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› Por Naty Menstrual
Hace años, las famosas teteras —baños públicos— de Buenos Aires eran el territorio erótico de intercambios carnales de homosexuales. Estación Retiro, Haedo, Once... Los cines porno, las discotecas, la reserva, los bosques de Palermo, los clásicos bares de la avenida Santa Fe, digo Olmo y me pongo de pie... Yirar se yira siempre, sea como sea, a la calentura nada la detiene, ni la amedrenta, en un lugar o en otro, en un subte, un tren o un colectivo. Aunque hace ya algunos años la cosa fue cambiando y una de las nuevas formas de contacto es la caliente red internetiana, donde se manejan nuevos códigos a los que uno tendría que prestar atención para que los intercambios sean más placenteros y con menor porcentaje de sorpresas desagradables, aunque también es cierto que una cita a ciegas siempre nos deja un resto de desilusión preparada para salir de la ansiosa galera de la soledad.
El MSN es uno de los medios que se utilizan, al que la mayoría de las veces se deriva después de algún chat. Uno de los más útiles para mi cacería es el de uol.com.ar y allí el uol chat, subdividido en un montón de gustos y variedades, por edad, amistad, sexo, sadomasoquismo, sala de travestis, de bisexuales, de heterosexuales, lesbianas, monos con revólveres, dinosaurios vivos, etcétera. Chats calientes donde la intención, aunque algunos la disfracen, es revolcarse.
En esta no tan nueva etapa de mi vida de yiro incansable, he pasado por muchísimas cosas de diferentes colores y sabores, encuentros dulces, salados y extremadamente amargos. Mi vida sexual desde hace varios años se basa en la cacería en Internet de jugosos falos. Hay muchísimas mentiras, fantasías, perversiones y polvos de estrellas que en algunas que otras noches me han iluminado. Algún encuentro con un pendejo que había aclarado que era medio renguito y que al llegar al encuentro le faltaba prácticamente una pierna y usaba pañales que antes de la supuesta encamada necesitaba cambiarlos. He llegado a la puerta de un edificio y ha salido a mi encuentro un hombre en silla de ruedas que casualmente había olvidado comentar el ínfimo detalle y que, no sé a esta altura si estuve bien o mal, me hizo salir disparando. Hombres bizcos, extremadamente enanos, increíblemente bellos, horrorosamente feos, con pitos gigantes, normales o ridículamente pequeños... Me he sentido amante salvaje, psicóloga, madre, confesora, perra en celo, loca insatisfecha, alma desolada, y tantas cosas más en relaciones de intercambios carnales rápidos y superfluos.
En toda red que uno tira se mezclan buenos peces y basura, que más vale volver a tirar al mar para no quedar atragantado. Lo que sí hay que tener es sumo cuidado, porque nunca terminamos —desgraciadamente— de saber qué es lo que tenemos del otro lado.
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