› Por Adriana Carrasco
El #NiUnaMenos coreado por las grandes masas de mujeres y el contundente “América Latina va a ser toda feminista” se abre paso a dos brazos, por Diagonal Norte y Avenida de Mayo. Del dolor estas mujeres pasaron al desafío: “Verga violadora a la licuadora”, cantan las más radicalizadas. ¿Ahora son todas feministas?, se preguntan los muchachos de camisa y corbata, desde las oficinas. Bancarias, empleadas de call center, profesionales, empleadas de lavarrap, amas de casa, maestras y futbolistas dejaron sus tareas para marchar. Banderas arcoiris-lilas-negras-verdes resisten al vendaval. Un grupo ata su cartel a dos paraguas, para hacer visible su lesbianismo político. Las mujeres de negro marchan, se toman tiempo para leer los carteles de las otras. Enfrentan las miradas de unos pocos varones que, desde las veredas, repudian frunciendo el ceño. Es que no todos se dejan ganar por la corrección política. “Estas mujeres son hojas enloquecidas en el turbión y te van a sacar de tu lugar.” Así lo perciben ellos.
El ojo y el oído nacionales están acostumbrados al ondular de la marea humana que se abre desde la bandeja central de la cancha de fútbol, al sudor de la camiseta de modal con sponsor, al pogo mixto en recitales y discotecas. Pero la marea corpórea que hace temblar al Obelisco es, acaso, la primera señal del hecho maldito del país femicida. “Abajo el Obelisco, es signo de machismo”, cantaban las feministas y decenas de lesbianas tapadas, en las pequeñas marchas de los 80, como profecía lejana. Hecho maldito con posibles y considerables consecuencias en flujos, trabajos y sudores de la vida cotidiana.
Por la calle Perú angosta, entran las pibas con las remeras de manga larga atadas sobre la cabeza, dispuestas a intervenir en rojo y azul las paredes del Cabildo. “No me duelen las paredes, me duelen las muertas”. Y la marea las contiene, no las expulsa ni las señala. Están para subrayar con colores las consignas que las demás cantan. Y mientras tanto, la marea corpórea sube, ocupa el territorio de Plaza de Mayo. Allí y más allá de la marcha se refuerzan alianzas, apoyos, cuidados, solidaridades. Se rompe la barrera del miedo y se pelea con garra, pero también de manera festiva. Con fuerza y una potencia que nace de abajo, lejos de toda manera tradicional de hacer política. Es la política de los cuerpos. De los cuerpos que se rebelan. Y ondulan en la marea corpórea. La marea exuda roce, transpiración, flujos, alientos mezclados.
La marea se desvanece al caer la noche. Parece. Un encargado de comercio raspa con espátula las trazas de aerosol blanco que tatuaron sobre el ventanal: “lesbianizate”.
Los del ceño fruncido saben que las que marchan por Avenida de Mayo no son las mujeres que cuentan con pudor sus historias cuando los movileros extienden el micrófono. Muchas de esas mujeres van por Diagonal Norte. Las mujeres organizadas que marchan por Avenida de Mayo parecen estar buscando otra cosa.
Soy conversó con algunas de las que marcharon desafiando los mandatos de sumisión. Cuatro mujeres de diferentes generaciones. El denominador común entre ellas es la ruptura con los mandatos. No son hojas enloquecidas. Saben lo que quieren. No son fuerzas iguales y parejas las que se despliegan cuando las mujeres ganan juntas las calles.
LA ALIENACION MARXIANA
Las jugadoras de Fútbol Militante no terminan de reponerse del partido de la noche anterior pero ni las lesionadas faltan a la marcha. Bronca acumulada. Hace unos días, la noticia de una lesbiana asesinada por su madre lesbófoba, femicidios atroces, travestis apaleadas, presas políticas. No da quedarse en casa.
Ana Clara Benavente (31), militante del fútbol de mujeres, es socióloga. Llega todos los martes a última hora de la tarde al entrenamiento en el parque emblemático de Chacarita. Las muchachas futboleras ensayan paredes y tiros libres, debaten feminismo y arman banquetes veganos. Ana Clara estuvo hace unas semanas en el Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario y no terminó de aterrizar de aquella marcha que ya está poniendo el cuerpo en otra, esta vez contra la violencia machista. Y nuevamente la experiencia de compartir las calles, juntas, mujeres tan diversas. “Trans, travestis, negras, blancas, obreras, universitarias, trotskistas, kirchneristas, y sigue la lista transversal. Las diferencias entre las mujeres son muchísimas, sin embargo cada vez somos más y algo nos une. Podríamos pensar que lo que nos une en el movimiento de mujeres tiene que ver con la identidad producida desde la opresión por ser mujeres, sin embargo creo que hay más”, sostiene Ana Clara. En el terreno de su profesión, Ana Clara encuentra dificultad para pensar determinados conceptos sin referirlos al cuerpo propio. Por ejemplo, un libro nunca pudo explicarle el concepto de “alienación” de Marx. “Cuando trabajé durante un tiempo en un call center de Puerto Madero y luego hice la tarea de data entry en el mismo lugar, entendí mejor el concepto de estar ‘fuera de mí’, ‘alienada’ a partir de ese tipo de tarea repetitiva que hacía durante horas. Las huellas más precisas estaban en mi cuerpo y desde ahí lo entendía mejor”, explica. Privilegio de pertenecer a la generación que fue adolescente en los 90, la alienación en el call center.
Cuando Ana Clara dice que aquello que une a las mujeres en un movimiento político es “algo más” se refiere a que a las huellas de un fenómeno hay que buscarlas en el cuerpo. Ese “algo más” buscado es un hacerse carne. Ese sentirse unidas no consiste en cranear y poner política sobre el tablero, en el sentido más pedestre de la rosca o las especulaciones políticas. Las que solamente “cuentan porotos” no duran mucho en el movimiento de mujeres. Se van a otros espacios. En el movimiento de mujeres hay que poner el cuerpo, y mucho. Y ese poner el cuerpo, juntas y en marcha, es “algo más” que una yuxtaposición de cuerpos que hacen estallar los charcos sobre el asfalto. Implica cuidados, escucha y mil cosas más. Mientras, el encargado de comercio sigue con la espátula.
MADRES E HIJAS
Andrea Benítez (33) y Sandra Fossati (55) marcharon en la misma marea pero recién consiguieron cruzarse cuando la marcha llegaba a Plaza de Mayo y los choripanes intentaban frenar la lluvia con señales de humo. Juntas arrían la bandera de Lesbianas y juntas buscan el subte de Catedral para volver a San Isidro. Cuando lleva una bandera de lesbiana en las marchas, Sandra se formula muchas preguntas, que de alguna manera tienen que ver con su pasado de mujer heterosexual. “La verdad que cuando vi a mis amigas (héteras) marchando me pregunté: ¿Qué hacen estas mujeres acá, llevando la bandera negra de lesbianas? Qué sé yo… se dio así, no tuvieron problema. Pero ¿cuántas mujeres se animan a preguntarse qué les pasa con otras mujeres? Las mujeres héteras a menudo están más cómodas con mujeres que con hombres. Muchas hablan del ‘enemigo’ y evitan pensar delante de ellos en voz alta. Entonces, ¿cómo hacen un proyecto de vida con alguien así? Es una cuestión social. Van y hacen eso.”
Sandra Fossati es profe de música y empleada de comercio. Andrea Benítez es maestra en escuela para adultxs, comenzó a militar en el feminismo a los 27 años, en el grupo Desobediencia y Felicidad y es quien le fue pasando a Sandra los primeros materiales de teoría feminista y de teóricas lesbianas. Fue poco antes o poco después de que Sandra, que es su madre, le comunicara que se había enamorado de una mujer.
Sandra formó a comienzos de 2013, el grupo de reflexión Mujeres en Devenir. Algunas lesbianas, otras héteras. “A muchas de mis amigas les resulta más atractiva la estética de las mujeres, aunque estén con un tipo”, explica. Sandra se fue convirtiendo en la referente feminista de La Calabria, barrio de clase media de San Isidro, muy cerca de villa La Cava. “Mi abuela siempre andaba por la calle vestida de negro, hasta las medias negras, como todas las mujeres mayores. Eran todas calabresas por acá”. Sandra es la misma que en julio de este año organizó la Teteada cuando los pitufos policiales amenazaron con llevar presa a una joven, por darle de mamar a su bebé en una plazoleta. La piba resultó ser una vecina. La movida se aguó cuando las amamantadoras crearon el grupo en Facebook: prohibieron la participación de feministas y se terminó acotando como una actividad de promoción de la lactancia materna. A Sandra le fascinan las marchas de mujeres, la energía de la marea corpórea. Trata de no faltar a ninguna.
Andrea -la hija, la joven, la feminista y heterosexual- reflexiona: “Mi mamá no tenía en aquel momento una conciencia política. Su rechazo a la institución matrimonial tradicional era algo más irracional. Mi vieja siempre andaba con que ‘Las feministas son violentas’. Hoy ni de casualidad diría eso. Ella vivió una vida hétero muy tradicionalista y siempre que pudo se rebeló. En cambio yo vivo mi heterosexualidad cómodamente, no me ato a una pareja monogámica. Ni loca me voy a vivir con un tipo. Ya sé que el varón hétero es un problema, que el varón hétero es el que mata. Pero renunciar al sexo con un tipo tendría un costo muy grande para mí, aunque si nos pusiéramos todas de acuerdo, tal vez… Mis fantasías son con varones. Cuando se me pone un tipo en la cabeza, el deseo me excede”.
Y considera que compartir actividades con mujeres feministas todo el tiempo, estar juntas mientras los varones se quedan en casa, habilita el sexo entre mujeres, un erotismo sexual que fue patologizado y vedado a las mujeres. “Dentro del colectivo de mujeres somos cada día más las que estamos necesitando más primariamente la comunión con mujeres. ¿Me salió religioso, no?”. Mientras tanto, Sandra se apena de que su hija sea hétera, porque “se pierde un tipo de encuentro que nunca puede darse con un varón. Al ser una militante feminista tan involucrada, es muy difícil que pueda hacer un proyecto de vida con un hombre”. Sin embargo, Andrea va más allá: “La puerta ya está abierta. Cuando queramos, estamos habilitadas para entrar. Y te lo voy a decir más claramente: mucha potencia tortillera, pero están todas en pareja. No te dan cabida ni para un café a las 5 de la tarde. Cada vez que alguna me atrae, resulta que es la novia de otra”.
HÉTERAS EN FUGA
Rita Awiron estuvo en la marcha al comienzo, antes de que se largara el diluvio. Es politóloga, tiene 67 años, está casada con un varón de su generación y tuvo militancia en un sindicato. Hoy participa en una agrupación vecinal. Siempre fue muy independiente. El único mandato que no pudo romper fue este que le grabaron a fuego de chica: “Primero dejá la casa limpia y después hacé lo que quieras”. Rita manifiesta admiración por las teóricas lesbianas: “Son las que en los últimos años hicieron los mayores aportes al feminismo. Permitieron tener una mirada más amplia, abierta y profunda sobre la sexualidad, el deseo, el sexo. El feminismo heterosexual tradicional estaba muy atado al tema de los derechos y defendía a la mujer blanca, hétero y ama de casa”.
Unos diez años atrás, Rita entró en un grupo de estudio que comenzó con las asambleas populares post 2001 y duró hasta 2011, Nosotras en Fuga. “El nombre remite a fugarse, de modo permanente, del concepto de mujer tradicional. El grupo modificó las vidas de cada una de nosotras”, recuerda Rita. Antes de esos encuentros, dice, no registraba para nada el tema de la diversidad sexual. Para Rita, la mayor visibilidad actual de las lesbianas en las marchas y en la sociedad argentina se debe a la ley de matrimonio igualitario. “Esta ley impactó fuertemente en la sociedad e hizo visibles situaciones que estaban tapadas. En definitiva, las personas se enamoran de personas, no de genitales”.
Es un hecho que la interpretación “personas que se enamoran de personas” se impuso en buena parte de la militancia que acompañó las jornadas de lucha por el matrimonio igualitario. Pero el nuevo hecho maldito que recorre cada vez más ciudades argentinas pone en jaque esta interpretación: nuestra genitalidad molesta, y molesta de raíz, por eso nos matan. Marchamos porque nos matan. Y a los asesinatos oponemos esta marea corpórea, húmeda y desafiante, cada vez más organizada. Y sexualizada. Porque están matando ciertas sexualidades, ciertas genitalidades a las que ya no logran disciplinar. No son iguales todas las sexualidades y genitalidades.
ESTAS NO SON MUJERES
En la marea corpórea se tejen redes de apoyo y de solidaridad. De afecto. Y también se teje sexo y organización política. El fenómeno comienza a extenderse en las grandes ciudades argentinas, a partir de los Encuentros Nacionales de Mujeres, pero no solamente por eso. Porque sin contenidos feministas, los encuentros podrían parecerse a reuniones de la Liga de Madres de Familia. Y los contenidos feministas sin los aportes de las lesbianas serían referidos, siempre en algún momento y para todas, a las relaciones domésticas con “el varón”, en el modo presente o en el modo de la ausencia. Nos sería difícil pensar en estos términos sin los aportes de las teóricas feministas y lesbianas. En particular de algunas de ellas.
Hacia finales de los 70, Adrienne Rich abrió las puertas a considerar la amplia gama de experiencias en las que el centro somos las mujeres y la importancia que estas experiencias tienen para nuestro fortalecimiento. Experiencias que incluyen muchas formas de intensidad primaria entre mujeres, “como el compartir una vida interna rica, la asociación contra la tiranía masculina, el dar y recibir apoyo práctico y político, independientemente de que esa mujer haya tenido o deseado conscientemente experiencia sexual genital con otra mujer”. A esas experiencias las llamó “continuum lesbiano”.
Y en las barricadas francesas, Monique Wittig puso en cuestión el uso del término “mujer” para aquellas que rompieron el contrato heterosexual y dejaron de producir en la relación específica con un varón. Eso quiere decir que “las lesbianas no son mujeres”, o bien “las lesbianas raramente son mujeres”. Al tiempo que abrió la posibilidad de que empezaran a verse a sí mismas como prófugas, como esclavas fugitivas del sistema. Cuando Monique escribió, no era posible vislumbrar un territorio libre. Tal vez tanta violencia y ensañamiento con mujeres, lesbianas, travestis y trans esté indicando que el territorio libre no queda tan lejos. Y que los guardianes lo están defendiendo con ferocidad y torpeza. Mientras tanto, la marea corpórea crece y desafía.
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