ARTE
La artista y activista callejera Paola Baruque presenta Lesbianx extremx, una muestra de piezas pensadas para circular por las calles y que a las calles volverán en cuanto termine la muestra.
› Por Paula Jiménez España
La chica tiene la cara semi tapada y sus ojos asoman intimidantes. Con la derecha sostiene un aerosol que apunta como un arma, y con la izquierda el velo negro a la altura de los labios. Su cara podría ser la de una feminista kurda, una suerte de Pussy riot del grafiti o también ser ella misma, Paola Baruque, la creadora de esta imagen recién descripta, varias veces reproducida en las paredes de Argentina y del extranjero en pegatinas y stencils. Paola es una artista, performer e intervencionista urbana que no solo resiste a cualquier encierro –comenzando por el de la identidad– sino que también celebra todo espacio sin dueñx. “Mi familia y mi escuela es la calle –dijo una vez–, yo salgo y el mundo se abre, lo que para muchos representa la inseguridad, para mí es la protección total”. Con su actual muestra “Lesbianx extremx”, esta activista callejera se atreve a romper sus propios límites y en lugar de hacerlo en un muro o sobre el cristal de una vidriera, elige, excepcionalmente, exponer su obra bajo techo. Según ella, Tierra Violeta es un contexto en el cual la institucionalización no le impone las condiciones rígidas de las galerías tradicionales. “La idea de esta muestra es saber qué pasa con esta cosa intelectual, que devolución me hacen lxs otrxs de lo que estos cuadros les despiertan puestos acá. Yo voy mostrando cómo transgredo la cuestión genérica, cómo la rompo visualmente. A mí no me limita la técnica ni el soporte ni el material. Trabajo con cualquier material, desde bastidores hasta madera”, dice. Sus cuadros, mayormente intervenidos por inscripciones, explicitan una intencionalidad desafiante, aparecen palabras como: “aborto”, “mojadita”, “porno”, “personal”, “freak”, “puta”, “bollo”, “puto”, “queer”, etc. Muchos de estos términos rodean, en una de las pinturas más relevantes de la muestra, una figura compuesta por una cara con barba sobre un torso encamisado que transparenta un par de tetas. “Yo voy transgrediendo mi sexualidad –cuenta– y los cuadros muestran eso. El nombre Lesbianx extremx alude a eso con lo que me identifican lxs demás. No sé si es cómo me veo a mí misma, pero lo que trato es de jugar con la mirada del otrx”. Sin dudas, esa mirada podrá sentirse complacida por haber dado con un arte que representa de forma directa la disidencia y la plasticidad de una creadora capaz de abordar diferentes registros estéticos y de reutilizar materiales descartables como forma de reapropiación simbólica de lo abyecto. En todas las instancias de su procedimiento, desde la creación a los modos de exposición, Baruque puede ser definida como una artista política que se corre de los mandatos de sexo, de género y de clase económica y social. En el descontracturado espacio de la calle Tacuarí, pueden verse estas obras colgadas en las paredes, sobre el piso, en el pasamanos de la escalera o un grupo de ellas enganchadas sobre una tela de alambre (estas son, quizás, las más punks de todas y de ellas pende una cinta de clausura que dice: Baruque instalaciones). De frente, sobre una mesa repleta de panes, se ven también algunas tarjetas pintadas con fragmentos de un cuerpo con dos cicatrices en el pecho y una suerte de cinturón sobre el boxer que dice Trans. Al dar vuelta la tarjeta puede leerse un poema cuyo comienzo reza: “Noté un cuerpo | noté que ya no lo quería| vi partes heridas | que se caía | podridas rotas | se desaparecían | noté | que el calendario corría | día a día | noté una noche | un día | y me pedí una nueva vida (…)”. Este mismo texto se encuentra pintado, verso a verso, sobre pedacitos de madera encontrados en el mismo lugar al que posiblemente irá a parar cuando finalice “Lesbianx extremx”, en septiembre. “Muchas obras las dejo en la calle –dice–, no me importa”. Habrá que estar en la puerta ese día, con las manos abiertas.
Lesbianx extremx, en el Centro Cultural Tierra Violeta, Tacuarí 538
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