OUT
› Por Monita Del Prado
Parecía no ser un buen comienzo de año. Me dijeron: "Elegí cualquier lugar para trabajar, pero no acá. "Acá" era donde había trabajado los últimos 10 años de mi vida. Elegir, repetí en voz baja mientras regresé al viejo lugar donde había trabajado antes. ¿Elegir? Me pregunté si siempre habìa elegido así, con magras opciones, con porcentajes ínfimos de libertad, con nulo margen de acción, con la decisión encorsetada, con la trampa de una elección a las apuradas. Sí, siempre.
Un día conocí a mi equipo. Era ella.
Es una mujer hermosa pensé, realizando un juicio de valor claramente objetivo, protegido por 20 años de matrimonio hetero. Se presentó como un vendaval. Me dijo quién era, que también venía de otro lado, cómo iba a trabajar ese año, qué cosas haría y qué cosas de ninguna manera iba a hacer.
Yo no podía dejar de mirarla a los ojos, tenía un imán en la mirada. Quería decirle que se sintiera bien, que no se tendría que defender de mí, que sé cuidar a los que trabajan conmigo, que la podía cuidar. Nos entendimos más allá de los discursos y confiamos mutuamente. "Llevame donde vayas", me dijo un día, laboralmente hablando. "Quedate tranquila", estás pegada a mí para siempre, respondí totalmente convencida, pero sin plena conciencia del alcance de mis palabras. "¿Querés ser mi hermana mayor?", dijo otro día y me conmovió todavía más.
Era sólo una cuestión de tiempo permitirme sentir. Me invadía un arrebato de mariposas cada vez que la veía llegar y creía que un día el corazón saltaría de mí, para irse con ella.
Luego de unos meses me decidí y la llamé para contarle lo que me pasaba y pedirle ayuda. Esperaba ingenuamente que al decirlo nos reiríamos juntas como tantas veces y súbitamente se terminaría todo.
“Es que tenemos mucha piel”, contestó con vehemencia e hizo que me temblaran las rodillas. Nos encontramos al otro día para hablar personalmente frente al río, cerca del Puente de la Mujer. En realidad, ella avanzó y yo la apuré. Ninguna de las dos habíamos estado antes con una mujer.
Me besó y supe que no podía dejarla ir. Y elegí. Elegí el amor por sobre todas las cosas. Nadie esperaba de mí esta elección, sólo yo. Porque a nadie beneficia, a nadie le conviene. Sólo a mí y a ella. La elegí contra todos los mandatos, contra todos los preceptos, a pesar de todos los pronósticos y de los malos augurios, contra todos los preocupados y ocupados en la vida ajena.
Hace un año que estamos juntas y la elijo todos los días. Agradezco su amor cada vez que la veo mirarme y por la oportunidad que me da, de saber y de sentir, que casi en la mitad de mi vida, por primera vez, elijo libremente.
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