Vie 19.08.2016
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ENTREVISTA

La revolución es respirar

Susan Stryker es una activista, teórica y cineasta estadounidense que ha jugado un papel fundamental en el desarrollo de los estudios trans en el campo académico. En conversación con SOY explica por qué considera que las micropolíticas son hoy la gran esperanza y analiza el lugar que la cuestión trans ha tomado en la carrera hacia la Casa Blanca.

› Por Dolores Curia

Susan Stryker fue fundadora del grupo de acción directa Transgender Nation, uno de los responsables de que en 1993 la Asociación Americana de Psiquiatría dejara de clasificar a la transexualidad como enfermedad. Es una lesbiana trans muy visible en la Academia. Además es directora de cine; su película más célebre ha sido Screaming Queens, un documental que explora una revuelta que funcionó como caldo de cultivo a mediados de los 60 de lo que poco después sería Stonewall. En su visita a Buenos Aires, invitada por la Universidad Nacional de Tres de Febrero –para participar del Coloquio Internacional Los Mil Pequeños Sexos– Stryker ha conversado con SOY, ya no sobre aquellos temas de la historia queer que se ha dedicado a rescatar a lo largo de su carrera, sino de la actualidad del asunto y los futuros posibles.

“Cada bocanada de aire que una persona transexual toma es un acto revolucionario” es una frase que has repetido en conferencias y artículos. ¿Qué importancia tiene hoy?

–La escuché de conferencia de Black Lives Matter por parte de una activista transexual afro. Me dejó pensando en la palabra “aliento”, como “inspiración”. En inglés y en español significa tanto tomar aire como inspirarse, que se relaciona también con “conspirar” con un objetivo común. ¿Cómo yo, una persona blanca y trans, puede solidarizarse con las luchas contra el racismo y cómo articularlas con las luchas contra la transfobia? La opresión que se sufre por parte de la violencia racista y la opresión transfóbica vienen de la misma lógica biopolítica, la misma que alinea nuestras identidades en jerarquías. ¿Cómo respirar juntos? Esa frase me llevó por direcciones inesperadas. Las luchas por la liberación no solamente son pujas por territorios y nuevos acuerdos sociales, en los casos en los que tu propio cuerpo es lo que está ocupado, la pelea es por el derecho a respirar.

¿Cómo se responde a los argumentos en contra de movimientos como Black Lives Matter que simplifican el debate diciendo “Todas las vidas importan”?

–Diría que no a todas las vidas se les permite “importar” de la misma manera. Así como digo que hay puntos de contacto entre distintos tipos de opresión, el poder tiene un modo de actuar particular para cada sector. No se puede establecer paralelismo entre los distintos tipos de opresión. Ser trans obviamente no es ser negro…

Partiendo de ahí, ¿cómo producir solidaridades?

–Podríamos ir a preguntarles a movimientos como Occupy Wall Street o los Indignados cómo se hace para aglutinar personas diferentes detrás de los mismos objetivos. Ellos han sido movimientos muy inspiradores, incluso aunque no a todos les haya ido bien. Pero la idea de gente que se une y ponen sus cuerpos en las calles y pueden combinar sus relatos, muy distintos entre sí, de cómo cada uno experimenta la opresión, y que eso genere un nuevo tipo de relación social, me parece inspirador. No están preocupados por qué hacer desde el punto de vista teórico, simplemente lo hacen. Al mismo tiempo debo confesar que soy bastante cínica.

¿Por qué cínica?

–Cuando estos movimientos se formalizan, tiende a desinflarse. Todos hablamos de revolución pero nos tenemos que sentar a pensar qué entiende cada uno por eso. La opción en este momento es ir por lo experimental. La política radical hoy está encerrada en un cuarto oscuro, dentro del capitalismo. La salida debe ser exploratoria. Nuestra esperanza son las micropolíticas. Puede sonar algo liberal decir que es en las acciones individuales en donde debemos concentrarnos. Pero la micropolítica no es excluyente de las acciones en masa, las complementa. La clave puede estar hoy en desarrollar nuevos hábitos personales que inspiren a otras personas a involucrarse con determinado tipo de acciones.

¿Por ejemplo?

–Pensemos en la agricultura industrial. Lo único que nos ofrece son alimentos producidos en masa y sobre todo sin ningún nutriente. ¿Qué hacer? Convocar a miles de personas para que tomen las calles y generar lobbies para presionar para obtener nuevas legislaciones puede llevar años. Es una estrategia posible. Pero, ¿por qué no al mismo tiempo tratamos de comer diferente? Aceptar que no nos desharemos del capitalismo mañana y reducir el consumo, en la medida de lo posible, de alimentos tóxicos. Cultivamos vegetales en el patio, armamos ferias de alimentos en los barrios, trueques entre amigos y fomentamos un cambio de hábitos. Cuando muchas microacciones se encadenan ya no se vuelve tan de vida o muerte esperar un cambio desde arriba, sino que provocamos un movimiento nosotros mismos en la base de la pirámide. Ningún cambio real es posible si no ponemos nuestra creatividad al servicio de lo cotidiano con políticas de los afectos que vayan accionando sobre nuestras nociones de libertad, placer, poder.

¿Cuáles son las prioridades para los movimientos de disidencia sexual hoy?

–La resistencia al neoliberalismo. Nos toca no sólo a las personas lgbti sino a todxs pensar cómo enfrentarnos a este poder que, ya sin mediación alguna, nos viene a decir cuáles son las vidas autorizadas a seguir existiendo (viviendo, comiendo y trabajando en el territorio de mi país, por ejemplo) y cuáles no. Después de todo el trabajo que se hizo basado en el objetivo de demostrar que “ser gay es bueno” hay que pensar en el paso siguiente. Las políticas corporales y sexuales tienen que continuar moviéndose de manera de seguir incomodando, porque el sistema siempre encuentra el modo de absorberlas. Eso está pasando con las políticas trans hoy en Estados Unidos. Hemos pasado de ser aquellas personas imposibles de asimilar a una situación en la que “está bien ser trans” pero bajo ciertos requisitos: hay que ser blancx, hay que tener los papeles en orden, hay que estar medicalizadx, hay que tener el deseo de tener un buen trabajo.

¿Y qué pasa con los que no entran en ese prototipo?

–Hoy la “oportunidad” para nosotrxs es ingresar a una “normalidad ciudadana”. Muchos han interpretado esto como un progreso. En verdad, la mayoría de las personas trans no pueden o no quieren ingresar a esta ciudadanía normal. Todas estas personas siguen viviendo en las peores condiciones de miseria y exclusión. Habría que preguntarse hasta qué punto ha contribuido la aparición de esta ciudadanía trans normativa a cuestionar los estándares de la masculinidad y la feminidad.

Pensando en la visibilidad del tema, ¿se puede hablar de un “punto de inflexión trans”? Ese fue el título que eligió la revista Time hace dos años para su portada con la actriz trans Laverne Cox.

–Lo de esa portada fue casi performático, en el sentido que Judith Butler le da a la palabra. Es decir, aquellas palabras que terminan causando lo que nombran. Por el hecho de hablar de un punto de inflexión trans se han provocado cambios en los discursos. ¿Es algo bueno? Sí y no. Que a Laverne Cox le vaya bien no creo que represente ningún cambio en las vidas del resto. Con respecto a la visibilidad, estoy expectante con respecto hacia dónde estamos yendo. Hay una mutación en la forma en la que la biopolítica está operando. Observar las políticas con respecto a lo trans es un modo muy útil de ver qué está haciendo cada país con respecto a las políticas sexuales y las nuevas formas de administrar los cuerpos de la población en general. Veremos cómo resulta.

¿Pero esta mutación no se puede ver ya en ejemplos concretos?

–En ciertos estados de mi país se está dando un cambio a nivel legal. La legislación que habla del acceso igualitario a determinados derechos en base al género –que históricamente ha tenido como objeto garantizar el acceso de las mujeres a los derechos civiles– hoy está ampliando su punto de vista. En los últimos años se empezó a considerar que estas legislaciones también aplican para los reclamos de las personas trans. Lo que ha cambiado no es la ley sino su interpretación. Hoy la interpretación legal de “discriminación por motivos sexuales” incluye la identidad de género y sus expresiones. Es muy bueno que el Gobierno diga que no se puede discriminar. Pero el modo en el que lo están diciendo es contradictorio: mezcla “sexo”, con “género” y “expresión de género”. ¿Qué consecuencias tiene el hecho de que el sexo (definido biológicamente) se use para incluir dimensiones culturales y sociales como el género? No lo sabemos.

Obama se ha mostrado muy interesado en temas lgbti…

–Es muy significativo que el presidente y la fiscal general, Loretta Lynch, dos personas cis y negras, implementen esta retórica sobre los derechos civiles y que tengan en cuenta todo el bagaje histórico que en nuestro país han tenido estas luchas. Están trasladando esa mirada, ese vocabulario a los asuntos lgbti. ¿Qué significa que esas personas desde esos lugares de poder estén mirando hacia el sistema de géneros, hacia el sistema biopolítico de administración de los cuerpos? No sabemos. Es excitante y aterrador al mismo tiempo.

¿Qué opinás del lugar que ha venido ocupando la cuestión trans en la campaña presidencial? La discusión acerca de los baños, por ejemplo, estuvo muy presente.

–Hillary Clinton no ha sido nunca una aliada de la comunidad pero su partido sí intenta mostrarse amigable. Ella hace lo que cualquier político calculador haría. Lo de Trump es más curioso porque no creo que le importen un rábano estos asuntos pero pertenece a un partido en el cual este tema moviliza los sentimientos más reaccionarios. Debe responder. Pero él es un político tan delirante... Su ángulo liberal y su desinterés en el asunto son tan fuertes que, ¿quién sabe? No es un conservador ideológico, convencido, es apenas un oportunista. Es profundamente racista y xenofóbico, en eso es muy consistente. Es coherente con una imagen de macho agresivo cuando grita que hay que deportarlos a todos. Es infantil, no piensa demasiado, simplemente abre la boca. Es difícil imaginar en qué lugar quedará la cuestión lgbti teniendo en cuenta lo disparatada que está siendo la campaña.

¿Y si llega a ganar?

–Por supuesto, va a ser malísimo. Más allá de las posiciones personales de Trump, si gana, traerá consigo a toda una batería de funcionarios republicanos a ocupar espacios. No es que puedan cambiar demasiado la legislación, pero sí pueden influir en las interpretaciones de las leyes. En mi país siempre ha primado una actitud liberal desde el punto de vista económico y discursivo combinado con un proceder totalmente xenofóbico y racista. En eso Trump no tiene nada de sorprendente. Y tampoco estamos solos en esto. Basta con mirar lo que está pasando en Europa. El mayor problema si gana Trump será que el gran porcentaje de la población que piensa como él se sentirá mucho más habilitado a expresarlo y actuar en consecuencia.

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