Ya está a la vista, la muestra de fotos Escenas de la vida cotidiana de Sebastián Freire, donde el mártir, su tocayo, sigue haciendo de las suyas.
› Por María Moreno
La prueba del santo es hacerse de abajo. Por más que él mire a lo alto y en polo opuesto a su entrepierna, la turba de sus devotos le exigirá, si no quiere sacarse cero en pueblo, que descienda de su plinto bobo luego de sacarse las inútiles sandalias, pintadas con betún de Judea, para andar como la “Evita” de Perlongher por los piringundines del Bajo.
Es por eso que esta nueva tanda de San Sebastianes fotografiados por Freire explora la imagen de la mala compañía, el cotillón barato, la mancha nada original. Sometido a la prueba del roce, este San Sebastián devenido bestia pop se emparienta culturalmente con la Virgen-pomo que en las santerías cercanas a la Basílica de Luján finge ser un tranquilo recipiente para el agua bendita, y con el pene del monje que llega, luego de varias volutas hechas en una columna de la capilla de San Fortunato en Todi, a la vagina de una monja. Aunque no le falten inscripciones profanas más legitimadas por la crítica como los santos a la sartén de León Ferrari. Por algo la vida cotidiana en Sebastialandia incluye una sofisticada interpretación de la frase de San Pablo, “más vale casarse que quemarse”, cambia el sentido del closet (¿qué más gay que, en lugar de ponerse un vestido, vestirse con el closet mismo?), y erige un icono de la supervivencia (San Sebastián sobrevivió a los flechazos de la soldadesca) en esa joyería de pastillas al pie.
Estoy de acuerdo con Daniel Link (ese ateo ilustrado que desconoce la vida cotidiana en los dormitorios de internados católicos en donde los doctores descubrían, siglos atrás, entre mordisqueados escapularios, las máculas del fetichismo y el uranismo): toda investigación sobre el cuerpo de San Sebastián es biopolítica. Pero discuto que sea la figura más sexy del erotikón católico: cualquier Cristo de iglesia-segunda-selección, en donde un pie debe superponerse al otro para el ahorro de un clavo, deja una curvatura inquietante por lo can-canesca. Cualquier Magdalena de Semana Santa en Sevilla se merece que la insulten admirativamente con un “¡Chulapa, joder, con la cara de zorra que tienes!”.
Cada año, Sebastián Freire realiza una nueva entrega de su serie de San Sebastián. Su investigación, como la santidad, tiende a infinita. Será porque en su nombre hay una cifra, pero no la cantada: en gallego, Freire quiere decir “fraile”.
Escenas de la vida cotidiana Espacio Eclectico, Humberto Primo 730. Jueves y viernes de 16 a 20. Sabados y domingos de 17 a 20
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