› Por Sasha Sacayán *
El martes 11 se cumplió un año de la muerte de Diana. Podría decir: el año más difícil que me tocó atravesar. Pero no nos encontró inmovilizados, a nadie de la Comisión por Justicia por Diana, ni a mí. Yo no elegí estar en este lugar que me ha tocado, en el que tengo que hablar, participar de eventos, hacer esfuerzos para continuar con un legado que ella ha dejado, algo bastante alejado del perfil que siempre tuve. Continuar dentro de mis posibilidades dándole impulso al trabajo de Diana no es fácil. Al mismo tiempo, trabajar con la Justicia para que finalmente se eleve al juicio su crimen, algo que podría pasar el año que viene. Pelear para que la Justicia llame a las cosas por su nombre: para que defina al crimen de Diana, aunque en nuestro Código Penal no esté esa figura, como un travesticidio, como una forma de visibilizar que no fue una muerte cualquiera ni una muerte porque sí, sino un crimen que responde a una sociedad transfóbica, a un contexto en que las travestis son excluidas de todos los ámbitos y sólo conocen la calle (como trabajo, como escuela), con todas las consecuencias que eso tiene. Lo decía mi hermana: la travesti solo se hace ciudadana y accede a lo público cuando va presa o cuando la meten en un manicomio. La prostitución no se reduce a la violencia de tener que irte con un tipo para poder comer, también hay mucha violencia al estar en la calle, donde te pegan, te violan. Y mi hermana venía de mucha de esas violencias. Tan solo un mes antes de su asesinato había sido detenida injustamente por la Metropolitana. También venimos trabajando en que se considere el agravante por el vínculo de uno de los dos varones que están procesados por su crimen desde diciembre. Porque uno de ellos era pareja de mi hermana. Ahora, ¿cómo hacemos para probar ese vínculo frente a un juez transfóbico que no conoce cómo son las relaciones afectivas de las travestis? Sabemos que era más que un chongo, que lo presentó públicamente. Por sus condiciones de vida particulares las travesti desarrollan determinados tipos de lazos afectivos, y en el contexto del mundo travesti, ésta era una relación estable. ¿Cómo hacer para que la Justicia lo entienda de este modo?
Me cargo este trabajo de continuar en la medida que puedo su lucha porque Diana se lo merece y porque, como si fuera poco, este contexto político de una violencia por parte de las fuerzas de seguridad cada día mayor también lo amerita. El trayecto de mi hermana como militante es un camino que yo la vi hacer desde que empezó, fui testigo de su lucha contra todos, de su empuje, de su potencia. La muerte de Diana además de ser una tremenda pérdida para el colectivo es una inimaginable pérdida para mi otra hermana travesti, Johana, y para mí. Las tres componíamos un núcleo pero era Diana la que motorizaba en ese barco. La que nos despertaba, la que nos felicitaba y retaba, la que nos decía “hoy hacemos esto, pero que no pase de hoy, ¡eh!”, “¡No nos podemos dormir con esto otro!” Diana era imparable. Ella militaba y trabajaba para mejorar las vidas de las travestis que no militaban. La creación de la ley de cupo trans era eso, era como decir “el reconocimiento del nombre es súper importante pero nuestra vida diaria se juega en la posibilidad de acceder a un trabajo, y eso es una cuestión de vida o muerte”. Le dedicó la vida a denunciar las condiciones de vida y muerte de las travestis, en eso se le fue también la vida. Ni ella, con todas sus herramientas, pudo zafar. Y nosotros como colectivo, como sociedad tampoco la pudimos proteger. Y yo sigo, tengo que seguir, con un duelo a cuestas que todavía no he podido hacer.
* Hermanx de Diana Sacayán.
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