Vie 27.02.2009
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ES MI MUNDO

Orgullo de carnaval

Sydney es, además de la ciudad más antigua y grande de Australia, la que alberga la fiesta queer a cielo abierto más grande del mundo. Como un guiño pagano, sucede el martes anterior al católico miércoles de ceniza y concentra ahí tanto el color del Carnaval como las reivindicaciones que acompañan las marchas del orgullo lgbtti en el resto del mundo.

› Por Patricio Lennard

¿Se habrá imaginado el capitán James Cook, cuando avistó por primera vez el territorio que se llamaría Australia, que albergaría el mayor festival gay del mundo? ¿Cómo fue que esa isla llena de asentamientos rudimentarios y canguros saltarines al que la Corona británica –luego de la independencia de los Estados Unidos– empezó a derivar los presos que atestaban sus prisiones se convirtió en sede de un carnaval que celebra la diversidad sexual por sobre todas las cosas?

El Mardi Gras de Sydney es, desde hace más de treinta años, la expresión más colorida y diversa de una tradición carnavalesca que tuvo su origen en los Estados Unidos, y más específicamente en Nueva Orleáns, a principios del siglo XVIII. Fue allí donde nació su modalidad gay friendly y se extendió a otras ciudades como Venecia y Río de Janeiro. Pero sobre todo en Sydney es un festival que año a año gana las calles para insistir en la reivindicación política de las minorías sexuales, lo que justifica que la Marcha del Orgullo Gay y Mardi Gras sean allí una sola y la misma cosa. De hecho, la detención por parte de la policía en junio de 1978 de más de cincuenta manifestantes en una marcha realizada en Sydney en conmemoración de los levantamientos de Stonewall fue el detonante para que en 1981 sus organizadores decidieran correrla a febrero y hacerla coincidir con Mardi Gras. Es que en aquel año, luego de las detenciones, uno de los diarios más importantes de la ciudad publicó la nómina completa de los detenidos con nombre y apellido, sacando del clóset a más de uno y provocando que varios de ellos perdieran sus trabajos. La bronca que fue in crescendo desde aquel 1978 se transformó en algo más parecido a una fiesta que a una barricada cuando las dos marchas se hicieron una. Y el Mardi Gras, que alcanza su clímax el martes previo a la fecha que el calendario cristiano señala como “miércoles de ceniza” (este año cayó 24 de febrero), tuvo en Australia su real importancia como fiesta popular a partir de esa coincidencia.

Sydney captó la atención internacional cuando fue elegida como ciudad anfitriona de los Juegos Olímpicos de 2000. Y la controversia estalló cuando fue anunciado en los medios que un grupo de drag queens aparecería en un segmento de la ceremonia de clausura, que rendiría homenaje al cine australiano, en representación del film de 1994 Las aventuras de Priscila, reina del desierto. Algo que constituyó la primera manifestación de cultura gay y travesti en una ceremonia olímpica y que es un ejemplo de la apertura que domina esta ciudad que, en 1988, cuatro años después de que la homosexualidad fuera despenalizada a lo largo y a lo ancho de la isla, decidió rebautizar la festividad como “Gay and Lesbian Mardi Gras”. Una denominación que le hace honor al protagonismo que la cultura queer fue adquiriendo en ella progresivamente, no sólo a base de plumas y cuero y cuerpos musculosos contoneándose en las calles, sino también de numerosos eventos culturales que incluyen desde muestras de arte y obras de teatro hasta un festival de cine lésbicogay.

Y si bien todo empieza en Nueva Orleáns, en donde la tradición gay del Mardi Gras despunta tímidamente en la década del ’50, cuando nace la primera peña homosexual, bautizada Yuga, lo cierto es que Sydney se ha posicionado como la vedette de la fiesta. Tal vez el huracán Katrina, que en 2005 arrasó con Nueva Orleáns y se convirtió en el más costoso y destructivo de la historia de los Estados Unidos, tuvo algo que ver en el asunto. Pero luego del desastre, los disfraces volvieron con su acostumbrado esplendor a poblar el Barrio Francés y la tradicional calle Bourbon, centro de la movida gay y de los festejos en que se acostumbra que los participantes de las peñas le tiren al público collares multicolores, medallones de su agrupación, juguetes y hasta prendas íntimas. Todo en un contexto de armonía y de respeto por la diferencia, teniendo en cuenta que en 1991 se aprobó en Nueva Orleáns una ley que castiga cualquier forma de discriminación basándose en la raza, la religión, el género o la orientación sexual en cualquiera de las peñas, so pena de perder el permiso para desfilar.

Históricamente, conforme las leyes represivas en contra de la homosexualidad conservaron vigencia, la movida gay de Mardi Gras (ya se tratara de Nueva Orleáns o de Sydney) conservó un sentido primordialmente político antes que festivo. Y fue recién cuando esta situación cambió que los organizadores de Mardi Gras priorizaron el entretenimiento en lugar del activismo. Además de convocar a los Djs más destacados del país para tocar en las diferentes fiestas, el plato fuerte en Sydney es el desfile que tiene lugar en la concurrida Oxford Street, la calle gay por excelencia, que queda muy cerca del barrio lésbico de Newtown. En esta gran avenida, siempre el primer sábado de marzo, se reúnen con horas de anticipación casi un millón de personas para ver la caravana que es la frutilla del postre. A sus espaldas, por primera y única vez en el año, pierden su protagonismo los locales de ambiente, las cafeterías y restaurantes, las vidrieras de tachas y cuero, los negocios de postizos y pelucas, los locales de bronceado y tatuajes, y las tiendas donde pueden hallarse las últimas tendencias. Y es a pie, en moto o en carrozas dignas de reinas o reyes que los participantes lucen sus disfraces y ponen en escena sus coreografías. Con más o menos arte, lo importante es estar allí y disfrutar de una de las fiestas al aire libre más multitudinarias del mundo junto con la Love Parade de Berlín. Uno de los eventos gays más importantes del año que en su versión 2009 tuvo como “Rey” a Matthew Mitcham, el australiano que fue campeón de saltos de ornamentales en los últimos Juegos Olímpicos y el único deportista abiertamente gay que ganó en Pekín una medalla.

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