LUX VA > AL TEATRO
Robadx de las pistas por tres tías amantes de Baby Etchecopar, Lux se sumergió en el disciplinado (por él) mundo de Fernando Peña. Sólo lx salvó un poco de carne y algo de gusto SM.
Tenés mala cara, no estás bien, hay que distraerse, Lux. Una vez por año mis tres tristes tías, mis tres gracias, mi abc, se imponen el desafío de hacerme feliz. Y entonces me llevan al teatro. Te compramos un combo de Fernando Peña. ¿Teatro chatarra? No, vemos las tres obras y nos hacen descuento, conviene. Puedo asegurar que si hay alguien en este mundo que no tiene la menor idea de lo que conviene son mis tres tías.
La voz en off –qué linda voz, qué lindo inglés– nos adelanta que somos unos pelotudos por estar sentados acá. La sala semivacía confirma que algunos privilegiados tienen mejor acceso a la información. Avala todo el Hitler de los Putos que hostiga a heterosexuales por traer hijos al mundo y al resto le augura una muerte merecida por sidoso. Me dio tos. “Es cáncer, hacete ver”, me dice y la gente por fin se ríe. Acto seguido Peña se ha transformado en una señora que no puede hacer caca en baño ajeno. La alegoría anal toma por sorpresa a mi tía la menor, quien lanza un “epa” y se liga un “vieja conchuda” más un flor de escupitajo a la voz de “la saliva no contagia”. En un repechaje hipocondríaco enumero para adentro: gripe, tuberculosis, sarampión, varicela; desfilan más personajes –¿por qué el viejo lacrimógeno fotocopiado de un sainete se lleva los mejores aplausos?– hasta que “sin ninguna necesidad”, diría mi madre, Peña saca el pito, saca pecho, se desnuda. Y yo, que por algo me vi las 45.000 funciones de La lección de anatomía, me sigo conmoviendo ante un actor sin ropa. Me saco el sombrero y con el sombrero la cabeza se va tras las carnes. Por eso, no me pregunten cómo se llama la obra ni cómo sigue. ¿La tía? Atenta las tres horitas de reloj con su escupitajo en un ojo, y en éxtasis, como cuando escucha a Baby Etchecopar.
El se puso serio y yo también: thriller psicológico ambientado en Brooklyn. Argumento hecho a medida para el mismo desfile de personajes. Si esta trama de cajas chinas no estuviera hecha con cajas de zapatos –léase falta de timing, reiteraciones varias y exceso de mensaje moralista para señoras que sufren– no estaría tan mal.
Las cinco azafatas que pasan por el cuerpo de Peña hacen pensar que si Niní Marshall consumía la droga de la genialidad, Peña está consiguiendo de la buena. El teatro, lleno. No hace falta ser tripulación para entender las bromas que apuntan al ojo de la clase media y a sus ínfulas de glamour. Los que se levantaron y se fueron a las dos horas están recomendando la obra seguro. Los que nos quedamos las dos horas que tiene de más (sí, cuatro en total) estamos en este centro de rehabilitación. Las tías, bien. Se quedaron otro rato. “Vamos a ir al camarín, Peña tiene mala cara, tendría que distraerse un poco.” Y yo las dejé hacer, me pareció justo, que el artista pruebe de su propia medicina.
Margarita Xirgu
Chacabuco 875
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