descendencia de especies mixtas provee una imagen posible de la condición ciborg constitutiva de la Humanidad”. En su ensayo “Convertirse en Medusa: Lilith’s Brood de Octavia Butler y la Sociobiología” (2010) sobre trilogía Xenegenesis, Adam Johns describe cómo la narrativa de Butler revela formas de vida “notoriamente diferentes a aquello que consensualmente podríamos denominar lo humano”. Para moverse en esas fronteras Butler se vale de “manipulación genética, mutaciones, simbiosis, violaciones y tantas formas de hibridación que invitan a hacer volar por los aires lo que sea que signifiquen los límites de la bioética”.
Sus biografías no mencionan parejas pero sí recogen disputas de amigos entorno al tema: quienes juran que jamás presentó una novia, quienes afirman haberle puesto el hombro para llorar por amores hetero y quienes aseguran que no había ninguna otra más asidua a los bares de butches de Seattle. Cuando murió la mayoría de los obituarios apelaron a una cadena de adjetivos como verso de memoria: afro, feminista, lesbiana, disléxica, fóbica, gigante (medía casi un metro ochenta a los quince años). En una entrada de Wikipedia dedicada al debate sobre su ser o no ser lesbiana un fan pierde la paciencia: “Les pido estudiosos de Butler no hacer declaraciones definitivas sobre su lesbianismo, ni asumir que la heterosexualidad es destino para todos. No hay declaraciones de ella que lo terminen de confirmar. Esto contestó ella misma sobre el tema en 1988: ‘Por mi apariencia, mientras estaba creciendo, me han llamado de muchos modos, entre otras cosas: lesbiana. Aunque es verdad que nadie usaba esa palabra en esa época. Yo tenía mis dudas por eso empecé a acercarme a agrupaciones de gays y lesbianas, Pero no era exactamente por ahí la cosa, no era ‘lesbiana’ la etiqueta que me terminaba de definir. Sin duda estaba intrigada por el lesbianismo, lo suficiente como para desear jugar con él en mi imaginación y en mi trabajo”.
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