LUX VA > A RECORRER LAS MARCHAS DEL ORGULLO DE VALENCIA, BARCELONA Y MADRID
Lux llega a España sin recordar cómo y vuelve para contarlo, aunque con más baches de memoria. Es que asistir a tres marchas del orgullo en sólo una semana bien vale un poco de amnesia.
Me van a tener que perdonar, adorables, si cometo errores al tratar de evocar la semana de fiesta que me he pasado rodeadx de marilocas, mariputos, marimachos, mamitas, papitos, hijitxs, bolleras, bollitos, travitas, trastes (y había que ver qué cantidad, qué variedad, qué suavidad, qué portentxs), pecheras, pechochxs, y ya se imaginarán..., es que todavía uso la vincha de hielo que tuve que ponerme en la capital de la amada España, porque es que la cabeza no me daba más. Y así, entre el goteo de los hielos que tratan de calmar el dulce dolor de una resaca padrísimx, les juro que no es fácil escribir. Es que la sensación se me ha quedado dentro, y también afuera, que la piel acusa el recibo del sol que me abrasó en Valencia, donde empecé la recorrida y no me pregunten cómo ni por qué es que llegué, pero la cuestión es que las fiestas empezaron ahí en la ciudad de los toros en la que te ofrecen agua, pero agua de Valencia, que lo que menos tiene es agua y sí un cóctel que otra que la jarra locx que te sirven por acá. Era 27 de junio, puntapié inicial de una semana de orgullo que me encontró taconeando con camisa de lunares y unos zapatitos primorosos que sonaron hasta sobre el asfalto. Pobrecita, la marcha, eso sí, como si estuvieran calentando el organismo para lo que vendría al día siguiente en Barcelona, donde creo –no estoy segurx– que llegué en auto, aunque también podría ser en carroza, porque a una me subí en Valencia, de eso me acuerdo, justo cuando un cotilleo de viejitxs se santiguaba a nuestro paso como si estuvieran asistiendo a la mismísima anunciación. Y qué chulxs eran lxs pobrecitxs, pequeñajxs y de rosario en la mano todo a lo largo de la calle La Paz, que de paz tuvo poco ese sábado entre culos al aire y carritos de mellizxs embaderados de arcoiris, que hay que ver cómo se están dando los nacimientos múltiples en este baby boom abolleradx, o como lo quieran llamar (menos tortilla, que en España la tortilla es monumento nacional siempre que esté hecha de papa y huevo). Al borde del soponcio estaban lxs rezadorxs hasta que se les iluminó la cara de ver un hábito negro, por fin algo bien compuesto, una mano pía para apaciguar a las fieras habrán pensando, porque se lanzaron en busca del hábito monjeril sin notar que le faltaba la espalda completa al hábito y le sobraban, visto bien de frente, unos mostachos de oso mojaditos de cerveza. Creo que al grupete se lo llevó una ambulancia, o se perdieron dentro de la catedral justo cuando la marcha se perdía por la plaza de la Virgen rumbo al barrio El Carmen, entre esas callecitas redondas y finitas, finitas, ahí donde yo también perdí, finalmente, mis tacones.
Encontré otros para el día siguiente, 40º aniversario exacto desde que lxs hermanxs de Stonewall nos regalaron estas fechas de jolgorio riguroso. ¡Lo que tuve que montarme para poder brillar a Lux radiante en ese aquelarre! Pobre estrellitx míx, yo mismx en un magma de plumas catalá parlantes, un idioma que parece español pero pasado por un hacha que le amputó la última sílaba a cada palabra. Pero lo hice, claro que lo hice: brillé, me contorsioné, me bebí más cañas que osx panda en su bosque de bambú y cuando ya estaba a punto de mareo y el Montjuic al fondo punteado de lunares de globos de colores me parecía que al fin había llegado a la puerta de los cielos, caí, caí como en un ensueño en una superficie blanda, suave, como el aire mismo. Ya está, pensé, lo único que falta es que alguien más caiga encima para mecernos juntxs sobre esta nube. Y sí, alguien cayó: una estampida de niñitxs a los saltos que hacían uso de su peloterx orgullosx de familias queer. No era uno, eran dos peloterxs. Y eran cientos de parvulillxs moviéndose como endemoniadxs en esa jaula de locxs que para el ojo experimentado en marchas sumaban más de 200 mil. Salí eyectadx sólo para caer en el corralito de lxs niñitxs menorxs, hasta dos años tenían las criaturitas y hasta un millón de dientes pareció por el mordiscón que me llevé en el dedo por parte de una de esas preciosas y orgullosas boquitas. ¡Adultxs, adultxs! Clamé al cielo, a las puertas del cielo, a las aguas danzantes de ese parque donde me arrojó una preciosa bollera a cargo de la guardería con los brazos más fuertes que Lux haya visto. Mojadx, sí, por fuera y por dentro, me fui a por más cañas, lejos del parvulario y en medio de la marcha que ahora bailaba Rafael, La Pantoja, Fangoria, Lola Flores... Amanecí en la playa. Los pies hundidos en el Mediterráneo y la urgencia por conseguir unos tacos tan fresca como el día anterior. Es que me había anotado para correr la carrera de tacones que abre el último día de festejos en Madriz y que estaba dispuestx a ganar. No llegué, y no porque me haya quedado unos días en la playa nudista de Lloret (hay que ver esos badajos haciendo tin tin cuando sus dueños se ponen a trepar rocas) sino porque perdí la peluca, y sin peluca, cartera, vestido y tacos no se premia a nadie por mucho que haya alcanzado la meta. Pero quién podía lamentar una peluca cuando el Chueca arde del aputosamientx de la Europa entera. Nos habíamos multiplicado, ya éramos 2 millones de almxs orgullosxs y borrachxs de felicidad. Del sábado pasado no me quedó nada en la memoria, salvo una fugaz imagen de Boris Izaguirre que hasta parecía sobrio en el escenario cuando dijo que basta de armarios en las escuelas. A esa altura sólo me quedaba hundirme en la multitud y ligar, ligar, ligar. Que esa palabra no necesita traducción: la llevo impresa en la piel que me arde de sólo pensar que todavía falta que llegue noviembre y entonces pueda volver a la marcha aquí no más, para levantar, levantar, levantar.
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