OUT
› Por Enrique Solinas
Cuando Gustavo le dijo a su mamá “soy gay”, ella lo miró de arriba abajo y le respondió: “Ah, sos puto”. Entonces él comenzó a decirle las frases que tenía preparadas para tal ocasión, le habló de la libertad de las personas para elegir su orientación sexual, de la tolerancia, de la naturalidad de su condición en el siglo XXI, para que su madre le terminara diciendo, “Mirá, en mi mundo, se dice puto”. Y aunque a Gustavo le molestara la síntesis con que ella entendía la situación, también comprendió que esa palabra de cuatro letras, aunque sonaba chocante, resumía lo que le estaba diciendo.
Ella le pidió que no le diera detalles. No hubo lágrimas, se la veía molesta, ofuscada. Era posible que ya lo supiera desde antes, pero jamás se le había ocurrido decirlo en voz alta. Cambió de tema, habló de su próximo viaje, de las amigas que tenía que visitar, del estado del tiempo, para después decirle: “Y siendo puto, ¿vas a ser feliz? No conozco ni una película ni un libro en donde la gente como vos termine bien”.
“Qué paradoja”, pensó él. La palabra “gay” quiere decir “alegre” y en la cabeza de todas las personas la homosexualidad se asocia a la desdicha, a la vida en oscuridad, atravesada por el alcohol, las drogas, la enfermedad y el exceso. Prefirió no responder a esa pregunta. Era algo que todavía tenía que descubrir.
El tiempo pasó, rápido y fragante. Luego vinieron los amigos, los novios, la pareja, pero esos temas no se
hablaban entre Gustavo y su mamá. Con el correr del tiempo, ella decía “el amigo de mi hijo” para referirse a la pareja, como una máxima concesión, dándole así un espacio para que ocupe en sus vidas.
Una mañana de noviembre, su madre murió, tranquila. Gustavo pensó en todas las cosas compartidas y en aquellas que no. Sintió tristeza, hubo tantas diferencias que no pudieron zanjar. Recordó la vez que le contó a su madre sobre su condición y la pregunta de ella sobre la felicidad.
Contra todo pronóstico, él ya podía responderle. Aunque muchas veces la literatura y el cine no muestren que la dicha también es de los gays, mientras se despedía con pesar le contaba en silencio que la felicidad le pertenecía, como a cualquier persona que vive sobre la Tierra; que era un hombre feliz, un hombre entero. Y aunque nunca pudieron hablar con franqueza, todo lo vivido tuvo que ser así, a media lengua, para que hoy alguien pueda leer y comprender parte de su historia.
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