Vie 27.02.2009
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SALIO

Ser lesbiana cuesta en Perú

Esta semana se presenta en Perú, No busco novio, una serie de intimidades y reflexiones de la periodista Esther Vargas que empezaron como blog (Sex o no sex: El lado LES) y acabaron en este flamante libro que comienza así:

¿Heterosexual? No, gracias

Nos reunimos cada cierto tiempo. Yo soy la única lesbiana del pequeño grupo. Ellas hablan de sus novios o maridos; yo, de mi novia, de mis ex novias y, ocasionalmente, de mis futuras novias. Juntas analizamos las cosas más estúpidas y relevantes, pero sobre todo chismeamos sobre el mundo entero. Nos acompañan cervezas, vino o ron.

En una reunión de éstas se produjo el siguiente diálogo:
—¿Te acuerdas de X?
—Claro. ¿Qué le pasó? —pregunto, interesada.
—Se volvió lesbiana —dice mi amiga. ¡Nooo...! exclama la audiencia.
—¿Cómo así? —pregunta alguien. Y pienso que es la misma pregunta que algunos hacen cuando les dicen que Fulanito se hizo evangelista, mormón o budista.
— Pues nada. Se volvió lesbiana. Se enamoró de una mujer y está feliz.

Recuerdo a la Srta. X con cariño, y casi podría relamerme los labios. Era el culo más bonito que circulaba en las redacciones de los ’90, cuando yo era practicante de periodismo y miraba los culos con timidez de lesbiana recién estrenada. Solía enterrar los ojos en mi libreta de notas, y apenas los alzaba para comprobar que la niña y sus posaderas seguían allí. Todos coincidimos en esa época: era el culo más bonito del diario. No sé qué fantasías me perseguían en ese tiempo, pero la Srta. X era heterosexual y yo no era mujer para esas batallas, así que me fijé precisamente en una chica sin trasero, a la que quise intensamente durante tres meses. X, su lindo rostro y su bello culo pasaron a un segundo plano. Que no es lo mismo que el olvido.

Pero en lo que me he puesto a pensar es algo serio: ¿Me enamoraría de una heterosexual? Me lo han preguntado muchas veces. Como si realmente creyera que una puede dominar su corazón, siempre respondo que no. Aunque no creo que una pueda, debo decir que hasta hoy no me he enamorado de una heterosexual.

Puedo ser persistente, dulce y tener toda la paciencia del mundo con una lesbiana que ni siquiera me sonríe, pero con una heterosexual retrocedo, corro y me evado en cualquier cosa. Quizá me asusta la indiferencia de una mujer que jamás amaría a una mujer. Con una lesbiana, al menos, tengo el consuelo del “pudo ser”.

Pero la historia de la Srta. X me hace pensar que quizás he vivido en un error, como me pasa todo el tiempo. ¿Cuántas mujeres heterosexuales he descartado de plano sólo por miedo a sufrir, a verlas casadas con un hombre, a imaginar que el día menos pensado llegarán a casa para decirme que no puede ser? Yo no he querido vivir esas historias, y por eso he prohibido a mi corazón y a mi cuerpo encandilarse con una chica straight.

Todas mis relaciones han sido con lesbianas convencidas. He competido por el amor de una mujer, pero nunca con hombres. Y es que a veces un hombre no sólo es un compañero que quizá brinde placer y amor. Para las chicas que tienen un “desliz” lésbico y que luego recuperan el “sentido”, un hombre es el pasaporte a la normalidad, la mejor forma de borrar aquello. Un hombre les dará apellido de casadas, hijos y una familia. Y, por supuesto, siempre habrá la excepción en la que la chica realmente amará al chico.

También pasa que, después de muchos años de casada, una mujer puede encontrar el amor en otra mujer, ya sea porque ésta supo seducirla o porque simplemente llegó en el momento crítico de la decisión. Cuando alguna heterosexual se cruzó en mi camino, me faltaron experiencia y paciencia. Hoy sé que lo que me detuvo fue el miedo. El mismo que me causaría una bisexual.

De todas formas, no quiero caer en la danza de los “hubiera” y los “quizás”. Pero si la hubiera invitado a salir, y si le hubiera dicho que su cabello era muy lindo, y si le hubiera escrito una carta de amor, quizás...

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