El clásico Peer Gynt, de Henrik Ibsen, bajo la adaptación y dirección de Juan Cruz Forgnone, se sostiene por casi dos horas con destacado vestuario, variados recursos de dirección, nueve intérpretes y las peripecias del personaje romántico, un desesperado en perpetua búsqueda de sí mismo que en el fragor de su ego se las lleva puestas a todas.
Las creaciones de Ibsen, sin dudas influenciadas por el liberalismo de Stuart Mill y la madrastra de su esposa, la dramaturga ignorada Magdalena Thoresen, han sido catalogadas por más de un crítico como feministas. Se tiende a catapultar al dramaturgo de avanzada cuando se trata de constitución de personajes femeninos. Hedda Gabler o Nora Helmer son los célebres sujetos de la acción dramática, motores independientes que traccionan cada pieza. Más allá de los ríos de tinta que corren en relación a si el autor es o no es feminista, con Peer Gynt el procedimiento es convertir al campesino de poca monta en protagonista patético, en un anti héroe, en tanto su salvación depende de las otras. Las elecciones de Peer no lo redimen, por el contrario, sólo se salva por sacrificio de amor que hacen dos mujeres: su madre y su enamorada. Así, en manos de ellas, Ibsen daría un sutil paso a la agencia femenina transformadora del orden androcentrado. Aquí, la madre de Peer Gynt, Aase funciona como contrapunto antagónico del pueril retoño que se desvive por crear su propio reino a base de mentiras y copete. Aase, realista de las condiciones materiales en las que viven, busca protegerlo de las mil formas. Incluso, en la escena de su muerte, con la entrañable interpretación de Maiamar Abrodos, la obra llega a un clímax estremecedor: Aase con paciencia tierna, en su lecho de parca, trata de convencer al díscolo hijo que la deje descansar, sin embargo Peer Gynt (Federico González Bethencourt) aplastado por el dolor no puede dejar de fabular y llenarle los oídos de fantasías que arrullan su deceso. Maiamar Abrodos interpreta ese momento único con la eficacia y la veracidad que tienen las actrices enormes: “Hacerla en el proceso en el que me estaba mudando, que también que coincidió con la muerte de mi madre, fue un especie de purga. Doloroso, sí, pero muy liberador también”, agrega la actriz.
Maiamar Abrodos, con más de veinte obras estrenadas, además escenógrafa y vestuarista recibida en la Universidad del Salvador, también con decenas de producciones bajo la manga, docente en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD) y en Universidad Nacional de Artes, refuta la búsqueda de Wikipedia de su nombre: “actriz trans no soy, soy una mujer trans que es actriz, que es diferente. Actriz trans no existe ¿qué eso? Soy una mujer transexual que luchó bastante para que esto quede bien claro”. Su formación se remonta a 1993, pero aún con extensa trayectoria y poderoso despliegue, el acceso al mango como intérprete es una cuota pendiente. “No me llaman para actuar en el San Martín ni en el Cervantes, y en general cuando se me llama para un personaje siempre hay un cuestionamiento. El mundo del teatro sigue siendo demasiado encapsulado, pero por suerte una encuentra en este camino gente que no le importa determinadas cosas y puede ver a la actriz que trabaja. Eso es lo que me pasó con Juan Cruz Forgnone, el director de Peer Gynt”.
En honor al presunto feminismo ibseniano, pero sobre todo al transfeminismo local, la demanda por igualdad de oportunidades laborales para el colectivo trans en todos los ámbitos resulta una deuda tan bochornosa como la externa, que crece.l
Miércoles 21.30, El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
TEATRO
MADRE E IBSEN
La madre es Maiamar Abrodos; el hijo es Peer Gynt. La versión de Juan Cruz Forgnone lee a contrapelo el clásico de Henrik Ibsen en el que la salvación de un antihéroe rural depende de la potencia femenina.
Este artículo fue publicado originalmente el día 11 de noviembre de 2016