Vie 29.07.2016
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LIBRO

Con faldas y a lo loco

Se edita por primera vez en Latinoamérica un trabajo de la diva del comic indie, el historietista Simon Hanselmann. Magia blanca: Megg, Mogg y Búho o de cómo la pluma trans revitaliza el género, en todos los sentidos.

› Por Maia Debowickz

“Siempre he usado vestidos. Desde que estoy vivo”, dijo en 2015 Simon Hanselmann, el historietista australiano que se transformó en la diva del cómic indie actual, repitiéndolo orgulloso en cada entrevista. El dibujante de 34 años que creció rodeado de pobreza en Launceston, ciudad de Tasmania que encabeza el ranking de los países más racistas del globo, se sintió seducido por la ropa de su madre a los 5 años. La misma edad en la que empezó a leer cómics. A pesar de que eran las dos prácticas que le causaban más placer las mantuvo en secreto: se probaba perfumes femeninos a escondidas y ocultaba las historietas de Tintín en un cajón. 29 años después se pasea por las convenciones de historieta más importantes del mundo flameando el vuelo de su vestido negro como la bruja Megg: personaje que creó en 2008 para protagonizar una historia sin fin donde las orgías entre animales, humanos y monstruos estallan mientras escupen fluidos de todos colores de viñeta en viñeta. Sin embargo no se trata de una historieta porno, porque a pesar de que el sexo se manifiesta como un acto automático, igual que en una película XXX apenas dos individuos cruzan un par de miradas, la posibilidad de disfrute de los personajes es mínima. Gemidos de angustia por un dolor de estómago, a causa de una sobredosis de comida chatarra, o un ataque despiadado de ronquidos por llevar tantas noches sin pegar un ojo reemplazan los gritos de placer. Un clima de fin de fiesta que choca como un camión de frente con la estética pop que invaden las páginas y el carácter chistoso que presenta el diseño de los extraños personajes. Es justo en esa tensión donde la obra queer del joven Hanselmann se vuelve aún más poderosa y enigmática: las aventuras que se plasman en Magia blanca: Megg, Mogg y Búho, el primer libro del historietista que se edita en Latinoamérica, ed. Rey Naranjo 2015, es una invitación a un universo donde nada es lo que parece. Un espacio sin contornos que no funciona bajo ninguna regla ni prejuicio: el descontrol y el autoritarismo del impulso se viven sin complejos, pisoteando el mandato católico de la culpa.

Del cuento infantil al comic de reviente

Parodias pervertidas de series infantiles populares abundan en la web: desde Strokemon (la versión XXX de Pokemon) hasta la decena de videos donde Heidi se revuelca en la paja con los granjeros, y en el entretiempo ensaya el 69 con su propio abuelo. Con los cómics ocurrió el mismo fenómeno: las princesas de Disney no necesitan ya encontrar a ningún príncipe porque saben perfectamente cómo divertirse entre ellas, amasándose mutuamente las tetas que sostienen sus apretados corsets. Jazmine descubre el goce en la zoofilia con la enorme verga rosa de su tigre Sultán mientras Elsa y Anna, las hermanitas de Frozen, comparten un consolador del tamaño del Obelisco. Simon Hanselmann no quiso ser menos: tomó prestados los personajes de una famosa serie de libros infantiles británicos para primeros lectores y los inició en una vida de sexo furioso y drogas duras. Meg and Mog, la saga creada por Helen Nicoll y Jan Piénkowski que comenzó a publicarse en los años 70, fue tan exitosa que tuvo hasta su propia serie de televisión y tomó forma de obra de teatro en los 80. Lo que comenzó como una broma provocadora para el historietista australiano se convirtió en un proyecto sin techo donde él pudo narrar las etapas más angustiantes de su vida bajo la piel de esos personajes prestados, los que ahora llevan una G extra en sus nombres. Si en los cuentos ilustrados de Nicoll-Piénkowski la bruja Meg, distraída, convertía a sus amigas en ratones cuando confundía las palabras mágicas del hechizo, en los mini cómics de Hanselmann la bruja, quien tiene debilidad por los hombres que visten pollera, no se despega nunca de su pipa de agua, se empacha con pastillas antidepresivas y se baja la bombacha para cagar, sin ningún pudor, en medio de la vía pública. Megg está en pareja con un pequeño gato gris que vive en un constante estado de ansiedad, perseguido por el miedo a ser abandonado. El felino inseguro pasa sus días escupiendo reproches, rogándole limosnas de amor a su novia siempre malhumorada. Encabezando la lista de quejas, el gato le reclama a Megg que su lengua nunca ha lubricado las profundidades de su ano. “Creo que es algo que no me gustaría hacer. Hay mucho pelo ahí abajo”, se excusa Megg. Ante el reiterado rechazo de su amante de sombrero puntiagudo, el gato corre desesperado al baño y se rasura con una gillette los pelos que enmarcan su asterisco. “Me hice una limpieza profunda. Y me unté un poco de azúcar morena también. ¡Es un premio dulce y delicioso!”, le grita entusiasmado. Luego de una ardua negociación Megg por fin accede a chuparle el culo, con celofán de por medio. Pero el problema principal de esta pareja es que a la lujuriosa bruja le aburre la monogamia: mientras el gato sueña despierto con ser acariciado por su novia hasta exhalar el último maullido, Megg le da besos de lengua a Búho, su compañero de piso. Sin embargo no existe pleito que no se resuelva entre sábanas sudadas.

Sexo, drogas y televisión

El hogar de Búho es la casa del pueblo: cuando abre la puerta, recién llegado de un largo viaje, descubre a un grupo de animales y monstruos clásicos teniendo sexo sobre su sillón. “Zona para coger”, está escrito en una de las paredes de la casa con pintura roja. El ave que camina en vez de volar padece noche y día el comportamiento adolescente de sus amigos, y de los amigos de sus amigos, quienes miran su TV las 24hs, le usurpan la cama y hasta le usan los anillos vibradores que se enrollan alrededor de las bolas. Pero el cariño que siente por ellos es más fuerte que la indignación. Mientras un bien dotado oso grizzly se pasea por el living pidiendo que alguien le preste lubricante, Drácula Jr. hace fondo blanco con el semen que erupciona la pija de un hombre lobo, WereWolf Jones, el personaje más queer de la serie de historietas. WW intercambia saliva con machos y hembras, sin discriminar etnia o especie. Algunas veces desfila con los pantalones bajos para exhibir su gran verga, otras esconde su falo entre las piernas para ser aceptado en la noche de lesbianas de un club. Igual que Hora de aventura, la serie animada producida por Cartoon Network donde una grosera nube violeta con voz de hombre reclama su derecho a ser tratada como una princesa más, Magia Blanca coquetea con la ambigüedad sexual rechazando toda clase de etiquetas. La relación entre la bruja Megg y el gato no está planteada desde la práctica zoofílica sino desde el vínculo amoroso entre dos personas-personajes. No importa si son humanos, gatos o macetas. “El género debería ser fluido. No hay reglas”, dijo Hanselmann en la presentación de su libro. Luego de años de relaciones fallidas, el historietista australiano encontró por primera vez una mujer, su editora estadounidense, que no se enoja cuando su novio se viste de mujer. “Megg es mitad ella, y mitad yo”, aclara Hanselmann, quien, apoyado por su ahora esposa, declaró en 2013 que era travesti, en una entrevista para The Comics Journal: el medio más prestigioso sobre crítica de historietas. Hijo de una madre homofóbica que lo atormentaba diciéndole que se volvería loca si se entera de que su primogénito es gay, y criado en un país donde la homosexualidad, hasta los años 90, era un delito, Hanselmann se presenta en las convenciones de comics con una peluca pelirroja y tacos altos. A veces firma sus libros con un beso de rouge, otras veces corta con tijera mechones de su cabello artificial y los pega con cinta scotch en la primera página. Una de sus performances públicas más memorables sucedió en una presentación en Filadelfia, cuando un fan le llevó de regaló una bolsa gigante de marihuana. Como no podía movilizar semejante montaña de hierba hasta su ciudad natal, repartió la droga entre los lectores que se acercaban a su stand. Después de firmar el ejemplar, sumergía la mano en la bolsa y sacaba un manojo de marihuana para meterlo adentro de cada libro como si fuera un señalador. La misma actitud que tomaría su personaje Megg.

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