La historia de Ian Brettes, que relatamos en el número anterior de Soy, no es una historia aislada; es el lugar común para quienes viven su sexualidad, su identidad, su cuerpo de acuerdo con su deseo y por fuera de la norma. Lo saben las travestis agredidas en Villa Luro –historia que también mereció la tapa de Soy–, las que son expulsadas a diario de la calle por la persecución policial y la moralina establecida. Lo saben lectores y lectoras, se ha leído en las cartas que habitualmente publicamos. La violencia es la moneda con la que suele pagarse la libertad, a pesar del uso habitual de títulos como “gayfriendly” que poco tiene que ver con la realidad cotidiana. La historia de Ian hizo eco en muchas otras de esas historias y tal vez por eso la acumulación de cartas de solidaridad para con él y su pareja. Elegimos dos. Ambas tienen propuestas que pueden parecer delirantes o imposibles pero que hablan de la misma necesidad de extender los lazos solidarios para que la violencia deje de ser ese lugar tan común.