Vie 30.05.2008
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ENTREVISTA > JOSé MARíA MUSCARI

El postulante

Prolífico hasta nunca decir basta, el muchacho de la calva rasurada hace malabares con varias puestas a la vez, en una como director, en otra como actor, en una más como musa inspiradora de su mejor amiga. Pero eso no lo sacia: ahora quiere el novio, la casa, el hijo.

¿Cómo empezaste a imaginar En la cama?

—La génesis de En la cama fue Shangay, un espectáculo que hablaba de la separación de una pareja gay en un restaurante chino. Estuvo tres años en escena y el público no gay se identificaba profundamente. Decían: “Nosotros nos peleamos por las mismas cosas que ustedes”, refiriéndose a la pareja que yo encarnaba con Fernando Sayago. Antes todo era más festivo, como un speed, vibraban porque salían alegres de mis primeras puestas. Mis obras tenían que ver con un mundo que me interesaba: la moda, los talk shows, la argentinidad, la modernidad, la política y la decadencia familiar. Shangay era más introspectivo porque mostraba una típica ruptura de dos hombres aunque en un contexto de show kitsch del mundo chino. Y cuando empecé con En la cama quería hablar de temas que no conozco personalmente, como el tedio de una pareja de más de 15 años juntos, y la frustración de no ser padres en la pareja joven que están juntos hace siete años.

Llegó la hora de los dramas burgueses...

–Bueno, mi producción está atravesada por lo freak, por lo bizarro, lo kitsch, lo queer y en este caso todo eso está solapado en lo social: el personaje de (Gerardo) Romano es el que inventó el cepo (basado en mi tío que es el verdadero inventor), Viviana Saccone es una profesora de bioenergía, que es su mujer, y en la otra pareja Mónica Ayos es empleada en una agencia de turismo y Walter Quirós, un reparador de PC, adicto a la pornografía por Internet. Todos arquetipos donde lo freak aparece en las fantasías sexuales, la idea del intercambio de parejas y lo que significa ser fiel o no, siendo muy reconocibles para el espectador. Para mí todo eso es muy trash.

Después de una primera aventura con actrices reconocidas seguiste trabajando con esa relación entre actor/personaje y su imaginario mediático...

—Sí, Desangradas en Glamour fue una experiencia confundida porque tenía a Martha Bianchi, Ana Acosta, Carola Reyna, Florencia Peña, Sandra Ballesteros y Julieta Ortega dispuestas a hacer lo que yo les pedía y lo que yo les pedía era muy errático en esa época. Pensaba que debía ser cuidadoso con algunas cosas y era al revés. Debía ser tan impune como siempre porque la magia de lo que yo hago es esa impunidad. Aprendí mucho de esa experiencia y me divertí mucho con ellas. Cuando la Fundación Konex me convocó para un ciclo de tragedias mi idea era una Medea con Moria Casán, pero ella estaba con Nito Artaza. Cuando me propusieron Electra por la fuerte presencia femenina, acepté si la protagonista era Carolina Fal. Electrashock fue genial. Encontré mucha apertura para trabajar con actores que la gente no podría pensar que iban a estar en una obra mía: Luciano Suardi, Julieta Vallina, Stella Gallazi. Hicimos dos temporadas en diferentes teatros, como con el Biodrama, Fetiche.

¿Cómo fue esa convocatoria desde un teatro oficial?

—Sinceramente te podría decir que nunca siento que “llegué” porque casi todas las veces “me hice llegar”. Tanto en el teatro comercial como en el oficial me propuse yo. Yo escribí la obra, busqué a Faroni y lo convencí. Me autoinventé. Y en el San Martín, lo mismo. A Kive Staif, a Vivi Tellas, me autopropuse porque creo que el ciclo Biodrama que ella coordina está muy bueno y no había habido un director de mis características.

Llevás doce años dirigiendo espectáculos, ¿el “devenir intimista” tiene que ver con la madurez?

—Es como si se hubiera pasteurizado el show, pero no se perdió porque tiene que ver con mi estética. Los actores juegan con un distanciamiento, rompen la cuarta pared, están actuando. Se mantiene la espectacularidad de la puesta, es lo que me interesa de transitar por los espacios.

De todos modos te siguen calificando de transgresor.

—Siempre. Ahora surge por los desnudos. Eso está en la mirada de los demás. Para mí es muy poco polémico que Viviana Saccone aparezca en bolas si sale de bañarse y el planteo es realista.

¿Siempre que escribís involucrás lo personal?

—Sí, ahora estoy escribiendo una nueva obra para el verano. Se llama Demasiado y habla de la desesperación de la gente por el dinero, el tema del consumismo. Porque últimamente tengo como la utopía de la casa, el hijo, el novio. Estoy obsesionado con comprarme una casa y eso lo que me lleva a preguntarme qué es lo que me pasa con la plata, pero ficcionalizo eso con personajes en un tiempo compartido que se pelean por ver quién se queda con Bariloche, con Brasil o con las Termas de Río Hondo. Creo que tendrá producción de Faroni, también. En otro extremo estaría Crudo, una especie de unipersonal, donde lo biográfico y lo personal aparecen de manera más radical. Habla de mí. De lo que pienso del mundo del teatro, sobre el universo del cuerpo, con la gimnasia, con la alimentación, con la paternidad, con mi mamá, con mi papá. Es como un “vení que te cuento algunas cosas”. Para mí es muy raro. Dirige Mariela Asencio, mi mejor amiga, que actualmente dirige Mujeres en el baño. Actúo yo solo pero hay tres asistentes que operan continuamente en escena. En una computadora chequeo mails, muestro partes de lo que estoy escribiendo, comparto con el público determinadas cosas, entreno en la cinta. A partir de algunas notas que escribí Mariela armó un guión. Algo de esas escenas a Mariela le resulta terriblemente teatral y pone su visión más sórdida sobre mí. Estrenamos en NoAvestruz.

¿Novio e hijo van juntos?

—No me parece una condición sine qua non que alguien que pase a ser mi pareja tenga el proyecto de tener un hijo. Es muy personal. Más siendo gay y más entre hombres. Me parece que es enquilombado; son situaciones que requieren un mucho cuidado, es ahí donde se me vuelve muy utópico, que además de que alguien me enamore, me guste, me caliente, tenga ganas de vivir con él y quiera adoptar un hijo. Por ahora lo pienso como un proyecto personal. La idea de dejar de ser tan “yo” me seduce. Esa zona la manejo bien con el trabajo. Ahora me preocupa proyectarme de otras maneras. Mis parejas duraron casi siempre tres años y después tengo períodos donde no aparece nada. Sólo cosas ocasionales. Ahora estoy con alguien que no sé si es pareja todavía, pero vamos bien encaminados desde hace tres meses. Es DJ y fisicoculturista.

Y además actuás en el Centro Cultural de la Cooperación, dirigido por Luciano Cáceres.

—Sí, hacía casi tres años que no actuaba. En este caso también me autopropuse. Fui a ver Sex dirigido por Luciano Cáceres en elKafka, y me pareció lo mejor del año pasado. Le mandé un mail a Luciano para que me tuviera en cuenta como actor y, cuando le surgió la posibilidad de montar La ciudad como botín, la segunda parte de una trilogía de René Pollesch, me llamó. Estamos Javier Lorenzo, Rodolfo Roca y yo, más todo el elenco de Sex. El material es incluso más difícil. Tres personajes que viven como en una casa inteligente, raptan al elenco de Sex, quieren ocupar el lugar de las mujeres y tratan de llevar adelante un discurso sobre el monopolio del poder y el sexo.

¿Quedan lugares donde todavía no te postulaste?

—En la segunda mitad del año voy a dirigir en el Laboratorio del Rojas, donde me vengo proponiendo desde hace dos años. Transitaremos de manera directa y temática lo político, pero ligado al happening. Quiero que me llamen del San Martín o del Cervantes para dirigir algo de teatro clásico. Un Chejov o Tennessee Williams. Eso que pareciera que no va conmigo. Yo no voy a buscar ese texto pero por ejemplo me muero de ganas de hacer una revista con Elena Tasisto. ¡No voy a parar hasta verla con las plumas! ¡Y la Medea con Moria! Me interesa que ellas vibren en la verdad de lo que tienen que hacer.

Información sobre sus múltiples obras: www.portaldedramaturgos.com.ar/josemariamuscari

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