¿CUáNTO TIEMPO ES UN AñO?
Un año en otra calle: salir de la prostitución para conocer más gente...
› Por Diana Sacayán
Hasta hace apenas un año, Mónica creía que estaba predestinada. Parece que ser travesti viene pegado a ser prostituta. ¿Parece? ¿A quién? A nosotras, a los que se dan vuelta cuando nos ven por la calle, a quienes nos echan de la escuela, a quienes se matan de risa cuando vamos a pedir trabajo y hacen un bollo con nuestra solicitud. Mónica Flores vive en González Catán, en el Barrio Los Ceibos, en una casa que se hizo en un 80 por ciento gracias a la prostitución. “Sí, me hice la casa, la misma donde yo permitía que llegaran mis clientes; y a muchos ni los conocía y me exponía a cualquier cosa por dinero. Mi condición me llevaba a pararme en una avenida, no respetarme, perder valores, perder matices. Perdí hasta mi pareja porque no permitía que trabajara en la calle. Pero ojo: no despotrico contra la prostitución –que muchas veces se convierte en única alternativa para nosotras–, sólo aclaro que eso no significa no poder soñar. Y yo siempre soñé con tener un comedor gigante para chicos y chicas del barrio. Claro que el sueño me encontró más de una vez humillada en un calabozo.”
Vaya a saber una cuál fue esa humillación que colmó el vaso de Mónica. Ella prefiere guardársela. Pero algo muy feo la hizo salir a golpear puertas hasta dar con una concejal que quiso escucharla, Graciela Caballero, hoy su amiga, quien le dijo que salir era posible. “Me dijo más: me dijo que yo tenía condiciones”, corrige Mónica emocionada mientras reconoce que le llevó todo este año convencerse de que era cierto. “Fue hace poco que un día me miré al espejo y me dije: yo me adoro, me amo y me quiero. No fue enseguida, no fue fácil, de a poco fui recuperando lo que soy. Este año empiezo a estudiar y ahora, si me preguntan, puedo decir que soy una militante. Hace un año atrás tenía el sueño, ahora tengo el proyecto de poner un comedor para niños y niñas. Hoy por hoy tengo un sueldo básico, como cualquier persona. Vivo una vida ‘normal’. Es cierto: lo que gano en un mes, antes lo ganaba en dos noches. Pero antes me exponía a todo, quería mucho más de lo que conseguía, no me conformaba con nada y hoy soy feliz con lo que tengo, que es mucho: no sentirme usada, no dar placer por un momento. Soy. Soy coordinadora barrial, distribuimos mercadería a gente que necesita estos recursos.”
Mónica Flores rescata también su nueva relación con su familia, de la que ella misma se había apartado, o porque no entendían, o porque sentía que se acercaban solamente para pedirle dinero. “La relación con los vecinos también cambió”, dice Mónica cuando le pregunto por qué vale la pena festejar este primer año de libertad: “Antes, a la mañana yo dormía; ahora voy al almacén y charlo con mis vecinas. Hay que festejar porque casi me pierdo estas pequeñas cosas”.
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