LUX VA > A RIO DE JANEIRO
En una dramática contienda que culminará en noviembre, Buenos Aires y Río de Janeiro compiten por el puesto de “Mejor destino para el turismo Glttbi”. Nuestrx cronista, doble agente de viajes, fue a espiar qué tiene de bueno la competencia y se trajo todo lo que pudo, para manipular el resultado.
Un día de frío polar y al otro, calor tropical: qué tiempo loco... “Mirá Buenos Aires”, le dije a la Reina del Plata mientras le indicaba al taxista que no parara ni en los peajes hasta Ezeiza. “Para histéricx e indecisx estoy yo, no llores por mí. Me voy a Río y chau.” Esa puntita de veranito en la marca de la tanga es todo lo que me faltaba para decir “sí, quiero” a la propuesta de mis amigos periodistas especializados en turismo (sí, tengo unos amigos gays). Y allí aterricé con mi pareo, para aportar a la causa mi instinto “lgbtti” (Largos Giros Buscando Tole Tole Inútilmente) y monitorear cuál de las dos ciudades es mejor destino a la hora de una vacación antes de que entreguen el podio los jerarcas del canal Logo, de la MTV y antes de que los interesados voten en el sitio web de turismo gay Trip Out Gay Travel.
Me bastaron tres días para entender algo que ya decía mi abuela: sin rutina no hay vacaciones, sin rutina no hay amor, sin rutina no sé quién soy. Y para comprobar algo que dice siempre una militante amiga: cuando dicen Glttbi, dicen gays, no jodamos. Pero a ver quién me quita la rutina bailada: desayuno con mangos, caipirinhas, yogures, morangos y plátanos. Directo al sector gay de la playa de Ipanema, llena de idems y de héteros que vienen a curiosear y, según ellos mismos declaran, sentirse seguros porque acá no te roban. Lo que quieren, te lo piden. Piden pan y ellos te dan. Dos horitas de sol sin protector para cambiar el tono de tango triste mientras se deja cargando el microchip a fuerza de ver pasar cuerpos imposibles de perfectos (de la cintura para abajo, el Señor se esmeró más. Ver foto). El masajista de la playa por 60 reais te ofrece sus servicios en una camilla improvisada, mientras va y viene la buena onda general apenas cortada por la mala leche de una reina inaccesible que, te aseguro, me miró como diciendo “yo a vos no te cobro”, y cuando me acerqué, cobré yo. Con un ojo tan negro como el negro violeta que reparte choclos (bueno, ok, los vende, no los reparte), así, solita mi alma, fui mal que mal sumando admiradores como cuentas de un collar. A las 5 de la tarde, cuando cae la fresca, ya tenía una docena de modelos moviendo las cabezas atrás, adentro, alrededor, arriba mío, con tanto sentido del ritmo que hasta Giordano les habría pedido “que me peguen, que me peguen”. Consejo de experto: en Río conviene hacer una vaquita y alquilarse un depto porque la posibilidad de levante es cierta y en los hoteles no entienden lo de diez por uno, sobre todo cuando el uno es el cliente. La rutina sigue a eso de las siete, sobre las rocas en Arpoador (punto que divide Copacabana de Ipanema, especie de Cabo Corrientes carioca), donde todo se ha preparado para el espectáculo del ocaso, y acaso todavía no hallaste lo tuyo: locas en franca actitud de yiro y envidiables parejitas de enamorados en situación de arrumaco. Ducha en el hotel, vuelta a salir, sauna a granel. Mis amigos recomendaron Termas de Leblon, completito en instalaciones, atendido por gente amable, pero que no tiene nada que envidiar a los nuestros. Poco músculo, mucho músculo que duerme. Un viejazo. Conclusión: el partido estará difícil, la oca de Buenos Aires tendrá que redoblar su apuesta. Brasil, de todos modos, jugará con diez menos. Sí, sí, sí, obvio: me los traje en la valija. l
El bar para encontrarse y tomar un cervecita se llama To amen ‘oi, rodeadx de garotillos. Un lugar para comer: Eclipse, abierto las 24 horas, ¿que mas? (Av. Nosa Senhora de Copacabana, esquina R. Julio de Castilhos).
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