LUX VA > A LA FIESTA EYELINER
Aunque esta vez no era obligatorio asistir a la Fiesta Eyeliner con riguroso disfraz, nuestrx cronista irrumpió con ímpetu y equipo deportivo tomando la pista por cancha y dando picos reclamando su auténtico picadito.
“¿De qué corno me disfrazo?”, meditaba el sábado a la madrugada delante del armario, con la modorra de la siesta pre-dance aún nublándome la vista, cuando me di cuenta de que no me había sacado el barbijo con el que procuro no sólo resguardarme de la gripe porcina sino también de babear la almohada cuando duermo de costado. Así de atontadx estaba que ni siquiera había escuchado los timbrazos de Marcos y Julio, mis dos amigos hétero, que ante mi mutismo habían optado por ir hasta el quiosco a comprar unas cervezas pensando que algún chongo me retenía entre las sábanas. “Nada más lejano de la realidad, queridos míos”, les dije cuando subieron, mientras trataba de esconder, a punta de pantufla, el barbijo babeado debajo de la cómoda. Y una vez que los disfraces estuvieron listos (superpuesto a mis medias de red el shorcito de River que Marcos me había traído con el objeto de pedirme a cambio un vestido de lentejuelas que me había salido un ojo de la cara, y que terminé negociando por un puesto en el picadito de fútbol 5 que todos los jueves tiene con sus compañeros del gimnasio), nos fuimos, montadísimos, a la Fiesta Eyeliner, la fiesta “queer, nómade, subterránea y mutante” que desde su página web se autopromociona como “punto de encuentro para putos rockeros, tortas riot, hippies trolos, bohemixs bisexuales, lúmpenes afeminadxs, drag kings y queens, transgénerxs atípicxs, señoritas con bigotes, héteros piolas y cualquiera que tenga ganas de divertirse sin censurar al otrx”. Fauna variopinta (tomemos un poco de aire) en la que unx se busca cual votante enfrentado a la maraña de nombres del padrón electoral en la puerta de un colegio, pero que vista in situ, con las luces y la música ochentosa y los looks estrafalarios y las córeos desgarbadas de los chicxs modernxs, da vida a una fiesta en la que el estereotipo gay es convidado de piedra. Y si bien la del sábado no era una edición con fiesta de disfraces, como hacen a menudo, no hace falta decir que muchxs se caen, de por sí, “disfrazados”. Como yo, que contoneé mi figura al compás de la banda platense Sr. Tomate (que tocó promediando la noche), flaqueadx por mis dos amigos que no paraban de quejarse de lo mucho que le dolían los tacos, y luciendo –con orgullo chongueril– la camiseta número 10 que yo seguía atribuyéndole –debido a mi ignorancia futbolera– al deportado Burrito. “¡Lux botinerx!”, gritaron por ahí, pero yo hice de cuenta que no escuché nada. De hecho, cuando a Marcos las lágrimas de dolor comenzaron a correrle el rímel, decidimos tomarnos un respiro en la habitación del karaoke trash. Aunque allí tampoco duramos mucho, ya que el segundo participante que nos tocó en suerte escogió “Piel morena” de Thalia, lo que nos pareció demasiado. Ya solx (mis amigos hétero desertaron tras el karaoke y los vi subirse a un taxi, divinamente, con los tacos en la mano), me quedé pensando sobre lo queer, acodadx en la barra. “¿Pero son éstas horas de teorizar?”, me dije, apurando el Fernet, y dispuestx a yirar cual calesita en happy hour. Y ahí mismo me olvidé de Judith Butler, divisé en el amontonamiento a alguien que tenía puesta la camiseta de Boca y, aplicando la difundida teoría de que los polos opuestos se atraen, me abrí paso entre la gente y me sumé a la pachanga.
Para saber cuando hay otra fiesta:
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