PRIMER AMOR
› Por Susana Guzner
Cafetería coqueta, seis p.m. Dos amigas. Confidencias.
Bea: ... resumiendo, estoy absolutamente confusa.
Moni pensativa. No: preocupada. Mejor: patidifusa. ¡Qué fuerte! Abre la boca, va a decir algo pero vuelve a cerrarla. Una bomba lo de Bea, insospechable. Se acerca una camarera. Piercings en orejas, nariz, lengua y así sucesivamente, pelo Tintín, andares de Gary Cooper. Bea oculta su cara con mano pudorosa.
Bea: ¡No digas nada, no te muevas, no respires, disimula!
Moni: ¿Es ella?
La otra asiente demudada. Sus mejillas dos tomates. Susurra.
Bea: La veo y el corazón se me desboca, por no hablar del resto. Vengo cada tarde. Me conoces, yo... nunca antes... no sé qué me está pasando. ¡Quieta!
Moni: ¡Tranqui, por favor! ¿La has mirado bien? Clavada a mi sobrino Lolo pero con tetas.
“¿Algo más, unas pastitas?”, pregunta la camarera. Ha dicho “unash pashtitash”. Bea rehúsa, la cabeza gacha. Moni la radiografía de cuerpo presente. La chica se va dedicándole a Bea una mirada de aquéllas. Ah: y sonrisita de lado.
Bea: ¿Y?
Moni: ¿Y qué?
Bea: Un consejo, dame. ¿Le digo algo?
Moni: Sí. Que de pastitas nada. ¡Bea, mala puntería la tuya! Te da un ataque lésbico por primera vez en tu vida y... ¿no podrías haberte fijado en una... una... mujer?
Bea: Ella es así y lo importante es...
Moni: ... el interior, bla, bla, bla. ¡Tonterías! La fachada cuenta y mucho, el resto son refranes de almanaque.
A Bea le importa un bledo. Esa camarera –Luz, sabe que se llama Luz, maravilloso nombre, maravillosa criatura, pero en que estás pensando, Beatriz, retoma la terapia. Sí, esa chica la seduce. Ridículo, absurdo y una ristra de sinónimos, pero se metería ya mismo en su cama hasta que las velas no ardan.
Moni: Avísame cuando americes, estoy hablando con el mantel. Decía que si vas a hacerte lesbiana elijas otro modelito.
Bea: No te burles, por favor, estoy muy asustada.
Moni: Perdón, perdón –me pongo seria–. Te lo digo por tu bien. ¿Vas a arruinar tu existencia por un calentón pasajero con una machona de cuarta? No soy una puritana, pero en tu lugar me lo pensaba dos veces. Demasiado riesgo a cambio de nada.
Bea cavila y cavila. Mónica siempre tan sensata. Pero quién se lo dice a su corazón y, de paso a su sexo, ávido y reventón. ¡Ay, Luz! Sí, es una locura. No es prejuicio sino lógica pura. Heterosexual, cuarenta y dos y abuela temprana enamorada de una torta veinteañera. Grotesco. Bebe un sorbo de té y se quema hasta el páncreas pero se recompone.
Bea: Te lo agradezco, Moni, me vino de perlas la catarsis. Estoy mucho mejor.
Moni: Naa, para eso estamos, nena. ¡Uy, es tardísimo! Esta noche voy al teatro con mis suegros.
Bea: Me has ayudando muchísimo, amiga. Es más, no volveré a pisar este sitio, listo, decisión tomada, no se hable más.
Se disponen a irse. Bea no se atreve a voltear la cabeza. Desde la distancia, Luz la escanea, desfachatada. La desnuda. Se la come cruda.
Moni: Yo invito, espérame afuera.
Bea sale apresurada. Moni se acerca a la barra, paga con un billete grande, la camarera le devuelve el cambio. Moni se marcha.
En la mano de Luz un trozo de servilleta de papel. Diez números y dos garabatos. “Mi tfno. A cualquier hora.”
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